Con la invasión militar y anexión de Crimea por parte de Rusia, y la subsiguiente guerra en el este de Ucrania, el presidente Vladimir Putin dejó perfectamente en claro que no tiene ninguna intención de respetar la inviolabilidad de las fronteras y la primacía de las normas legales internacionales. Es hora de que los europeos pongan fin a su ilusión de un orden continental determinado por el régimen de la ley. El mundo, desafortunadamente, no es así. Es mucho más difícil, y rige el poder.
La intervención militar de Rusia en Siria y la crisis de refugiados de Europa subrayan este punto. Europa debe admitir que si no se ocupa de sus intereses geopolíticos, tarde o temprano las crisis en las regiones vecinas llegarán hasta su puerta.
A diferencia de Estados Unidos, Europa no es una isla continental aislada por océanos. Es el extremo occidental de la gigantesca masa de tierra de Eurasia. Europa del este, Medio Oriente y el norte de África son sus vecinos directos, y este vecindario inestable plantea los mayores riesgos para la seguridad de Europa en el siglo XXI.
¿Cómo debería lidiar Europa con una Rusia que vuelve a perseguir una política de gran potencia y comete casi los mismos errores que la Unión Soviética, que dependía igualmente del autoritarismo para intentar reconciliar las ambiciones de una superpotencia militar con la realidad de una economía moderadamente desarrollada y escasamente modernizada?
Rusia es el vecino de Europa, lo que implica que un modus vivendi es esencial. Al mismo tiempo, las ambiciones geopolíticas de Rusia la convierten en una amenaza continua para la seguridad de Europa. Por ese motivo, una fuerte relación transatlántica sigue siendo indispensable para Europa, como lo es el resurgimiento de sus propias capacidades de disuasión.
En el corto plazo, la relación con Rusia probablemente esté dominada por los esfuerzos por poner fin a la guerra en el este de Ucrania, salvaguardar el territorio de la OTAN en el este e impedir que la crisis se expanda hacia el sudoeste y los Balcanes. Sin embargo, más allá de la crisis actual, está surgiendo un desafío estratégico mucho más fundamental.
Europa actualmente está persiguiendo una política para con China -la potencia mundial emergente del siglo XXI- que se basa en una combinación poco realista e inconsistente de preocupación por los derechos humanos y por las ganancias corporativas. Aquí también Europa debe demostrar una conciencia mucho más profunda de los riesgos geopolíticos y de cuáles son sus mejores intereses.
China, situada en el extremo oriental de Eurasia, está planeando reabrir la Ruta de la Seda continental a través de Asia central y Rusia en dirección a Europa. La explicación pragmática para este gigantesco proyecto estratégico (con un volumen de inversión de unos 3 billones de dólares) es la necesidad de desarrollar la región occidental de China, que hasta el momento se ha beneficiado poco del éxito económico de las regiones costeras. En la realidad, en cambio, el proyecto es de suma importancia, principalmente en términos geopolíticos: China, una potencia terrestre, quiere desafiar la potencial influencia económica y política de Estados Unidos, una potencia naval, en Eurasia.
En términos prácticos, el proyecto de la Ruta de la Seda de China creará una alternativa estratégica para las estructuras transatlánticas occidentales, y Rusia tendrá que aceptar el papel de un socio junior permanente o correr el riesgo de un conflicto serio con China en Asia central. Pero la opción de una inclinación oriental u occidental no está en el interés de Europa. Por el contrario, esa elección desgarraría en dos a Europa, tanto política como económicamente. Europa, que está más estrechamente vinculada a Estados Unidos en términos normativos y económicos, necesita la garantía de la seguridad transatlántica.
Por este motivo es que, al lidiar con Rusia, la Unión Europea debería perseguir un curso de adhesión firme a sus principios y a la OTAN. Sin embargo, necesita al mismo tiempo tener buenas relaciones con China y no puede bloquear el proyecto de la Ruta de la Seda. De manera que, al lidiar con China, Europa debe ser clara respecto de sus intereses, y esto requerirá un alto grado de unidad.
Mientras tanto, la crisis de refugiados resalta la enorme importancia para Europa de la Península balcánica (incluida Grecia), que es el puente terrestre al Cercano Oriente y a Medio Oriente. En este sentido, Turquía es aún más importante para los intereses europeos. Los líderes europeos hicieron un cálculo profundamente erróneo al inicio de las conversaciones de incorporación de Turquía a la UE, creyendo que los vínculos estrechos harían de los conflictos de Oriente Medio un problema de Europa. Como demuestra la experiencia actual, a falta de vínculos firmes con Turquía, la influencia de Europa en la región y más allá -desde el Mar Negro hasta Asia central- es prácticamente nula.
Los desenlaces domésticos en Turquía bajo al presidente Recep Tayyip Erdoğan y la renovada militarización de la cuestión kurda hacen que una estrategia política resulte cualquier cosa menos fácil. Pero Europa no tiene alternativas (y no sólo por los refugiados). Esto es aún más cierto si se considera que el surgimiento de Rusia en Siria y la alianza de facto del Kremlin con Irán están, una vez más, empujando a Turquía hacia Europa y Occidente, lo que significa que hay una chance real para un nuevo comienzo.
De todos modos, el potencial para una influencia europea en Medio Oriente sigue siendo bajo, y la región continuará siendo peligrosa en el largo plazo. En verdad, Europa debería evitar tomar partido en el conflicto entre los chiitas y los sunitas o entre Irán y Arabia Saudita. Por el contrario, los intereses de Europa estarían mejor defendidos si adoptara un curso de ambigüedad estratégica.
Sin embargo, esto no es válido en el Mediterráneo oriental. De hecho, toda la región del Mediterráneo, incluida la costa estratégicamente ubicada del norte de África, juega un papel crucial en los cálculos de seguridad de Europa. La elección es entre un mare nostrum o una región de inestabilidad e inseguridad.
En el mismo espíritu, la política para África de la UE finalmente debe abandonar los patrones de pensamiento post-coloniales en favor de la búsqueda de los propios intereses de Europa. Las prioridades deben ser la estabilización del norte de África, la ayuda humanitaria y el respaldo a largo plazo del progreso político, económico y social. Y los vínculos más estrechos deberían incluir oportunidades para una migración legal a Europa.
El retorno de la geopolítica significa que la opción fundamental a la que se enfrenta Europa en el siglo XXI será entre la autodeterminación y la dominación externa. La manera en que Europa aborde esta cuestión determinará no sólo su propio destino, sino también el de Occidente.
Joschka Fischer was German Foreign Minister and Vice Chancellor from 1998-2005, a term marked by Germany’s strong support for NATO’s intervention in Kosovo in 1999, followed by its opposition to the war in Iraq. Fischer entered electoral politics after participating in the anti-establishment protests of the 1960s and 1970s, and played a key role in founding Germany’s Green Party, which he led for almost two decades.