Menos que duelo retórico parecía boxeo. Los adiestradores preocupados
del maquillaje, de los gestos, del tono de la voz y de la frase fulminante. Los
alumbradores no paraban de trabajar. Al revisar los videos del espectáculo
medial ofrecido por los candidatos argentinos, Daniel Scioli y Mauricio Macri
(15.11.2015), no pude sino recordar una de las tesis de Max Weber (Política
como Profesión).
Para el gran sociólogo alemán una política sin espectáculo es letal para
la política. La política es pública, requiere de escenarios, polémica, debate.
En ese punto los argentinos no se pueden quejar. Scioli y Macri los
entretuvieron a rabiar. Dos duchos políticos que siendo amigos se conocen muy
bien cuando deben actuar como enemigos.
Macri sorprendió a Scioli al comenzar atacando de modo inusualmente
agresivo. Todos esperaban lo contrario. Scioli descolocado se repuso rápido y
cambió los ritmos, propinando golpes argumentativos rápidos y cortos. Macri en
las fases finales solo se dedicó a frenarlo con oficio y cancha. Cuando terminó
el duelo la opinión fue casi unánime: empate técnico. No hubo KO. Pero fue una
buena pelea.
Era imposible que alguien ganara. Una semana antes de la votación casi
no había quien no tuviera una decisión. Además, los temas no fueron
controversiales: un ajuste del dólar, más puestos de trabajo por aquí o por
allá, frases hechas sobre la función social del Estado o sobre el rol del
mercado. No mucho más. Sin embargo, mientras más de acuerdo ambos estaban, más
se esforzaban en aparecer en desacuerdo. ¿Teatro, puro teatro como cantaba
La Lupe en su legendario bolero? No necesariamente.
Más allá de los programas y promesas de rigor había algo muy grande
puesto en el juego: Nada menos que el cristinismo, fase superior del
kirchnerismo y a la vez forma última del peronismo.
Scioli, precisamente uno de los críticos internos de Cristina, debía
defenderla. Si se decidía hacia un lado, perdía el apoyo del cristinismo. Si se
decidía hacia el otro, el del sciolismo (y del masismo). Al final no pudo hacer
ni lo uno ni lo otro.
Scioli ha vivido así en carne propia la contradicción platónica entre lo
que se es y lo que se representa. Por eso, creen los analistas, Scioli perderá
en el balotaje. La lógica camina a favor de Macri y las encuestas, después del
papelón de la primera vuelta, han comenzado también a rendirse a la lógica.
Siempre y cuando que el peronismo concebido como etnia no se incline en el
último segundo a favor de Scioli. Es la última esperanza de Cristina.
La contradicción “estado o mercado” que echó a andar el cristinismo,
repetida por todo el cretinaje de la izquierda populista latinoamericana, es
falsa de pies a cabeza. Ni Cristina ha sido enemiga del mercado ni Macri lo
será del Estado; y eso lo sabía Scioli. De tal modo, más que un contraste de
temas hubo uno de estilos. El estilo del cristinismo es polarizador. El de
Macri es diagonal. Macri sabe meterse entre las filas enemigas, desconcertar al
adversario y buscar consensos.
Por momentos el debate entre Scioli y Macri parecía una discusión entre
Carl Schmitt y Antonio Gramsci. Mientras Scioli en su fallida posición
cristinista buscaba destruir al enemigo, Macri intentaba ejercer hegemonía
sobre el adversario. Macri, sin duda, las tenía fácil.
Esas dos formas de hacer política no son solo argentinas. Son muy
latinoamericanas. Razón por la cual uno no puede sino pensar que, si de verdad
en Argentina termina un ciclo, puede ser también el comienzo del fin de todo un
ciclo en la historia del populismo latinoamericano. Falta poco para saberlo.