Desde el siglo XVIII el erotismo ha sido tratado abiertamente por el arte literario: El erotismo como la llama roja que sostiene otra llama, azul y duradera, el amor nunca definido. El poeta Octavio Paz fue oficiante de esta clave misteriosa.
El erotismo es un diálogo entre el cuerpo y el espíritu, siempre implícito en todas las expresiones del arte, pero que no se había manifestado del modo en que desde el Barroco se ha desarrollado. Había el horror al cuerpo y se pretendía ocultar su presencia con formulas rituales: El sacrificio por el fuego y por el oro, los arrebatos místicos. No se hablaba de Eros en forma directa y el deseo se transfiguraba en la llama. Recordemos que la tradición cristiana practicaba la mortificación del cuerpo como una forma de negarlo.
El Marqués de Sade abordó el tema del erotismo y también lo hizo con la agresión al cuerpo; pero él buscaba con eso dañar al espíritu para expulsar el alma. Era la profanación del cuerpo, para transformarlo en objeto y, al fin, en materia desorganizada.
Antes, la Mitología Griega estuvo en el origen del erotismo como expresión artística de la realidad humana. Eros se prendó de la gracia de Psique, pero ella no podría verlo porque lo prohibía la orden de la diosa Afrodita. Se amaron sin verse, pero la pasión se impuso y Psique quebrantó el mandato y alumbró el rostro de su amado. Fue vencida y castigada a causa del amor; sin embargo, no cejó y persiguió a Eros hasta rendirse y lograr el encuentro.
Hoy el erotismo es libre y natural, sin sentimientos de culpa y a veces con libertinaje y destrucción. Está el cuerpo, por supuesto, pero hay un eco platónico que emite el alma en la relación amorosa, la búsqueda de la inmortalidad en el instante en que se tocan Eros y Psique.
La poesía ofrece a la sensibilidad la estrecha relación entre el cuerpo y el alma, para dibujar una geometría en la que se trenzan los alientos del espíritu con las palpitaciones del cuerpo. En toda ella hallamos los ímpetus del espíritu ante la pasión erótica, y sentimos junto a ese impulso el latido de la sangre, más preciosa que el oro y los diamantes. El poeta tiene en las manos los hechos y los fenómenos que constituyen el mundo y son la suma de la vida: el amanecer, la lluvia, la luz, toda la naturaleza relacionada con la ansiedad de amar que buscamos, armados con la llama roja del erotismo.
El universo se propone como escenario de fondo de la expresión poética del erotismo, porque se trata de la inmortalidad, o mejor, de la ansiedad de infinito que los amantes quieren prolongar sin tregua. ¿Será que la pasión amorosa que se derrama en acto erótico es una fantasía? Aunque lo fuera, también la imaginación tiene realidad propia, y es lícito que vivan conjugados universo y sueño.
Erotismo y poesía. Al encender la llama pasional hacia el cuerpo del otro, hacemos la metáfora de la sexualidad y damos a la palabra y al acto un sentido distinto. Ya no buscan los amantes cumplir el fin biológico del sexo, eso queda oculto y entre paréntesis en el encuentro amoroso; buscan, por el contrario, perpetuarse en el momento para abolir la muerte: “Serán ceniza, mas tendrán sentido, polvo serán, mas polvo enamorado”, nos dijo Quevedo.
Todo el acto amoroso se hace sublime y adquiere el aire de misterio que le es propio, porque la poesía dice todo sin querer decirlo, o lo dice meciéndose en el vacío, para abarcar también el océano y la inabordable noche.