Pleno de euforia,
en cuanto fueron dados a conocer los resultados de las elecciones del 25-O, el
brillante columnista de La Nación, Carlos Pagni, escribió que en esos momentos
había tenido lugar un “cambio en el sistema planetario de la política”.
Imposible no reír; pero también, imposible no pensar. Si es cierto que solo a
un argentino se le puede ocurrir, aunque sea bromeando, que lo que pasa en su
país incide en el sistema planetario, en Argentina parece haber tenido lugar un
giro político de tipo copernicano.
Efectivamente, si
alguien quisiera ilustrar la conocida frase relativa a que en la política hay
victorias que son derrotas y derrotas que son victorias, el resultado de las
elecciones presidenciales argentinas no podría ser más ejemplificador.
En contra de todos
los pronósticos, la distancia entre el kirchnerista Frente para la Victoria de
Daniel Sciolli (36,88%) y el candidato de Cambiemos, Mauricio Macri (34,33%),
fue “más que mínima”. Más todavía, el ballotagge del 22 de
Noviembre -el primero de la historia electoral argentina- permite prever que
Macri correrá con todo el viento a su favor. Y ya no hay duda: viene embalado.
La conquista de
Buenos Aires, donde Maria Eugenia Vidal
(casi un 40%) propinó una derrota al kirchnerismo y al peronismo a la
vez (ya hay que ir diferenciando) en la persona del cristinista Anibal
Fernández, fue un golpe vitamínico para Macri. Uno cuyo efecto psico-electoral
se dejará ver durante el durísimo duelo que tendrá lugar hasta el
día clave: 22-N.
Si las elecciones
fueron, como afirman casi todos los diarios, un terremoto, su epicentro estuvo
en Buenos Aires, pero sus efectos sísmicos se dejaron sentir con mucha fuerza
hacia “el interior”. Bastiones hasta entonces inexpugnables del cristinismo
fueron cedidos al Cambiemos de Macri, razón por la cual Pagni, siempre
ocurrente, comparó el avance de Macri con la victoria de Raúl Alfonsín en
1983.
La comparación es
válida. Más aún: para el peronismo (o lo que todavía queda de eso) un eventual
triunfo de Macri podría ser todavía más grave que la derrota sufrida frente a
Alfonsín. Lo de 1983 fue resultado de un duelo entre viejos conocidos en el
marco de una historia compartida y común: radicales contra peronistas, algo así
como River contra Boca: un clásico. Pero si el kirchnerismo-peronismo es
derrotado en Noviembre, lo será esta vez frente a una fuerza emergente,
ascendida desde otra liga.
Cambiemos es, antes
de nada, la representación política del tiempo post-peronista. Por lo mismo, no
necesita ser anti-peronista. Es simplemente, y ahí reside su novedad,
no-peronista.
Literalmente,
Cambiemos podría originar un verdadero cambio histórico. Pero eso no depende
solo de Cambiemos. Con su 21% el Frente Renovador del peronista Sergio Massa
se ha convertido en lo que tal vez siempre quiso ser: el árbitro del partido.
Lugar privilegiado que permitirá al disidente del kirchnerismo decidir el
resultado final, al precio, por supuesto, de obtener una buena posición dentro
del gobierno que se avecina. ¿Coalición o alianza? Eso también dependerá del
resultado.
El apoyo final de
Massa no será gratis; por el contrario, será carísimo. Siempre y cuando, por
supuesto, los votos massistas sean endosables. Y sobre ese punto, nadie sabe
mucho.
La pregunta
hamletiana para los massistas será entonces: ¿Cuál pasión es más fuerte? ¿La
del amor al peronismo cuya sombra aún pervive dentro del kirchnerismo? ¿O la
del odio parido al kirchnerismo y a la ola de corrupciones, artilugios y
ofensas que arrastra consigo?
Por el momento
parece que, al menos para Massa, el odio es más fuerte que el amor. Sus
declaraciones post-electorales lo muestran mirando hacia el lado de Macri y no
al de Sciolli.
Pero
afortunadamente no solo Massa decidirá. Los partidos “chicos” representados en
las candidaturas de Margarita Stobilzer, Nicolás del Caño y Adolfo Rodríguez
Saá, han pasado a convertirse de pronto en cosas importantes. Cada cero coma
uno contará, cada voto podrá decidirlo todo. Para quienes amamos la política,
Noviembre será una fiesta. Se acabaron los tiempos de las mayorías absolutas y
aplastantes. La política argentina arde a fuego vivo por los cuatro costados y
eso solo puede ser bueno para Argentina y para la política a la vez. Hoy o
mañana, pase lo que pase, nadie llorará por ti, Argentina.
La tensión política
argentina entrega la impresión de que el país se juega la vida en las próximas
elecciones. Sin embargo, tampoco es para tanto. Los programas económicos y
sociales de ambos candidatos no son dramáticamente diferentes. Ambos apuntan
hacia el centro. Un poco más populachero, Sciolli. Un poco más clasemediero, Macri.
¿Dónde reside la
gran diferencia entre ambos líderes? Al parecer, en algo no siempre detectado. Se trata, en el fondo, del antagonismo entre dos estilos políticos,
o dicho de otra forma: entre dos modos diferentes de vivir la política. O en el
estilo autoritario, populista y mafioso impuesto por los Kirchner, o en el
estilo liberal democrático prometido por Macri. Quien quiera encontrar más
allá de ese punto central una diferencia entre una supuesta izquierda y una
supuesta derecha, andará más perdido que un esquimal en el desierto. No así en
el plano de la política internacional, algo que los argentinos todavía no han
dimensionado.
Las elecciones de
Noviembre no solo serán importantes para Argentina. Si Macri resulta vencedor no tendrá lugar un cambio en el sistema planetario pero sí habrá un
cambio cuya importancia puede ser decisiva en el espacio político continental.
En ese espacio, Argentina, todos lo sabemos, no es un paisito cualquiera. Mucho
menos lo será en tiempos en los cuales el lulismo brasileño viene en franco
declive.
Una nueva
arquitectura hegemónica podría comenzar a ser dibujada en la OEA y en la UNASUR
después de las elecciones argentinas. El ALBA, sin el apoyo informal de
Argentina se convertiría en una ruina.
Y si, además, el binomio Cabello - Maduro no comete en Venezuela el fraude del
siglo y entrega el parlamento a la mayoría nacional (6-D), estaríamos
comenzando a leer el fin de un capítulo de la novela latinoamericana. Tengo en
estos momentos la sospecha de que la gran mayoría de los opositores
venezolanos, para poner un ejemplo, ya son más macristas que Macri.
Pero antes de que
nos metamos en la casi siempre inútil tarea de analizar posibles escenarios,
más vale la pena esperar. En política nadie sabe lo que puede suceder mañana.
Sobre el tema escribiré de nuevo, y si Dios quiere, el día 23-N.