El gran perdedor
del debate fue Rajoy. La presencia de su ausencia fue notoria. Rajoy insiste en
restaurar el antiguo bi-partidismo despreciando a los partidos “pequeños”:
Ciudadanos, que ya se instaló entre los grandes y Podemos que viene de nuevo en
alza. El podio vacío fue una metáfora de lo que ha llegado a ser Rajoy.
Rajoy tiene cosas
que mostrar pero entre política y administración ha elegido solo lo segundo. Muy
poco para el apasionado momento que vive el país. La gran cantidad de votos que
desde el PP emigrará a Ciudadanos y al PSOE, habrá que cargarlos a su cuenta.
¿Quién fue el
vencedor? Difícil decirlo. Cada uno mostró lo suyo con desplante. El tuteo
facilitó la discusión, acalorada pero siempre objetiva. Interesante:
dependiendo de los temas casi siempre se dio un dos contra uno. Eso demuestra que
los tres partidos son comunicables entre sí.
El que las tuvo más
difícil fue Pedro Sánchez. Difícil por dos razones. La primera: El PSOE es un
partido con diversas fracciones y Sánchez debía dejarlas a todas contentas. La
segunda: el PSOE, de los tres, es el único partido con pasado. Sánchez defendió
muy bien a ese pasado, remarcando que el Estado Social lo debe España al PSOE.
Pero eso mismo lo obligó a salirse del presente que era al fin lo que importaba
a los espectadores.
Técnicamente
hablando Pablo Iglesias fue el mejor. Sabe discutir, es irónico, punzante y muy
oportuno. Poco a poco ha ido adaptando la rebeldía inicial de Podemos a las
condiciones políticas que imperan en España. De su antigua retórica dogmática
ya no queda casi nada. Ha entendido que Podemos solo puede crecer si avanza
hacia el centro. La marginación del chavista Monederos le ha hecho bien. Se le
ve más libre, más suelto.
Políticamente
hablando el ganador fue Albert Rivera. Sin forzar su protagonismo se concentró
en los problemas más serios. Sus adversarios intentaron, ante la ausencia de
Rajoy, encajonarlo en “la derecha”. No lo lograron. Rivera fue quien más duro
atacó al ausente Rajoy. En algunas ocasiones logró incluso poner a Iglesias a
su derecha. Ocurrió con relación al tema secesionista catalán.
Rivera, catalán y
español, fue quien mejor defendió los intereses de España frente al
separatismo. Iglesias en cambio fue el único que defendió un referéndum. Su
oportunista indecisión le dará algunos votos en Cataluña, pero le hará perder
otros en el resto del país. A menos de que rectifique a tiempo.
Vivimos tiempos de
intensos debates. Quince días antes del español, al promediar la campaña del
balotaje, tuvo lugar en Buenos Aires un duro debate político entre dos
acérrimos contendientes: Mauricio Macri y Daniel Scioli. Al igual que en
España, toda la nación argentina siguió con gran interés la discusión.
De acuerdo a los
sondeos Scioli logró, desde el punto de vista retórico, superar a Macri. No
pocos de los puntos que ganó en la fase final de la campaña hay que
adjudicarlos a su buena perfomance en el debate. Ahí se demostró cuán
equivocado estuvo Scioli al haber rechazado un debate antes del balotaje. Si lo
hubiera aceptado quizás en este momento Scioli sería el presidente de la república. Además, Argentina habría gozado un debate de
a tres, como ocurrió en España.
¿Por qué no aceptó
Scioli debatir en la primera vuelta?
Probablemente por dos razones. La primera es que más que la de Macri a
Scioli le incomodaba la presencia de Massa, disidente del cristinismo con el
cual tiene en común muchos puntos de vista. Por eso mismo, si hubiera debatido
habría quedado situado entre dos fuegos. Posición muy incómoda. Algo así como
Messi jugando de defensa central.
La segunda razón es
que a la Jefa, más admiradora de Chávez que de Perón, no le gustan los debates.
Para ella, al igual que para el finado venezolano, la política no se discute.
Los adversarios son enemigos y la tarea es destruirlos. Tal vez lo mismo
persiguen muchos políticos. Pero los mejores saben que el arma de destrucción
mortífera que les ha sido dada no es otra sino la palabra. Eso fue lo que no
olvidaron los candidatos españoles en el debate del 30 de Noviembre. Se dieron
con todo pero al final terminaron ilesos. No sin razón el editorial del El País
señaló el 01. 12 que el gran ganador del debate había sido el debate.
El debate español
lo seguí en un momento en el que estoy concentrado intensamente en las
elecciones venezolanas del 6D. Me fue imposible entonces no pensar en
Venezuela. ¿Cuándo será posible que en ese país tenga lugar un debate como
el que brindaron los políticos españoles y argentinos?
En la Venezuela de
hoy nadie debate con nadie. Desde su presidente hacia abajo los dueños del
poder se dedican a insultar de la manera mas brutal a la oposición. Imaginan
que están exterminando a un enemigo. Esa es la razón por la cual entre las
filas chavistas no hay ningún polemista de fuste. Poseídos por la lógica
militar que les impuso el presidente muerto, la política se reduce para ellos a
dar ordenes y a acatarlas en medio de una batalla situada en el campo de una
guerra que ellos mismos se inventaron
¿Puede haber
democracia sin debate? Evidentemente, no. La polémica es la sal de la política.
Donde no hay debate solo hay gritos e insultos. Basta escuchar a Maduro.
Si la oposición
logra un triunfo en Venezuela, una de sus principales tareas será rehabilitar a
la palabra. La Asamblea deberá, al fin, recuperar el lugar para el cual fue
concebida: el del debate público. Nunca más debe volver a ser ese antro de
matones en el que la convirtieron los chavistas.