La
solidaridad manifestada en diversos países con los refugiados que huyen de la
guerra desatada por los ejércitos del Estado Islámico (ISIS) ha puesto el
acento en los aspectos humanitarios del problema. Actitud positiva sin dudas.
Pero no podrá ser mantenida mucho tiempo. La enorme cantidad de personas
solicitando refugio representa un problema que sobre-exigirá a la
administración pública y no tardará en hacerse presente en el mercado de
trabajo, en el sistema impositivo, en la escasez de viviendas y en la educación
básica. Una integración de tan grandes contingentes humanos no puede ser
llevada a cabo en semanas. Requiere de decenios; a veces de toda una
generación.
La
reacción de los movimientos racistas europeos no se ha hecho esperar. Hordas
enardecidas del populacho xenófobo incendian lugares de residencia de
refugiados contando a veces con la tolerancia, si no con la complicidad, de la
policía. Como dijo el Presidente de Alemania Joachim Gauck, hay una Europa
luminosa y otra oscura. A esta última pertenecen los neo-fascistas europeos.
Ellos están objetivamente más cerca del ISIS que de sus propios con-ciudadanos.
Hay
entonces razones suficientes para oponer a las agrupaciones xenófobas y a la
ultraderecha europea, un decidido discurso político. Los partidos democráticos
no pueden seguir refiriéndose a los refugiados como a gente venida de la nada.
Cada vez será más necesario decir la verdad: Los sirios e iraquíes huyen de una
guerra total declarada por ISIS a Occidente. Ellos son víctimas de nuestros
enemigos.
Hay
que aclarar: uso el término “Occidente” no en sentido geográfico sino político.
En esa perspectiva Occidente no es un lugar. Es una realidad política que
atraviesa a todos los continentes.
Occidente,
para decirlo en breve, surgió de la contradicción entre el orden teocrático y
el orden político europeo (desacralización, según Max Weber). Fue anunciado por
primera vez en Grecia, después codificado en Roma, apareció de modo cultural
durante el Renacimiento, avanzó a través de las ideas de la Ilustración, y
aunque mucho antes ya había sido esbozado por la Carta Magna inglesa, fue
confirmado siglos después por las dos revoluciones madres de la política
occidental: la norteamericana y la francesa.
Hoy
el Occidente político es hegemónico en el mundo. Y lo es hasta el punto de que
incluso ordenes teocráticos como el de Irán aceptan la existencia de algunos
partidos políticos y celebran elecciones periódicas.
Y
bien, a ese avance del Occidente político ha declarado la guerra ISIS.
ISIS
es un movimiento nacido en el Oriente Medio pero continúa el proyecto
totalitario aparecido en Europa durante el siglo XX. En ese sentido la
existencia de ISIS no tiene nada que ver con una guerra de civilizaciones
(Huntington). Su objetivo no es civilizatorio. Su utopía es la destrucción de
todas las formas de Estado no religiosas. Su ideal es la sustitución del Estado
por un califato en donde la ley religiosa y la política sean una sola. Esa es
la gran diferencia, no siempre percibida, entre una organización puramente
terrorista como Al Quaeda de Bin Laden y el ISIS dirigido por el autoproclamado
“califa de todos los musulmanes” Abu Bakr al-Baghdadi.
Mientras
Al Quaeda practicaba el terror por el terror, ISIS practica un terror con un
fin político, y este no es otro sino establecer gobierno en los territorios
ocupados, por ahora, en ciudades como Mosul, Faluya o al-Raqa. Por ese mismo
motivo los enemigos de ISIS no son solo democracias, también lo son dictaduras
como las de al-Asad en Siria las que pese a su crueldad no reconocen potestad
religiosa sobre el estado civil.
El
propósito abierto de ISIS es destruir a los Estados de Irak y Siria y
sustituirlos por califatos. Esa situación ha obligado a los EE UU a buscar algún grado
de comunicación con la dictadura de al-Asad, a la que hasta hace poco hubo de
combatir. Así se demuestra una vez más que en guerra -eso lo sabe muy bien
Obama- hay enemigos primarios y enemigos secundarios. La aparición de ISIS ha
transformado a al-Asad de enemigo primario en secundario del mismo modo como en
el siglo XX el avance del nazismo hizo que para Churchill y Roosevelt, Stalin
fuera convertido de enemigo primario en enemigo secundario.
La
incapacidad intelectual del gobierno de G. W. Bush para distinguir entre
enemigos primarios y secundarios fue precisamente una de las razones que
llevaron al aparecimiento de ISIS.
Sadam
Husein al lado de Bin Laden era, evidentemente, un enemigo secundario. Incluso
podría haber servido de muro de contención frente al avance de al- Quaeda. Pero
al convertirlo en enemigo primario, Bush logró lo imposible: que al- Quaeda
(después ISIS) se apoderara de Irak y que los partidarios de Husein se
convirtieran en fanáticos seguidores del ISIS. En cierto modo los ciudadanos
sirios e iraquíes que huyen de la barbarie de ISIS son víctimas de la
desgraciada mente política de Bush y de la de sus inmediatos asesores.
Los
ciudadanos que vienen de Siria e Irak, basta verlos en las calles, provienen en
su mayoría de las que una vez fueron grandes ciudades. Puede que en sentido
estricto no sean democráticos pero por sus gustos y apariencias modernas se
trata de gente que no podría soportar jamás el modo totalitario de vida que
imponen los califas del ISIS.
Todas
las razones indican –hay que reiterarlo- que la solidaridad con los emigrantes
no solo deberá ser caritativa. Deberá ser, antes que nada, política.
La
solidaridad mostrada por el gobierno alemán frente a los emigrados es
encomiable. Pero el altruismo de Merkel no servirá de nada si Alemania y el
resto de los países europeos no asumen más obligaciones militares frente al
avance de ISIS. La solidaridad con los emigrantes –hay que decirlo con toda sus
letras– pasa por la guerra en contra de ISIS. La guerra, por lo demás, la declaró
el propio ISIS. ¿No son las ya “rutinarias” decapitaciones de europeos
declaraciones abiertas de guerra a muerte?
La
recepción de emigrantes no es, pese a sus dimensiones, el problema más grande
que deberá enfrentar Occidente. El problema mayor, y de ese depende el primero,
deberá ser lograr la derrota militar de ISIS. Actualmente la mayor parte del
peso militar de la guerra es portado por los EE UU y sus aliados en el Oriente
Medio. Evidentemente, se trata de aliados difíciles.
Erdogan
en Turquía aprovecha la guerra en contra de ISIS para bombardear pueblos y
aldeas kurdas. El ejército egipcio ya tiene suficientes problemas con los
salafistas de su propio país, aliados del ISIS. Las concomitancias religiosas
(suníes) entre Arabia Saudita y el proyecto teocrático de ISIS son evidentes.
Los
aliados más seguros en la alianza anti-ISIS son por el momento los enemigos
primarios de ayer: Siria, por razones obvias, e Irán, cuya dirigencia no está
dispuesta a ceder Irak, predominantemente chiíe, a la dominación suníe ejercida
por ISIS. En ese contexto la posibilidad de una confrontación militar entre
Arabia Saudita e Irán no puede ser descartada. Después de todo ya probaron sus
fuerzas en Yemen. No obstante -y he aquí un punto donde deberá actuar la
diplomacia occidental- será necesario evitar que la guerra en contra de ISIS se
convierta en una guerra de suníes contra chiís, es decir, en una guerra
religiosa al gusto de ISIS. En ese sentido la incorporación activa de Turquía y
Egipto a la alianza y la neutralización de Arabia Saudita constituyen elementos
imprescindibles en el marco de una estrategia general.
Problemática
será también la neutralización de la Rusia de Putin. Por una parte, Rusia se ha
sumado indirectamente a la lucha en contra de ISIS reforzando, si no
sustituyendo con tropas rusas, al maltrecho y gastado ejército sirio. Mas, por
otra parte, sabemos que Putin no regala nada. Lo más seguro es que, colaborando
en la guerra en contra de ISIS, Putin intente convertir a Siria en un
protectorado (¿o enclave?) militar ruso.
Por
el momento la guerra ha sido limitada a los bombardeos aéreos de los EEUU,
secundados por algunos aliados europeos a los que recientemente se ha sumado
Australia. El secreto a voces es, sin embargo, que una victoria sobre ISIS solo
podrá ser lograda en combates en tierra entre otras razones porque en las zonas
de ocupación ISIS ha establecido estructuras de poder teritorial. Eso quiere
decir que expulsar a ISIS de los territorios invadidos costará mucha sangre. Y
eso, aunque es sabido, no es dicho por ningún gobierno occidental.
Desde
la perspectiva de la política internacional de Obama, la alternativa más óptima
sería que la lucha territorial fuera llevada a cabo por gobiernos de naciones
en las cuales predomina la confesión suníe. Sin embargo, si estos no logran su
cometido, las tropas occidentales deberán actuar directamente en el terreno.
Esta deberá ser, por cierto, la última carta. Pero es una carta.
Como
puede verse, estamos muy lejos de “el fin de la historia” proclamado por Hegel.
De la “paz perpetua” que soñó Kant estamos aún más lejos. Quizás alguna vez
deberemos llegar a la conclusión de que la historia humana no ha comenzado.
Puede ser que estemos viviendo todavía en la pre-historia de la humanidad. Por
lo mismo, el tan conocido dicho romano “Si vis pacem, para bellum” (Si
deseas la paz prepárate para la guerra), no ha perdido su vigencia. Todo lo
contrario. Hoy es más actual que nunca.