Hay
que pensar a veces en condicional, tiempo prohibido para historiadores,
impropio para la práctica política, necesario sí, cuando se trata de
reflexionar acerca de las posibilidades que pueden surgir en el futuro si este
aparece como una realidad demasiado próxima.
Cuando
digo condicional no digo especulativo. Hay indicios que apuntan hacia la
posibilidad de que un triunfo de la oposición venezolana sea realidad el 6-D.
Las encuestas coinciden. Pero en tanto no leamos las cifras finales, son solo
indicios, probabilidades; nada más.
Lo
cierto es que si la oposición logra un triunfo electoral estaremos frente a un
gran acontecimiento histórico; uno que marcará a fuego un antes y un después;
un nuevo comienzo; la apertura de otro espacio en ese largo camino que lleva
hacia la conquista de la democracia.
Si
la oposición gana el 6-D, esa oposición pasará de hecho a ser parte
constitutiva del Estado; perderá su carácter marginal y asumirá
responsabilidades públicas. Independientemente
a si el gobierno de Maduro reconozca o no a la oposición, el hecho
objetivo es que la tendrá ahí, a su lado. De una u otra manera esa oposición
buscará usar el poder legislativo como un contrapeso frente al ejecutivo.
Si
la oposición gana el 6-D no solo será legítima; será, además, legal. Doblemente
legal: lo será porque accederá legalmente a ocupar el sitial que le corresponde
y porque a sus manos será entregada la potestad legal, esto es, la facultad de
dictar y revocar leyes.
El
acceso de la oposición al Estado abrirá un dilema al gobierno de Maduro: o la convivencia institucional con un poder
hasta ahora considerado como enemigo, o la aceptación de un Estado dividido en
dos partes antagónicas e irreconciliables.
¿Aceptará
Maduro compartir el Estado con el enemigo? Hablando de un gobierno normal esa
sería la más óptima de todas las alternativas. Si uno revisa la historia
reciente de Europa nos encontramos con diversos tipos de gobiernos convivientes
y nadie se muere por eso. Pero ¿es el de Maduro un gobierno normal? En esa
pregunta yace el principal problema que vivirá Venezuela en pocos días más.
El
gobierno de Maduro no es normal en el sentido de su autodefinición: es un
gobierno que se dice y cree ser revolucionario.
Para
un gobierno que se dice y cree ser revolucionario, el poder cuando se tiene no
se entrega. Esa era en el pasado una de las afirmaciones favoritas del mentor
ideológico del chavismo, Fidel Castro.
Efectivamente,
un gobierno, para un revolucionario, no es un fin. Es solo un medio en el
camino que lleva a la conquista del poder, de todo el poder. La razón de la
revolución para los revolucionarios -aún para los de tercera clase como son los
que rodean a Maduro- está situada por sobre todo, incluyendo en ese todo a la
Constitución y a las Leyes.
Efectivamente,
cuando Maduro viola las leyes (enviando a prisión a sus adversarios, por
ejemplo) lo hace, aunque parezca irrisorio, siguiendo el designio de una
religión política. Así como para los cristianos el amor se encuentra por encima
de la ley temporal, para los revolucionarios, la revolución está por sobre
todas las leyes y constituciones.
Incluso
cuando son minorías, la revolución es la ley de los revolucionarios. Mayorías o
minorías son para ellos factores accidentales y fortuitos. Si el pueblo no los
sigue es simplemente porque el pueblo se ha equivocado. Como dijo un alto
funcionario de la ex RDA, pocos días antes de la caída del muro: “hay momentos
en que el pueblo debe ser obligado a encontrar su felicidad”.
Lo
más probable entonces es que si la oposición gana el 6-D, el gobierno Maduro,
siguiendo la anormalidad ideológica congénita que lo determina, intentará
desconocer al nuevo poder legislativo.
Si
es que a alguien del gobierno no se le ilumina de pronto el cerebro, habrá que
contar entonces con la posibilidad de dos poderes antagónicos al interior y al
exterior del Estado. A un lado, el poder instrumental: el de los decretos, el
del aparato represivo, el de los grupos para-militares. Al otro lado, el poder
de la mayoría nacional, el del pueblo soberano, el de la legitimidad y el de la
legalidad. Como decían los bolcheviques pocos días antes de la revolución de
Octubre en Rusia, en Venezuela surgirá una situación de doble poder.
Maduro
seguirá creyendo que él y sus secuaces son el pueblo y la revolución a la vez.
Será difícil que el poder de la mayoría nacional representado en la Asamblea
Nacional logre convencerlo de lo contrario. Como ha demostrado magistralmente
Alberto Barrera Tyszca en su formidable novela “Patria o Muerte”, la que vive
Venezuela no es una situación sociológica; es más bien una situación
patológica.
En
el marco de los acontecimientos que se avecinan, hay un actor que, se quiera o
no, pasará a ocupar un lugar decisivo. Me refiero al ejército: a las FAN. Con
ellas al parecer cuenta Maduro en caso de que la oposición gane las elecciones
del 6-D. En ese sentido la amenaza de Maduro relativa a que
si la oposición gana el 6-D apelaría a una alianza entre el pueblo (Maduro y
su grupo) y los militares, debe ser tomada muy en serio.
Eso
significa que el anuncio de la tan mentada Unión Cívica Militar no es una
simple fanfarronada. Se trata, para que nadie se equivoque, de una amenaza de
golpe militar hecho desde el mismo gobierno en contra del parlamento. Léase:
desconocimiento de las facultades legislativas, gobernancia por decreto y
militarización absoluta del Estado. Todo en nombre de la revolución y del
legado histórico del “Comandante Eterno”.
Por
supuesto, Maduro nunca dirá: “Haré un golpe de estado”. Reconocerá el resultado
electoral y poco a poco, en la mejor escuela del chavismo, intentará ignorarlo.
Su objetivo será convertir a la Asamblea Nacional en un simple ornamento del
Estado. Intentará, ahí yace la astucia de la Unión Cívico Militar, someter al
legislativo bajo el peso de las armas.
La
pregunta frente a esa posibilidad es obvia: ¿se prestarán las FAN para actuar
como comparsas de una farsa antidemocrática y dictatorial en contra de la
mayoría nacional?
La
respuesta depende, a su vez, de dos preguntas. La primera: ¿Cuán mayoritaria
será la nueva mayoría? La segunda: ¿Cuán unitaria será la nueva mayoría?
Ninguna
de esas dos preguntas pueden ser respondidas con absoluta seguridad en estos
momentos. Pero las dos son muy decisivas.
Si
la oposición gana el 6-D, escribiré de nuevo sobre este tema el 7-D.