La izquierda y la derecha, unidas
jamás serán vencidas.
(Nicanor Parra, poeta chileno)
11.01.2016
Cuesta
entender a los medios de difusión españoles. Cuando el día Sábado 9 de Enero la
ultraizquierda catalana representada en la CUP logró deshacerse de Artur Mas
para imponer al alcalde de Gerona, Carles Puigdemont, como Presidente de
la Generalitat, tanto El País como El
Mundo celebraron el cambio con no disimulada alegría. Hasta que se dieron
cuenta de que, como dijo Inés Arrimada de Ciudadanos (C’s), Puigdemont es Mas
de lo mismo.
Al
calor de la polémica los dos grandes diarios centraron su artillería en contra
de Artur Mas. Con razón. Mas había sido el forjador de la unidad
neo-escisionista, el oportunista que a una elección regional dio carácter
plebiscitario, el inescrupuloso que concibió la alianza Junt pel Sí
(Convergencia y Ezquerra) con la CUP. El mismo que echó a correr los dados para
que la alianza tuviera lugar sin él pero con Puigdemont. Así, Mas ganó sin Mas
gracias a Mas. Lo dijo el mismo Puigdemont, casi riéndose de los izquierdistas
que lo catapultaron hacia el poder: “Mi programa de gobierno es el mismo de
Mas”
¿Qué
llevó a la CUP a apoyar a Puigdemont y no a Mas? Nada. Fue un simple
subterfugio. Un deshacerse de una figura odiosa por otra igual o peor. Porque
si hay una derecha a la derecha de Mas, esa es la que representa el geronés
Puigdemont, tristemente famoso cuando en el 2013, al pronunciar un discurso en
la Asamblea Nacional Catalana, gritara : “¡Los invasores serán expulsados de
Cataluña”!
Quien
fuera fundador de la juventud nacionalista de Cataluña agradeció su
nombramiento sin la compostura o pudor que al menos había sabido guardar Mas.
“No es época para cobardes ni para quienes le tiemblan las piernas” dijo, y
luego agregó: “Voy a dejar la piel por Cataluña”. Algunos izquierdistas
nacionalistas lo aplaudieron. Otros miraron hacia abajo, no pudiendo ocultar
cierta vergüenza por lo que ellos mismos habían hecho.
La
gran novedad de la política catalana y en general de toda la política española,
es que la izquierda extrema se está convirtiendo en fuerza impulsora del
independentismo no solo en Cataluña sino a nivel nacional. Podemos, el partido
de Pablo Iglesias, no ha vacilado incluso en apoyar a los mas rancios
separatistas de Valencia, Galicia, Navarra, y probablemente, muy pronto, del
País Vasco, prometiendo apoyar referendos a destajo a cambio de algunos votos
para las presidenciales.
Que
en España exista una ultraizquierda no es novedad. Existe a lo largo y ancho
del mundo occidental. Que existan ultranacionalistas, tampoco. Europa está
plagada de ellos. Que existan independentistas es en España normal, incluso
congénito. Los hay desde el siglo XV. Lo nuevo, lo realmente nuevo, lo amenazante,
es la aparición de una intensa relación entre izquierdismo e independentismo.
Hasta
la aparición del separatismo de izquierda había en España solo tres tipos de
separatismos. El primero, el más conocido, es un separatismo económico,
particularmente fuerte en Cataluña.
El
mismo Mas, siguiendo la escuela del corrupto patriarca Jordi Pujol, se ha
encargado de divulgar el mito de la particular calidad empresarial de los
catalanes. Según ese mito los catalanes serían
los únicos europeos de España (léase los más parecidos a los alemanes, a
los ingleses o a los suecos): industriosos, esforzados, trabajadores. El
pujante capitalismo catalán se encontraría, de acuerdo a esa versión, asfixiado
por la burocracia “feudal” de Madrid.
Como
todo mito, el de la superioridad empresarial se afinca en algunos elementos
reales, pero casi todos pertenecientes al pasado. La Cataluña de hoy es parte
de una España cada vez más moderna. La Cataluña empresarial en contraposición a
la España feudal es una construcción
del siglo XlX pero no del siglo XXl.
El
segundo separatismo, no solo propio a Cataluña, sino a todas las regiones de
España, es de tipo cultural, o si se prefiere, culturalista. Su discurso surge
de un grueso error conceptual, a saber, la identificación de nación y cultura
entendiéndose por cultura un lenguaje o idioma común, un folklore, una
gastronomía e incluso “un modo de ser”. Contrasta esa creencia con la de los
genuinos representantes de la cultura, escritores, artistas e intelectuales de
las diversas regiones quienes en su gran mayoría no asumen una posición
separatista. Joan Manuel Serrat interpretó a muchos cuando dijo: "No conviene a Cataluña separarse de España".
El culturalismo micro-nacional tiene más bien una base plebeya, “clase mediera” y pequeño burguesa. Como en casi todas partes, la debilidad de las identidades individuales tiende a ser compensada con la recurrencia a una imaginaria identidad colectiva.
El culturalismo micro-nacional tiene más bien una base plebeya, “clase mediera” y pequeño burguesa. Como en casi todas partes, la debilidad de las identidades individuales tiende a ser compensada con la recurrencia a una imaginaria identidad colectiva.
Pero
la diversidad cultural de los españoles, tan acentuada por los separatistas,
dista de ser una exclusividad española. Las mismas diferencias se observan en
la mayoría de los países europeos e incluso en otros lugares del mundo. Entre
un alemán de Ostfriesland y uno de
Baviera hay probablemente tantas
diferencias culturales como entre un español de Andalucía y otro de Cataluña.
En los EE UU, un esquimal de Alaska habla, baila, come, y hasta piensa de modo
muy diferente a un ciudadano de Texas lo que no es obstáculo para que ambos se
consideren miembros de una nación federal regida por una sola Constitución.
Hasta el concepto de Estado Plurinacional asumido por Evo Morales en Bolivia
resulta más moderno que el arcaico culturalismo tribal de las fracciones
separatistas de España.
El
tercer tipo de separatismo, una derivación radical del segundo, puede ser
calificado sin problemas como fascista o por lo menos fascistoide. Para este
tipo de separatismo las diferencias culturales son un signo de la superioridad
de un “pueblo” sobre otros. La lucha por la uniformidad cultural es para ellos
un sinónimo de territorialidad concebida esta como un espacio vital. Un pueblo,
una nación, una cultura, es la divisa. El lenguaje belicoso, casi militarista
de personajes como Puigdemont, es solo un botón de muestra. Su discurso del 10
de Enero fue tanto en su contenido como en su forma, fascista. Hay que decirlo
con todas sus letras.
A
esos tres separatismos se ha sumado recientemente el separatismo de las
ultraizquierdas, o si se prefiere, de esa disgregada izquierda que pulula a la
izquierda del PSOE. Por supuesto, se trata de un separatismo ocasional y
radicalmente oportunista. Su objetivo es sentar las condiciones a los tres
separatismos tradicionales, formar mayorías junto con ellos y asumir parte del
poder en las distintas regiones. Un poder que jamás logrará alcanzar con sus
propias fuerzas. Esa es también la estrategia de Podemos.
Hasta
solo un par de semanas antes de las elecciones del 20-D Pablo Iglesias hacía solo referencias vagas
al tema nacional. Fiel a la tradición marxista de la cual proviene subordinaba
el tema nacional a la “cuestión social”. Su compromiso a apoyar eventuales
referendos separatistas –el que llevó a cabo sin consultar a su partido, en el
más rotundo estilo estalinista- no
tenía más objetivo que incrementar su caudal electoral para así imponer
condiciones al PSOE en función de una eventual alianza de “todas las
izquierdas” en contra del PP. De este
modo Iglesias ha empujado al PSOE a una crisis de la cual no se recuperará muy
fácilmente.
Para
muchas bases del PSOE la alianza con Podemos es un hecho “natural”. Para otros,
sin embargo, el compromiso de Podemos con los separatistas lo empuja hacia el
PP. Iglesias, definitivamente, juega con la división interna del PSOE a fin de
convertir a Podemos en la principal fuerza de izquierda del país. Que el éxito
de Podemos pase por la fractura de España, no parece importarle demasiado. Su
objetivo es el poder por el poder. Para cumplirlo cuenta con aliados dentro del
propio PSOE. Entre ellos, Pedro Sánchez empecinado en demostrar que en España
puede haber un gobierno “a la portuguesa” (izquierda-izquierda). Lo que nadie
ha dicho a Sánchez es que en Portugal no existen problemas separatistas. Y ese
es el punto.
Pocos
en España han captado el enorme potencial destructivo de la política de Podemos
y de sus aliados de izquierda, derecha y ultra derecha. Uno de esos pocos ha sido el filósofo Fernando Savater quien en su
artículo “No Podemos ni Debemos” hizo referencia a los peligros que se avecinan
para España con la nueva política de Podemos. Reinterpretando a Savater podría
agregarse: “No Debemos porque no Podemos”. Este último lema es de neta
inspiración kantiana.
Fue
el gran Kant en su “Crítica de la Razón Pura” uno de los primeros en establecer
la premisa de que el ser humano no siempre debe hacer todo lo que puede hacer.
La política, según Kant, reposa sobre fundamentos que no son políticos. Atacar
al espacio en el cual tiene lugar la política, en este caso a la nación, aunque
se puede, no se debe hacer. Así lo entendió Albert Rivera de C’s.
Ni
Cataluña ni ninguna otra región de España se encuentra colonizada por nadie.
Por lo mismo, es imposible recurrir allí al principio de autodeterminación de
los pueblos y naciones. Lo que debe ser reformado, aduce C’s, es la
Constitución, de modo que el concepto de
autonomía adquiera su verdadera dimensión en el marco de una nación
federal como EE UU o Alemania. Todo lo contrario llevará a la construcción de republiquetas
facho-comunistas, hecho que significaría el fin de toda autonomía política, aun
dentro de ellas mismas. Esa es una de las razones por las cuales Podemos debe
ser aislado de la política española, aduce Rivera.
Un
frente en contra del separatismo debe ser un frente en contra de Podemos. Por
lo tanto, los referendos localistas solo pueden tener sentido recién después de
un gran referendo constitucionalista en el cual participen todas las
ciudadanías de España. Lo contrario llevará a la balcanización de España. Pero
ni Cataluña es Croacia ni Castilla y León es Serbia.
Las
dos grandes balcanizaciones, la de comienzos y fines del siglo XX, fueron el
resultado de la ruina de dos grandes imperios, el otomano y el soviético,
respectivamente. La balcanización de España, en cambio, podría actuar en
sentido exactamente contrario: llevaría al fin del proyecto de una Europa
Unida.
Europa
está hoy amenazada desde todos lados. En Francia, el ultraderechista Frente
Nacional – partido que en diversas ocasiones ha votado junto con Podemos en el
Parlamento Europeo- se encuentra en las puertas del poder. La guerra en contra
del ISIS ha desatado las más grandes migraciones de la historia europea. El
terrorismo islamista no cesa de actuar. Los grupos xenófobos se organizan
militantemente en las calles y plazas de todas las ciudades de Europa. En
Hungría, reeditando el modelo franquista, ya están en el poder. En Polonia ha
sido impuesto un “neo-liberalismo clerical” de características, si no
dictatoriales, extremadamente autoritario. Y por si fuera poco, Putin aguarda
su gran momento ya iniciado con la presencia de tropas rusas en Ucrania.
La
ruina de la gran nación española puede acelerar la ruina de Europa. El problema
español, por lo mismo, ya no solo es español. Quizás la gran mayoría de los
españoles no sabe eso. O no quiere saberlo. Las frases del ultra-separatista
catalán, Puigdemont, no dejan, sin embargo, lugar para muchas interpretaciones.
Si hay segundas elecciones en España, lo que estará en juego no solo será muy
diferente a lo que estuvo en juego durante las primeras. Será mucho, mucho más.
@FernandoMiresOl
@FernandoMiresOl