Un peligro que amenaza al análisis político es el pensamiento esencialista.
Traduzco:
Por esencialismo entiendo la sumisión de diversos fenómenos bajo un solo
concepto de modo que todas sus diferencias son anuladas. Uno de esos conceptos
es el de populismo.
Nombrando
al populismo cada uno entiende lo que quiere: demagogia, culto a la
personalidad, participación de las masas y muchas otras cosas. Lo único que
tienen en común todas estas denominaciones es la apelación al pueblo. Pero si
es así, toda la política moderna seria populista pues ningún partido puede
ganar una elección sin invocar al pueblo.
Lo
vimos recientemente en Argentina.
Una
de las razones que explica por qué Macri logró derrotar al cristinismo fue
por haber apelado de modo amplio al
pueblo. Mientras el pueblo de Scioli era un pueblo excluyente cuyo imaginario
estaba formado por trabajadores y oprimidos, el de Macri era un pueblo
incluyente: un pueblo- nación, sin distinción de ideologías ni de clases. En
ese punto Macri habría sido mejor populista que Scioli.
La
esencialización de conceptos puede llevar a grandes equívocos. Hay quienes,
creyendo que el populismo es “cosa en sí”, han profetizado que con Macri
comienza el fin del populismo en América latina. Desde esa óptica, el chavismo
sería lo mismo que el peronismo. Nada más absurdo.
Si
el chavismo es derrotado el 6-D no lo será por su política populista sino
porque simplemente ya no tiene la capacidad de ser populista. Maduro, el
anti-líder, en comparación con Chávez, ha perdido mucho pueblo. Y, evidente, no
puede haber populismo sin pueblo. Pero aunque así fuera: quien asimila al
chavismo con el peronismo significa que no tiene la menor idea de la historia
del peronismo. Pues si nos atenemos a las diferencias podríamos incluso
comprobar que no solo no son semejantes, sino en muchos puntos, antagónicos.
Veamos:
- El Partido Justicialista, formado por trabajadores sindicalmente
organizados, surgió al margen del Estado antes de que apareciera Perón. El
PSUV en cambio nació como un partido-estado.
- A diferencias de Chávez, Perón no destruyó a los sindicatos obreros.
Todo lo contrario: Los integró en una alianza pluriclasista dentro de la
cual ellos constituirían uno de sus ejes centrales.
- El primer Perón no destruyó la capacidad productiva del país como
hicieron Chávez y Maduro. En cierto modo continuó la industrialización ya
iniciada por la oligarquía agroganadera.
- Perón, a pesar de ser militar, nunca fue militarista como Chávez y Maduro.
Más todavía: el peronismo llegó a ser el partido anti-militar frente a un
ejército convertido en el partido uniformado de la derecha. Jamás Perón
podría haber sugerido la formación de una Junta “cívico-militar” como lo
hace con tanta desvergüenza Maduro.
- Perón jamás delegó la soberanía ideológica y política a otra nación
como hizo Chávez con respecto a Cuba.
No
se trata por cierto de apologizar al peronismo. La enorme corrupción
gubernamental del kirchnerismo es parte de su legado. Cristina solo perfeccionó
los métodos mafiosos establecidos por el padre fundador. Pero las razones aquí
nombradas, a las que pueden ser agregadas otras, explican por qué el mito Perón
continúa vivo en el alma política argentina.
Si
el peronismo regresa después de Macri, no será parecido al cristinismo: será
otro peronismo. Y si se impone el matiz ciudadano que rodea a Massa y al mismo
Scioli, puede que Macri pase a la historia no como quien puso fin al peronismo
sino como el presidente que lo civilizó, obligándolo a convertirse en un
partido ciudadano y moderno. Massa y Scioli ya lo saben: el primero rompió
con el cristinismo en nombre del peronismo. Scioli se muere por hacer lo mismo
y en un momento determinado, lo hará.
Como el tango, el peronismo es típicamente argentino. Más allá de todos
sus males y taras es un invento altamente ingenioso –e incopiable- que permite
a diversos partidos y tendencias participar en política haciendo referencia a
un antepasado común, a mantener una relación con la historia nacional, a tejer
un lazo de ficticia hermandad, a darse de repente la mano en medio de tantos
odios.
Hay
peronismo para rato. Lo que ha sido derrotado en la Argentina, y solo por
ahora, es una de sus formas: la menos peronista, la menos argentina y, a la vez, la más chavista.
¿Y
habrá macrismo para rato? Eso nadie lo
sabe todavía. Estamos frente a una
historia que recién comienza. En gran medida la respuesta dependerá del mismo
Macri.