Se veía venir. El bombardeo iniciado de modo unilateral por Rusia en regiones de Siria (30-S) –supuestamente en contra de posiciones del ISIS- se veía venir.
Putin,
a diferencia de gobernantes de países democráticos no necesita preguntar a
nadie para tomar sus decisiones. Mientras Obama debe buscar consensos
nacionales e internacionales, Putin decide en minutos al consultar solo con su
almohada. La Cámara Alta ratifica después. El suyo -por ahora es su gran
ventaja- es un gobierno unipersonal. Sin embargo, Putin no es imprevisible. Hay
una cierta lógica en su accionar. Que esa lógica no quiera ser reconocida por
la mayoría de los gobiernos occidentales, es harina de otro costal.
Como
Stalin ayer, a Putin, si le dejan un espacio vacío, avanza. Su proyecto, si no imperial, es expansivo. Visto así, el
apoderamiento del espacio territorial y aéreo de Siria que está llevando a cabo
Rusia no se diferencia demasiado en su lógica de la ocupación militar de
Crimea.
Desde
su perspectiva expansionista Putin sabe mover sus piezas. Ha comprobado que los
EE UU –a pesar de los bombardeos más
bien simbólicos de Francia en Siria– no cuentan con el decidido apoyo de
Europa, abocada a enfrentar un tsunami migratorio. Sabe, además, que los EE UU
no están dispuestos (todavía) a embarcarse en una guerra librada en el terreno.
Y no por último ha captado que los aliados islámicos de Obama –sobre todo
Turquía y Arabia Saudita- son cualquiera cosa, menos confiables. Habiendo
tomado entonces noticia de estas condiciones Putin ha decidido intervenir
militarmente y por su cuenta en Siria.
Putin,
además, ha sabido plantear su posición en términos políticos. Su mensaje a
Obama ha sido presentado de modo aparentemente disuasivo. Ha manifestado su
disposición a colaborar con los EE UU en la guerra en contra de ISIS e incluso a llevar a cabo operaciones militares en el terreno. Su
única condición es la inamovilidad del dictador El-Asad.
La
respuesta negativa de Obama seguramente la esperaba Putin. EE UU acepta
formalmente la colaboración militar de Rusia pero no la permanencia de El-Asad
en el poder. La reacción de la política europea fue también previsible.
¿Por
qué rechazar tan tentadora oferta? –se preguntan los “expertos internacionales”
en los diarios más prestigiosos de Europa-. Después de todo Putin realiza el
trabajo militar que los europeos no pueden ni quieren hacer. La permanencia de
El-Asad en el poder tampoco puede ser un obstáculo: la primavera árabe ya no
existe –sus participantes han emprendido el éxodo hacia Europa- y en la región
casi todos los gobernantes son dictadores. ¿Cuál es el problema entonces para
mantener a El-Asad en el poder?
Para
los EE UU, desde un punto de vista formal, la presencia de El-Asad en el
gobierno no significa ningún problema. Después de todo Obama favoreció un golpe
de Estado en Egipto en contra del gobierno islamista pero constitucional de
Morsi (hoy en prisión y condenado a muerte), mucho menos peligroso que ISIS.
Hay
que deducir entonces que el problema para Obama no es El-Asad. El
problema es el mismo Putin.
O
mejor dicho: El-Asad es un problema en tanto representante del poder de Putin
en Siria. En ese sentido asombra el cinismo de los políticos europeos cuando
fingen no darse cuenta de que entre El-Asad y Putin existe un pacto que va más
allá de una simple alianza político-militar. De lo que se trata para Putin es
de, mediante un gobierno títere sirio (puede incluso no ser el de El-Asad),
mantener la ocupación militar y bajo el pretexto de combatir a ISIS, convertir
a Siria en un protectorado militar ruso. En términos reales ya lo es. Pero el
objetivo no termina ahí.
En
tanto ISIS no solo controla Siria sino una parte considerable de Irak, Putin,
en nombre de la guerra en contra del terrorismo islámico podrá ampliar su radio
de acción y con el consentimiento de Irán, ocupar vastas regiones de Irak. En
otras palabras, el proyecto Putin es recuperar en Medio Oriente las posiciones
que perdió la URSS con su derrumbe. No olvidemos que tanto Sadam Husein, como
Gadafi y el padre de El-Asad se declaraban “socialistas”.
Esta
vez, claro está, la reocupación de los que fueron condominios soviéticos no
será llevada a cabo en nombre del socialismo, sino, casi imitando a Bush, en
nombre de una cruzada en contra del islamismo, perfectamente compatible con el
fanatismo anti-islámico de la reaccionaria iglesia ortodoxa rusa, aliada fiel
de Putin.
¿Qué
pueden hacer los EE UU para evitar esa, sin duda, habilísima estrategia de
Putin? Por el momento muy poco. Veamos:
La
primera posibilidad sería reinsistir en la coalición internacional en contra
del ISIS e incorporar en ella a Rusia como un miembro más. Fue
esa la razón por la cual Obama, aprovechando su estadía en la ONU, convocó a
una conferencia para reforzar una coalición de carácter mundial anti-ISIS a la
que no asistió Putin, enviando solo a un funcionario de tercera categoría. Al
día siguiente Putin, sin avisar a nadie, bombardeó diversas zonas de Siria, y
para colmo, no aquellas en las cuales el ISIS tiene mayor presencia.
Dos días
después (2 de Octubre) Putin anunció estar dispuesto a “colaborar” con EE UU en la
guerra en contra de ISIS pero no a formar parte de una coalición internacional. Más claro no pudo ser. A partir de este
momento ya hay dos guerras en el Oriente Medio, la de Putin y la de Obama.
El
mensaje enviado por Putin a los aliados de EE UU fue clarísimo: Ustedes pueden
formar las coaliciones que quieran. Eso me tiene sin cuidado. Pero si ustedes desean derrotar de verdad al ISIS, solo tienen dos alternativas: o intervienen
directamente en la guerra, o conceden a Rusia el monopolio de la lucha en
contra del islamismo. Putin sabe que la primera alternativa es, salvo quizás
para Francia, la más difícil de asumir por los países europeos.
Por
otra parte Putin mantiene aliados, directos o indirectos, en el propio espacio
europeo, aliados que le ayudan a paralizar una acción conjunta de la OTAN en
Siria. Estos son por el momento cuatro:
1)
El anti-americanismo de la ultraderecha emergente (Frente Nacional en Francia y
gobiernos anti-occidentales como el de Urban en Hungría entre otros)
2)
Las socialdemocracias, sobre todo la alemana y la escandinava, las que no han
logrado desprenderse de las ideologías de la Guerra Fría según las cuales
Rusia, ayer la URSS, puede llegar a ser un aliado estratégico de Europa en la
economía primero y en la política después.
3)
El pacifismo a-político, profundamente arraigado en la cultura política europea
después de la segunda guerra mundial, revitalizado por los movimientos
pacifistas europeos de los años ochenta.
4)
El antiamericanismo disfrazado de “antiimperialismo” de las izquierdas no
socialdemócratas, hoy renacientes en partidos como Die Linke en Alemania,
Podemos en España, Syriza en Grecia y, no por último, en fracciones importantes
del Laborismo británico.
Todo
esas razones han incitado a Putin a pisar el acelerador en el Oriente Medio.
Como siempre ha ocurrido, Rusia avanzará hasta donde la dejen avanzar. Por lo
mismo, las opciones de Obama para impedirlo son en este momento muy pocas.
¿Permitir
que Rusia se embarque en una guerra con la esperanza de que sus ejércitos sean
destruidos como ocurrió una vez en Afganistán? Imposible: la Rusia de Putin no
es la destartalada URSS de Breschnev. Si Putin moviliza a sus tropas es porque
sabe que puede ganar.
¿Recurrir,
ante la impavidez de sus aliados europeos a los aliados del Oriente Medio?
Pero, ¿a cuáles? ¿Turquía embarcada en una guerra en contra de los kurdos a los
cuales el gobernante Erdogan considera enemigos principales? ¿Irán, país que
parece haber sido ganado por la diplomacia rusa? ¿Arabia Saudita donde sus
gobernantes están unidos al ISIS por filiaciones religiosas sunitas? ¿Israel,
justo cuando Netanyahu viene llegando de un extraño viaje a Rusia donde
conversó con Putin y obtuvo del jerarca ruso la decisión de no incorporar a los
ejércitos del Hezbolá en su lucha en contra de ISIS?
Otra
alternativa sería que los EE UU con muy pocos aliados militares consiga la
aprobación de la OTAN para actuar directamente en el terreno e impedir así que
Putin monopolice en su totalidad la guerra en contra de ISIS. Esa es la
alternativa menos deseable para Obama. La desastrosa experiencia de Bush sigue presente
en los EE UU y la opinión pública norteamericana no perdonará de nuevo que sus
muchachos mueran en una guerra que nadie entiende. Pero ¿es evitable esa
salida? Quizás lo sea para Obama. Para el gobierno que lo sucederá, demócrata o
republicano, será inevitable.
Obama
debe elegir entre la peste y el cólera. O el avance del ISIS o el renacimiento
de la dominación rusa en Oriente Medio. En los dos casos pierde. Por ahora está
jugando sus cartas al intentar reagrupar en términos militares a la gran coalición
anti-ISIS. Es poco probable que lo consiga. Pero debe intentarlo, no tiene
mucho espacio donde moverse. Por lo menos puede ganar algo de tiempo. Quizás,
gracias a esos vuelcos que no son extraños en la historia, aparece de pronto otra salida. Continuaremos
analizando el problema.