Fernando Mires, INTRODUCCIÓN AL LIBRO "EL CAMBIO"- " Desde la muerte de Chávez al 6D"



Es una recopilación de textos. Dos razones me han llevado a darlos a conocer en forma de libro. La primera es que hay entre todos los textos una unidad de sentido, una que no busqué y fue configurada por su propia dinámica. La segunda es que habiendo sido publicados en diversas fechas, vistos en conjunto dichos textos adquieren el carácter de una crónica. Quizás sea necesario decir algo más sobre esa segunda razón.
La crónica es un género literario situado entre la historiografía y el ensayo. Sin la rigurosidad que supone lo primero, sin la espontaneidad que se atribuye a lo segundo, trae consigo la  posibilidad de entregar al  lector textos escritos en el marco de un tiempo que se extiende sobre la superficie de un presente siempre continuo.
Un libro-crónica carece de pasado y de futuro. Es, en cierto modo, una articulación de distintos presentes. Entre esos diversos presentes he intentado introducir, por cierto, algunas pausas  de reflexión teórica escritas en ritmo de ensayo. Esa es justamente otra posibilidad que ofrece la práctica literaria de la crónica: no es necesario renunciar a la teoría, pero la teoría emerge no de los libros sino de una realidad incierta e imprecisa, como todo lo que sucede en la vida cuando todavía no conocemos un desenlace final.
Esa fue la razón por la cual después de haber releído a los textos, decidí publicarlos tal como los había escrito, sin quitar y sin agregar ni un punto ni una coma. Si no lo hubiera hecho así habría corrido el peligro de traicionar al momento en el cual los escribí.
Pero, además, había otra razón, y aunque parezca arrogancia he de confesarla: No tengo que arrepentirme de ninguna palabra, ninguna frase, ningún párrafo. Por cierto, una que otra línea podría haber sido mejor formulada, quizás hay por ahí alguna redundancia; puede que por momentos el estilo sea impreciso o en otros demasiado tajante. Pero en general, subscribo punto por punto todo lo que escribí. Repitiendo a Edith Piaf puedo decir: “no me arrepiento de nada”. No es poca cosa, tratándose de un libro político.
1.
Los textos cubren el periodo que se extiende desde la muerte de Hugo Chávez hasta las parlamentarias del 6D. Como toda periodización se trata de una construcción precaria pues nadie puede decir con seguridad cuando comienza y cuando termina un periodo histórico. No obstante, el periodo partía de una muerte y no hay nada que sea más definitivo que una muerte. El 6D, a su vez, me pareció una fecha indicada para cerrar el periodo. Después del 6D comenzará otro periodo y no estoy muy seguro si ese será el último de esta ya larga historia.
Sin embargo, “el cambio” al que hago mención comenzó a gestarse ya durante Chávez. Visto así, el gobierno Maduro no solo es la continuación temporal de el de Chávez. Es también su continuación política. Esa es la razón por la cual he rechazado en este libro la tesis, hoy mantenida por algunos sectores chavistas, relativa a que Maduro –habiendo dilapidado el enorme capital electoral que le fue legado- habría  “traicionado” a Chávez. Todo lo contrario. Maduro fue extremadamente leal a Chávez. Pienso incluso que Maduro es Chávez en los tiempos de Maduro. Todo el descalabro económico, toda la corrupción, toda la arbitrariedad y autoritarismo del régimen, todo, lleva el sigo de los tiempos de Chávez.
Maduro no imitó mal a Chávez. Lo imitó muy bien. Ahí reside el problema. Esa es la gran tragedia de Venezuela. Si bien Chávez está muerto, su obra destructiva ha sido radicalmente continuada por su sucesor.
2.
Varias veces he sido preguntado por las razones que me han llevado a ocuparme tan intensamente por Venezuela. Voy a dar la misma respuesta otra vez: se trata en verdad de dos razones. Una es política; otra es politológica. Vale la pena hacer la diferencia.
Desde el punto de vista político entiendo la emergencia de gobiernos autocráticos y autoritarios en América Latina -cuyo centro nuclear es la Venezuela chavista- como una reacción frente al proceso de democratización iniciado en las dos últimas décadas del siglo XX, sobre todo a partir del fin de la Guerra Fría. El momento culminante de ese proceso fue, como es sabido, el declive de las dictaduras militares.
Ahora bien, una de las características centrales del neo-autocratismo latinoamericano ha sido la reactivación de la lógica política de la Guerra Fría. Tanto en su lenguaje, estilo y discurso, presidentes como Morales, Correa, Ortega, los Kirchner, han intentado retornar al mundo de la Guerra Fría sobre la base de un anti-norteamericanismo retórico que, por lo demás, nunca practicaron.
La recurrencia al mentado “socialismo del siglo XXl”  ha sido una coartada destinada a otorgar legitimidad a gobiernos extremadamente centralistas, autoritarios, refractarios a la alternancia política y, por cierto, simpatizantes de las más sangrientas dictaduras del planeta. En esa perspectiva se trata de gobiernos radicalmente reaccionarios. 
Ahora, dentro de ese conjunto, los más reaccionarios, vale decir, los más antidemocráticos, han sido los gobiernos de Chávez y de los hermanos Castro, pues al autoritarismo propio a los gobiernos ya nombrados, agregaron un radical y exultante militarismo. Eso quiere decir: si arrancamos el antifaz ideológico socialista al chavismo y al castrismo, asoman sus verdaderos rostros: los de los últimos representantes de un militarismo anti-político encarnado ayer por Pinochet y por Videla. Por lo mismo cada derrota que los militaristas de hoy experimenten debe ser considerada como un desbloqueo al proceso de democratización iniciado en las postrimerías del siglo pasado.
La razón politológica de mi interés sobre Venezuela obedece a una cierta deformación profesional. Convencido como estoy de que la razón de la política no reside en los consensos sino en las diferencias, más todavía si estas son antagónicas, el caso de Venezuela despertó en mi una innegable voracidad intelectual. En efecto, creo que no hay país en el mundo en donde los antagonismos hayan alcanzado un tan alto grado de polarización.
Para quien ha ejercido la docencia, y además, escrito diversos textos sobre teoría política, el caso venezolano es un desafío. ¿Cómo seguir caminando sobre una muy estrecha vía política sin caer en el abismo de la violencia y de la guerra? Esa es la pregunta.
Hubo momentos, debo confesar, en los cuales llegué a pensar que toda posibilidad política estaba definitivamente cerrada. Y sin embargo, pese a encuentros no exentos de violencia y muerte, el primado de la política continúa vigente. A primera vista, un verdadero milagro. Pero no lo es.
El primado de la política por sobre las balas ha sido posible en gran medida gracias a la conducción de la MUD. Una conducción que no proviene de superhombres, ni de mesías, ni de héroes, ni de grandes oradores y en ningún caso de intelectuales iluminados por una estrella. La fortuna logró, sin embargo, juntar a un conjunto de personas con experiencia, con capacidad de diálogo, pero sobre todo, con sentido común. Un sentido común que no existe en el chavismo, pero tampoco en toda la oposición.
3.
Como notará el lector, yo mismo, como autor, he tomado partido. En ningún momento he tratado de ser imparcial. Objetivo sí; imparcial, no.
Ser objetivo no es lo mismo que ser imparcial. La objetividad es cumplida cuando la presentación de los hechos se ajusta a lo sucedido y con eso, basta. La imparcialidad en cambio es la práctica de emitir opiniones sin criticar a ninguno de los bandos en contienda. A veces tan loable intención puede ser posible. Hay otras, sin embargo, en las cuales es absolutamente imposible. En situaciones límites – y el chavismo es una de esas- donde la apuesta es entre dictadura o democracia, el ideal de imparcialidad puede llegar a convertirse en abierta complicidad.
Frente al conjunto de la oposición tampoco he sido imparcial. Ahí también he tomado partido. Motivos surgidos de una lógica elemental me obligaron a hacerlo. A lo largo del libro me pronuncio constantemente en contra de quienes desde la oposición atacaban a la MUD y a sus dirigentes con tanto o más virulencia que al propio chavismo. Pues para mí siempre estuvo muy claro: La MUD llegó a ser, para bien o para mal, el único frente de asociación de los partidos políticos democráticos de Venezuela. Intentar destruirla, desde fuera o desde dentro, sin proponer una organización alternativa, era, en mi opinión, simple masoquismo político.
Del mismo modo siempre me pronuncié en contra de quienes intentaron una salida no electoral, propiciando la abstención o embarcándose en aventuras destinadas a despertar el patriotismo de los militares. Buscar atajos o salidas me ha parecido siempre una locura sin nombre. La alternativa debía ser, no había otro camino, democrática, constitucional, pacífica y electoral. Solamente en dirección a esa alternativa la movilización en las calles podía adquirir algún sentido. Fuera de ella, no.
No era, por lo demás, la primera vez que frente a un proceso he tenido que tomar un doble partido. Lo de Venezuela fue para mí, en cierto modo, un “déjà-vu”.
La primera experiencia ocurrió durante los acontecimientos que llevaron a la fundación de Solidarnosc en Polonia (1981). Desde el primer momento surgieron ahí dos tendencias. Una era la del KOR, con Joseph Kuron y Adam Mischnik alrededor de Walesa. Dicha tendencia levantaba una alternativa democrática y electoral e incluso buscaba un acercamiento con fracciones comunistas organizadas alrededor del general Jaruzelski. La segunda, guiada por un catolicismo ultramontano, postulaba un enfrentamiento sin concesiones al régimen. El solo hecho de que la primera opción aseguraba las vías menos cruentas, me indujo a apoyarla sin reservas, gastando mucha tinta en su defensa (lo de la tinta no es metafórico; en ese tiempo no había internet).
La segunda experiencia tuvo que ver con el caso chileno. Ocurrió durante el plebiscito que llevó a la destitución de Pinochet. Ahí se enfrentaron dos tendencias: la de una fracción mayoritaria del Partido Socialista unido a la Democracia Cristiana, por el plebiscito, y la del Partido Comunista más una fracción socialista unida a grupos de extrema izquierda, por una salida insurreccional. Como sucedió en el caso polaco, volví a gastar tinta defendiendo a la primera opción. Incluso escribí un libro sobre el tema. Por ahí debe estar amontonado, entre otros.
Hoy me ha vuelto a suceder lo mismo por tercera vez. La única diferencia es que en Venezuela la última palabra no ha sido pronunciada. Por eso esta vez he escrito un libro que termina con puntos suspensivos: “el cambio” no ha terminado. Está recién comenzando.
Si Dios me da alguna de sus fuerzas, podría ser incluso posible que alguna vez decida escribir otro libro sobre el tema. Nadie sabe. Ya veremos.
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