Fernando Mires - ¿ARGENTINA EN FIN DE CICLO?




Menos que duelo retórico parecía boxeo. Los adiestradores preocupados del maquillaje, de los gestos, del tono de la voz y de la frase fulminante. Los alumbradores no paraban de trabajar. Al revisar los videos del espectáculo medial ofrecido por los candidatos argentinos, Daniel Scioli y Mauricio Macri (15.11.2015), no pude sino recordar una de las tesis de Max Weber (Política como Profesión).
Para el gran sociólogo alemán una política sin espectáculo es letal para la política. La política es pública, requiere de escenarios, polémica, debate. En ese punto los argentinos no se pueden quejar. Scioli y Macri los entretuvieron a rabiar. Dos duchos políticos que siendo amigos se conocen muy bien cuando deben actuar como enemigos.
Macri sorprendió a Scioli al comenzar atacando de modo inusualmente agresivo. Todos esperaban lo contrario. Scioli descolocado se repuso rápido y cambió los ritmos, propinando golpes argumentativos rápidos y cortos. Macri en las fases finales solo se dedicó a frenarlo con oficio y cancha. Cuando terminó el duelo la opinión fue casi unánime: empate técnico. No hubo KO. Pero fue una buena pelea.
Era imposible que alguien ganara. Una semana antes de la votación casi no había quien no tuviera una decisión. Además, los temas no fueron controversiales: un ajuste del dólar, más puestos de trabajo por aquí o por allá, frases hechas sobre la función social del Estado o sobre el rol del mercado. No mucho más. Sin embargo, mientras más de acuerdo ambos estaban, más se esforzaban en aparecer en desacuerdo. ¿Teatro, puro teatro como cantaba La Lupe en su legendario bolero? No necesariamente.
Más allá de los programas y promesas de rigor había algo muy grande puesto en el juego: Nada menos que el cristinismo, fase superior del kirchnerismo y a la vez forma última del peronismo.
Scioli, precisamente uno de los críticos internos de Cristina, debía defenderla. Si se decidía hacia un lado, perdía el apoyo del cristinismo. Si se decidía hacia el otro, el del sciolismo (y del masismo). Al final no pudo hacer ni lo uno ni lo otro.
Scioli ha vivido así en carne propia la contradicción platónica entre lo que se es y lo que se representa. Por eso, creen los analistas, Scioli perderá en el balotaje. La lógica camina a favor de Macri y las encuestas, después del papelón de la primera vuelta, han comenzado también a rendirse a la lógica. Siempre y cuando que el peronismo concebido como etnia no se incline en el último segundo a favor de Scioli. Es la última esperanza de Cristina.
La contradicción “estado o mercado” que echó a andar el cristinismo, repetida por todo el cretinaje de la izquierda populista latinoamericana, es falsa de pies a cabeza. Ni Cristina ha sido enemiga del mercado ni Macri lo será del Estado; y eso lo sabía Scioli. De tal modo, más que un contraste de temas hubo uno de estilos. El estilo del cristinismo es polarizador. El de Macri es diagonal. Macri sabe meterse entre las filas enemigas, desconcertar al adversario y buscar consensos.
Por momentos el debate entre Scioli y Macri parecía una discusión entre Carl Schmitt y Antonio Gramsci. Mientras Scioli en su fallida posición cristinista buscaba destruir al enemigo, Macri intentaba ejercer hegemonía sobre el adversario. Macri, sin duda, las tenía fácil.

Esas dos formas de hacer política no son solo argentinas. Son muy latinoamericanas. Razón por la cual uno no puede sino pensar que, si de verdad en Argentina termina un ciclo, puede ser también el comienzo del fin de todo un ciclo en la historia del populismo latinoamericano. Falta poco para saberlo.