Asesinó a cientos, la guerra era su placer sexual.
A muchos los mató por la espalda.
A algunos los acuchilló mientras dormían.
No distinguió entre niños,
ancianos, mujeres.
De regreso a la choza encendió la fogata.
Mientras masticaba la carne seca de un caballo,
un perro sarnoso se acercó: gimiendo.
Él escupió un trozo de carne sobre la tierra.
El perro lo devoró; y luego se quedó ahí,
parado
en sus cuatro patas
mirándolo.
En los ojos del perro brillaba todo el amor del mundo.