El triunfo de Macri
ha sido visto en diferentes países latinoamericanos como un punto de partida de
cambios políticos que tendrán lugar a escala regional. Si es así, la derrota
del cristinismo podría alcanzar una significación internacional tanto o más
grande que la nacional.
Al fin y al cabo,
si los peronistas logran armar una sólida oposición, regresarán alguna vez al
poder. Con ropajes más democráticos o por lo menos más civiles que los usados
por el cristinismo, puede ser posible. No ocurrirá lo mismo con el gobierno de
Venezuela, el gran perdedor internacional del triunfo de Macri.
El triunfo de Macri
está a punto de poner punto final a una alianza de autocracias cuyo objetivo
era nada menos que ejercer hegemonía sobre todo el continente.
De hecho, los
jerarcas venezolanos deberán despedirse del rol conductor que buscó Chávez para
sí. En la práctica ya lo habían perdido antes del triunfo de Macri. El
reencuentro de Cuba con los EE UU postergó la antigua utopía castrista de la
revolución continental hacia tiempo indefinido.
La retirada de
Argentina, miembro informal de la alianza “revolucionaria” que una vez comandó
Chávez, solo será la firma que decretará el fin de la fiesta “bolivariana”.
El anuncio de
Macri, destinado a poner en el banquillo de los acusados al gobierno de Maduro en Mercosur, no da lugar para
interpretaciones. Si a ello sumamos la crisis del lulismo personificado en la
radical impopularidad del gobierno Rousseff y el cambio de orientación
estratégica de la OEA desde el momento en que su secretaría general fue asumida
por Luis Almagro, no es exagerado afirmar que ALBA ha llegado a ser un grotesco
remedo de lo que una vez quiso ser.
Correa buscará seguramente un acomodo compatible con el desarrollismo tecnocrático que intenta
impulsar en Ecuador. Ortega seguirá otorgando facilidades inversionistas a EE
UU a cambio de que lo dejen tranquilo con su revolución familiar. Y Evo podrá
continuar su revolución pachamámica, que con eso no le hace mal a nadie. Todo
esto significa que la idea de la revolución bolivariana continental deberá
despedirse del continente, quizás para siempre. En buena hora. Con su retirada
se abrirán nuevas alternativas democráticas. Alternativas que no son de izquierda
ni de derecha.
No solo las
derechas latinoamericanas han unido su destino con dictaduras. La izquierda en
su forma comunista-pro soviética primero y en su forma castrista-chavista
después, nunca ha sido democrática. Nació, creció y envejeció bajo el amparo de ideologías y naciones
despóticas. Si aceptó el juego de la democracia solo lo hizo siguiendo una
lógica instrumental cuyo objetivo final era la ocupación del Estado. En nombre de la supuesta e incumplida satisfacción
de demandas sociales intentó eternizarse en el poder, ya sea a la fuerza como
en Cuba, o alterando las constituciones en busca de reelecciones indefinidas.
Si ayer Stalin y Castro fueron sus ídolos, hoy ha asumido los modelos
autocráticos de Lukaschenko y Putin. Este último deberá contentarse ahora con
mirar a América Latina desde lejos.
El triunfo de Macri
abre la posibilidad del retorno de Argentina –un país atlántico- al redil
político occidental. Si el nuevo gobierno asume sus propósitos, atrás quedarán
los tiempos en los cuales Cristina Fernández y Hugo Chávez rendían pleitesía a
las más tenebrosas dictaduras del planeta. La Argentina de Macri, visto desde
esa perspectiva, podría llegar incluso a ejercer un cierto liderazgo político
regional. Algo que ni con Perón logró.