Fernando Mires - ANGELA MERKEL MERECÍA EL PREMIO NOBEL DE LA PAZ


Si algún lector va a leer este artículo, ruego fijarse en el título. Cuando digo que –según mi opinión- Angela Merkel merecía el galardón no estoy diciendo que el cuarteto de Túnez no lo merecía. Las informaciones muestran de modo preciso como ellos colaboraron para salvar los restos de la “primavera árabe” y lograr mantener en su país un orden parecido a la democracia.
Tampoco es mi propósito iniciar una inútil controversia acerca de quien merecía el premio: si los tunecinos, si el papa Francisco o si la Merkel, o cualquier otra u otro postulante.
He de partir de la premisa de que el tribunal de Oslo discutió el tema con seriedad y tomó la decisión que consideró más justa. Punto. Lo único que afirmo, y lo hago de modo taxativo, es que si a Angela Merkel le hubiese sido otorgado el premio, ella lo habría merecido. Y con creces. Las razones por las cuales ella merecía el premio son, por lo demás, compartidas por muchas personas.
Angela Merkel ha logrado constituirse en la principal líder política de Europa frente a los problemas más candentes de nuestro tiempo (no solo en Europa). Dicho en clave de síntesis, esos problemas son principalmente cuatro.
  1. La unidad política de Europa
  2. Las migraciones, sobre todo las que vienen desde Siria
  3. El auge de los partidos y gobiernos populistas xenófobos en Europa
  4. El peligro que representa para la paz mundial la agresiva política internacional de la Rusia de Putin.
Con relación al primer tema, Merkel asumió la responsabilidad, en contra de sus retractores, incluyendo los de sus propias filas, de mantener a Grecia dentro de la UE. Gracias a la ayuda del presidente Hollande y, no por último, del realismo político de Alexis Tsipras, logró su cometido.
Desde el punto de vista de una lógica instrumental los detractores de Merkel parecían tener toda la razón: ¿Cómo asumir el financiamiento de una economía en ruinas como es la de Grecia? ¿No habría sido más rentable expulsar a Grecia de la UE?
Efectivamente, en el corto plazo la salida de Grecia era la solución más rentable. Pero –he ahí donde entró a jugar la inteligencia de Merkel– la rentabilidad económica no siempre se traduce en rentabilidad política. Había llegado la hora de definir la identidad de Europa: o es una asociación monetaria o deberá constituirse en una unidad de valores culturales y políticos compartidos.
Merkel no lo pensó dos veces: si Europa iba a ser algo más que un banco continental –en eso la estaban convirtiendo los burócratas de la EU- Grecia no podía ser abandonada a su suerte. Europa necesitaba de Grecia tanto o más que Grecia de Europa. Los hechos ocurridos, días después de que Merkel, Tsipras y Hollande se pusieran de acuerdo en los términos del “rescate”, terminaron por dar la razón a la canciller alemana.
Putin, pocos días antes de la firma del acuerdo, había levantado la peligrosa tesis de que Rusia y Grecia están unidos por una comunidad religiosa (cristianismo ortodoxo) y ya se sabe lo que quiere decir Putin cuando habla de comunidad. Poco tiempo después Putin llevó a cabo la ocupación militar de Siria y en nombre de la guerra en contra del ISIS comenzó a destruir las posiciones de los rebeldes sirios aliados de Europa. De igual manera, en nombre de la guerra en contra del ISIS, Erdogan en Turquía -tan cerca de Grecia- inició una feroz guerra en contra del pueblo kurdo, aliado de Europa en contra del ISIS. Y por si fuera poco, el broche de oro: los miles y miles de refugiados, muchos de los cuales pasan por Grecia. En casi todos esos acontecimientos, y en muchos otros por venir, Europa necesita de Grecia.
O digámoslo de otro modo: para enfrentar a todos esos problemas, Europa debe estar unida y no en vías de desintegración. La mejor garantía para la paz en Europa, y en gran medida, cerca de Europa, pasa por la unidad de Europa, aunque eso cueste millones de euros. Esa disyuntiva la advirtió Merkel desde el primer momento.
Mucho más todavía tienen que ver con la paz inter- y extra- europea, las migraciones que vienen desde el Oriente Medio. Frente a ellas Merkel se vio frente a una encrucijada: O tomaba el camino xenófobo de Urban en Hungría, erigiendo muros y alambradas y con ello echando por la borda los principios que identifican a Europa ante el mundo, o abría las fronteras. Para los sectores conservadores e incluso para una gran parte de la socialdemocracia, la de Merkel fue una locura. Pero visto en perspectiva, era la salida más inteligente.
Merkel entendió rápidamente que el tsunami migratorio no era una catástrofe natural. La mayor parte de los fugitivos huyen de una guerra del mismo modo como miles y miles de alemanes lo hicieron en el reciente pasado. En esta nueva guerra, Alemania, como casi todos los países europeos, forman parte de la coalición en contra del ISIS y si no asumen tareas militares deben asumir al menos las no-militares, entre ellas recibir a los fugitivos de guerra.
Más todavía: si Alemania y los demás países de Europa hubieran cerrado las fronteras ¿cómo Europa habría podido recabar el apoyo de los países árabes no solo en su guerra en contra del ISIS sino, además, frente a los conflictos que se avecinan con la Rusia de Putin?
En gran medida, esos letreros que portaban fugitivos sirios en los cuales se podía leer “Mama Merkel” son el resultado de un acercamiento mucho más productivo que el logrado por toda la diplomacia europea con los países islámicos en los últimos años.
¿Qué con los refugiados vienen algunos terroristas? Puede que así sea. Pero el número de terroristas islámicos creados por el inhumano bloqueo a las migraciones, habría sido mucho mayor.
El recibimiento de las multitudes que huyen de la guerra es, sin duda, un aporte a las relaciones pacíficas de Europa con sus vecinos del Oriente Medio. Relaciones que frente a la avanzada de Putin en la región, son y serán más importantes que nunca. En ese sentido Merkel vislumbra lo que no pueden captar ni los miedosos conservadores de su partido, ni los ingenuos bienpensantes de la socialdemocracia.
Siria y gran parte de Irak están a punto de convertirse en escenario de diversas guerras de representación en la que tomarán parte directa Rusia, Irán, Arabia Saudita, Turquía y, naturalmente los EE UU, más algunos países miembros de la NATO. De tal modo que el éxodo de dimensiones bíblicas que viene de Siria no es solo un fenómeno migratorio. Se trata, dicho del modo más directo, de la evacuación de la población civil de un territorio que en un futuro muy cercano puede llegar a ser -utilicemos otro término bíblico- apocalíptico.
Sin embargo, “Mama Merkel” no es la “Madre Teresa”. Si bien su actitud frente a los refugiados surge de principios éticos, ellos están puestos al servicio de objetivos políticos. En ese sentido –y ese fue el punto que dejó más claro su discurso de Estrasburgo (6-O)- Merkel sabe que la paz de Europa no solo se encuentra amenazada desde fuera sino también desde dentro de Europa.
Por una parte, el innegable terrorismo internacional. Por otra, los partidos ultranacionalistas, xenófobos y fascistas, partidos que preceden cronológicamente a las migraciones. Esos partidos simpatizan abiertamente con la política militar de Rusia, tanto en Ucrania como en Siria. Objetivamente constituyen puestos de avanzada en la geoestrategia de Putin. Quizás es fue la razón por la cual en el mencionado discurso, Merkel, siempre tan tranquila y moderada, declaró una guerra política a la xenofobia organizada.
No solo con negociaciones se logra la paz, como imaginan los socialdemócratas, algunos dispuestos a ceder parte de Ucrania a Putin a cambio de algunas concesiones en Siria, como si los territorios, los acuerdos internacionales y las personas fueran simples mercancías. La lucha por la paz no excluye, por el contrario, requiere, de la lucha en contra de los enemigos de la paz, sea esta interna o externa. O ambas a la vez.
Y bien, precisamente por haber reconocido los antagonismos que separan a la política europea de la rusa, Merkel ha logrado posicionarse frente a Putin con buenas cartas sobre la mesa.
Por de pronto Merkel muestra su disposición a integrar a Rusia en proyectos económicos conjuntos. Putin, dada la precaria situación económica que vive su país, necesita de la colaboración europea y no tiene más alternativa que negociar con Merkel. Dentro de esas negociaciones está incluido el destino de Ucrania y en gran parte el de Siria, temas sobre los cuales Merkel se muestra dispuesta a hacer solo las mínimas concesiones posibles. Pero para abordar esos puntos, Merkel requiere de una Europa unida que la respalde frente al jerarca ruso, por lo menos con la misma seguridad con que siente el respaldo del gobierno de Obama del cual no pocas veces ha tenido que hacer de portavoz ante Putin.
En ese sentido, haber recibido el Premio Nobel de la Paz, habría significado para Merkel un respaldo simbólico en sus negociaciones por una coexistencia pacífica entre Europa y Rusia. Por lo menos un respaldo similar al que recibieron en otras ocasiones Kissinger, Arafat y el mismo Obama quienes, por las funciones que representaban, podían ser cualquier cosa, menos palomas de la paz.
Angela Merkel tampoco es una paloma de la paz. Pero es una líder política que si logra el consenso y el apoyo internacional necesario, puede hacer más por la paz que todas las palomas del mundo.
Al menos el Premio Nobel de la Paz 2015 está en buenas manos. Podría haber sido peor.