Fernando Mires - OBAMA EN SIRIA: ENTRE LA PESTE Y EL CÓLERA


Se veía venir. El bombardeo iniciado de modo unilateral por Rusia en regiones de Siria (30-S) –supuestamente en contra de posiciones del ISIS- se veía venir.
Putin, a diferencia de gobernantes de países democráticos no necesita preguntar a nadie para tomar sus decisiones. Mientras Obama debe buscar consensos nacionales e internacionales, Putin decide en minutos al consultar solo con su almohada. La Cámara Alta ratifica después. El suyo -por ahora es su gran ventaja- es un gobierno unipersonal. Sin embargo, Putin no es imprevisible. Hay una cierta lógica en su accionar. Que esa lógica no quiera ser reconocida por la mayoría de los gobiernos occidentales, es harina de otro costal.
Como Stalin ayer, a Putin, si le dejan un espacio vacío, avanza. Su proyecto, si no imperial, es expansivo. Visto así, el apoderamiento del espacio territorial y aéreo de Siria que está llevando a cabo Rusia no se diferencia demasiado en su lógica de la ocupación militar de Crimea.
Desde su perspectiva expansionista Putin sabe mover sus piezas. Ha comprobado que los EE UU  –a pesar de los bombardeos más bien simbólicos de Francia en Siria– no cuentan con el decidido apoyo de Europa, abocada a enfrentar un tsunami migratorio. Sabe, además, que los EE UU no están dispuestos (todavía) a embarcarse en una guerra librada en el terreno. Y no por último ha captado que los aliados islámicos de Obama –sobre todo Turquía y Arabia Saudita- son cualquiera cosa, menos confiables. Habiendo tomado entonces noticia de estas condiciones Putin ha decidido intervenir militarmente y por su cuenta en Siria.
Putin, además, ha sabido plantear su posición en términos políticos. Su mensaje a Obama ha sido presentado de modo aparentemente disuasivo. Ha manifestado su disposición a colaborar con los EE UU en la guerra en contra de ISIS e incluso a llevar a cabo operaciones militares en el terreno. Su única condición es la inamovilidad del dictador El-Asad.
La respuesta negativa de Obama seguramente la esperaba Putin. EE UU acepta formalmente la colaboración militar de Rusia pero no la permanencia de El-Asad en el poder. La reacción de la política europea fue también previsible.
¿Por qué rechazar tan tentadora oferta? –se preguntan los “expertos internacionales” en los diarios más prestigiosos de Europa-. Después de todo Putin realiza el trabajo militar que los europeos no pueden ni quieren hacer. La permanencia de El-Asad en el poder tampoco puede ser un obstáculo: la primavera árabe ya no existe –sus participantes han emprendido el éxodo hacia Europa- y en la región casi todos los gobernantes son dictadores. ¿Cuál es el problema entonces para mantener a El-Asad en el poder?
Para los EE UU, desde un punto de vista formal, la presencia de El-Asad en el gobierno no significa ningún problema. Después de todo Obama favoreció un golpe de Estado en Egipto en contra del gobierno islamista pero constitucional de Morsi (hoy en prisión y condenado a muerte), mucho menos peligroso que ISIS.
Hay que deducir entonces que el problema para Obama no es El-Asad. El problema es el mismo Putin.
O mejor dicho: El-Asad es un problema en tanto representante del poder de Putin en Siria. En ese sentido asombra el cinismo de los políticos europeos cuando fingen no darse cuenta de que entre El-Asad y Putin existe un pacto que va más allá de una simple alianza político-militar. De lo que se trata para Putin es de, mediante un gobierno títere sirio (puede incluso no ser el de El-Asad), mantener la ocupación militar y bajo el pretexto de combatir a ISIS, convertir a Siria en un protectorado militar ruso. En términos reales ya lo es. Pero el objetivo no termina ahí.
En tanto ISIS no solo controla Siria sino una parte considerable de Irak, Putin, en nombre de la guerra en contra del terrorismo islámico podrá ampliar su radio de acción y con el consentimiento de Irán, ocupar vastas regiones de Irak. En otras palabras, el proyecto Putin es recuperar en Medio Oriente las posiciones que perdió la URSS con su derrumbe. No olvidemos que tanto Sadam Husein, como Gadafi y el padre de El-Asad se declaraban “socialistas”.
Esta vez, claro está, la reocupación de los que fueron condominios soviéticos no será llevada a cabo en nombre del socialismo, sino, casi imitando a Bush, en nombre de una cruzada en contra del islamismo, perfectamente compatible con el fanatismo anti-islámico de la reaccionaria iglesia ortodoxa rusa, aliada fiel de Putin.
¿Qué pueden hacer los EE UU para evitar esa, sin duda, habilísima estrategia de Putin? Por el momento muy poco. Veamos:
La primera posibilidad sería reinsistir en la coalición internacional en contra del ISIS e incorporar en ella a Rusia como un miembro más. Fue esa la razón por la cual Obama, aprovechando su estadía en la ONU, convocó a una conferencia para reforzar una coalición de carácter mundial anti-ISIS a la que no asistió Putin, enviando solo a un funcionario de tercera categoría. Al día siguiente Putin, sin avisar a nadie, bombardeó diversas zonas de Siria, y para colmo, no aquellas en las cuales el ISIS tiene mayor presencia. 
Dos días después (2 de Octubre) Putin anunció estar dispuesto a “colaborar” con EE UU en la guerra en contra de ISIS pero no a formar parte de una coalición internacional.  Más claro no pudo ser. A partir de este momento ya hay dos guerras en el Oriente Medio, la de Putin y la de Obama.
El mensaje enviado por Putin a los aliados de EE UU fue clarísimo: Ustedes pueden formar las coaliciones que quieran. Eso me tiene sin cuidado. Pero si ustedes desean derrotar de verdad al ISIS, solo tienen dos alternativas: o intervienen directamente en la guerra, o conceden a Rusia el monopolio de la lucha en contra del islamismo. Putin sabe que la primera alternativa es, salvo quizás para Francia, la más difícil de asumir por los países europeos.
Por otra parte Putin mantiene aliados, directos o indirectos, en el propio espacio europeo, aliados que le ayudan a paralizar una acción conjunta de la OTAN en Siria. Estos son por el momento cuatro:
1) El anti-americanismo de la ultraderecha emergente (Frente Nacional en Francia y gobiernos anti-occidentales como el de Urban en Hungría entre otros)
2) Las socialdemocracias, sobre todo la alemana y la escandinava, las que no han logrado desprenderse de las ideologías de la Guerra Fría según las cuales Rusia, ayer la URSS, puede llegar a ser un aliado estratégico de Europa en la economía primero y en la política después.
3) El pacifismo a-político, profundamente arraigado en la cultura política europea después de la segunda guerra mundial, revitalizado por los movimientos pacifistas europeos de los años ochenta.
4) El antiamericanismo disfrazado de “antiimperialismo” de las izquierdas no socialdemócratas, hoy renacientes en partidos como Die Linke en Alemania, Podemos en España, Syriza en Grecia y, no por último, en fracciones importantes del Laborismo británico.
Todo esas razones han incitado a Putin a pisar el acelerador en el Oriente Medio. Como siempre ha ocurrido, Rusia avanzará hasta donde la dejen avanzar. Por lo mismo, las opciones de Obama para impedirlo son en este momento muy pocas.
¿Permitir que Rusia se embarque en una guerra con la esperanza de que sus ejércitos sean destruidos como ocurrió una vez en Afganistán? Imposible: la Rusia de Putin no es la destartalada URSS de Breschnev. Si Putin moviliza a sus tropas es porque sabe que puede ganar.
¿Recurrir, ante la impavidez de sus aliados europeos a los aliados del Oriente Medio? Pero, ¿a cuáles? ¿Turquía embarcada en una guerra en contra de los kurdos a los cuales el gobernante Erdogan considera enemigos principales? ¿Irán, país que parece haber sido ganado por la diplomacia rusa? ¿Arabia Saudita donde sus gobernantes están unidos al ISIS por filiaciones religiosas sunitas? ¿Israel, justo cuando Netanyahu viene llegando de un extraño viaje a Rusia donde conversó con Putin y obtuvo del jerarca ruso la decisión de no incorporar a los ejércitos del Hezbolá en su lucha en contra de ISIS?
Otra alternativa sería que los EE UU con muy pocos aliados militares consiga la aprobación de la OTAN para actuar directamente en el terreno e impedir así que Putin monopolice en su totalidad la guerra en contra de ISIS. Esa es la alternativa menos deseable para Obama. La desastrosa experiencia de Bush sigue presente en los EE UU y la opinión pública norteamericana no perdonará de nuevo que sus muchachos mueran en una guerra que nadie entiende. Pero ¿es evitable esa salida? Quizás lo sea para Obama. Para el gobierno que lo sucederá, demócrata o republicano, será inevitable.

Obama debe elegir entre la peste y el cólera. O el avance del ISIS o el renacimiento de la dominación rusa en Oriente Medio. En los dos casos pierde. Por ahora está jugando sus cartas al intentar reagrupar en términos militares a la gran coalición anti-ISIS. Es poco probable que lo consiga. Pero debe intentarlo, no tiene mucho espacio donde moverse. Por lo menos puede ganar algo de tiempo. Quizás, gracias a esos vuelcos que no son extraños en la historia, aparece de pronto otra salida. Continuaremos analizando el problema.