la vida es como
una maratón
desde el primer
grito
hasta que corres
a través de las flores
hacia las calles
sucias y frías
y continúas
corriendo, corres
enloquecido a lo
largo y a lo ancho
de las
habitaciones de las muchachas
vestidas de
blanco azul y rojo
mirando desde sus
ventanas
las sucias
escuelas de niños delirantes
hasta que un día
despiertas, corriendo
bajo los árboles
de una universidad
donde profesores
alcohólicos
deshojan palabras
e ideologías
y sigues corriendo
hacia el trabajo diario
hecho de tizas y
ladrillos y uniformes
hasta llegar, besando, a la cama a beber
el café frío de
la madrugada que avanza
hacia la noche
donde habitan
las sangres y sus
muertos, corriendo,
continúas
corriendo hacia
los exilios,
los países
lejanos,
las pérdidas, las
heridas
los lutos
los idiomas
imposibles,
los trabajos de
ocasión,
las jubilaciones
las enfermedades
incurables
corriendo,
corriendo, corriendo
hacia una meta
final
aparecida de
pronto cubierta
por magnolias y
tumbas de arena
y al mirar hacia
atrás descubres,
que eres el
vencedor indiscutido
pero no porque
hubieras sido
el más rápido,
solo el más solitario,
y atraviesas la
meta, corriendo, corriendo
con un atroz
grito de victoria
para después de
la meta no ver nada
solo un lucero
que brilla y avanza
y ese lucero eres
tú mismo que corres
en dirección
contraria a la tuya,
corriendo,
siempre corriendo
eres tu mismo el
que viene corriendo
a recibirte en
sus brazos y decirte al oído
hemos vencido
hermano, amigo mío
hemos vencido en
la maratón de la vida
hemos vencido y
ya estamos en el cielo
donde no hay
nadie más que Nosotros
los Dos en Uno corriendo, corriendo, corriendo.