Muchos factores, incluso contradictorios, coinciden en la necesidad de iniciar un proceso de democratización. Oponerse es absurdo y hasta políticamente suicida
Antes de finalizar su reciente visita a La Habana, el Secretario de Estado de EE UU, John Kerry, le recordó al Gobierno cubano que si no había cambios democráticos en Cuba, difícilmente el Congreso podría levantar el bloqueo-embargo.
Con estas palabras, Kerry dejaba claro que era con el Congreso de EE UU con quien tenía que lidiar La Habana y muy especialmente con las demandas de los cubanoamericanos que tienen influencias en esa instancia y condicionan cualquier movimiento en esa dirección a avances en los temas de derechos humanos y democracia en la Isla.
Así que el Ejecutivo de EE UU se las ha arreglado para poner frente a frente a los dos extremos.
No es que los cubanoamericanos dominen el Congreso ni mucho menos; es que ellos forman parte de la bancada republicana que, de frente a las próximas elecciones presidenciales, no está interesada en cooperar con Barack Obama para que este pueda ofrecer un triunfo contundente en su política exterior con el asunto Cuba.
El Gobierno de La Habana tendría que írselas "arreglando" con las medidas parciales del Ejecutivo estadounidense, sin que las leyes esenciales, fuertes, del bloqueo-embargo sobre el comercio y las inversiones cambien por ahora, a menos que decida emprender el necesario e inevitable proceso hacia la democratización de la sociedad cubana.
Y es aquí donde viene el problema. La "dirección histórica", que se ha pasado decenios diciendo que el bloqueo-embargo es la causa de todas nuestras desgracias, no está dispuesta a iniciar ese proceso de democratización que elimine "la causa de todas nuestras desgracias", porque hacerlo sería dar su brazo a torcer ante la "contrarrevolución histórica".
Y la "contrarrevolución histórica" no está de acuerdo en entrar en ningún diálogo con el Gobierno de la "dirección histórica" si este primero no acepta iniciar de alguna manera el proceso de democratización.
De este modo, queda al descubierto que hoy el tema del bloqueo-embargo no se relaciona con las contradicciones nación cubana/imperio, ni capitalismo imperialista/socialismo que nunca ha existido, sino entre fuerzas políticas y económicas internas, unas que fueron desplazadas del poder entre 1959 y 1960 y sus nuevos ocupantes.
Entre los anteriores dueños de tierras, industrias y grandes negocios capitalistas privados y los nuevos poseedores, los burócratas que en nombre de la Revolución, la clase obrera y el socialismo han administrado a su modo y manera aquel patrimonio, no nacionalizado sino estatizado.
Esas extremas tienen sus razones para mantener sus posiciones. Aquella desde "el nunca más" lo que ocurre hoy en Cuba y, la de acá, desde su "nunca más" lo que ocurría antes. Y, en el medio, aplastado, el pueblo cubano, el convidado de piedras, con el que no cuentan las extremas.
¿Están interesadas en buscar una solución política a sus contradicciones por la vía del diálogo y la negociación?
El Gobierno cubano sigue culpando de todas nuestras desgracias al bloqueo-embargo, pero el pueblo ve que no hace nada para aflojar las posiciones de los que tienen en sus manos la posibilidad de eliminarlo. Entonces, ¿qué es más importante, que se eliminen "todas las causas de nuestros problemas" o que los históricos no arriesguen su poder en un proceso de democratización, que es en definitiva lo que parece trabarlo?
Los de allá no quieren "dar más victorias a los Castros", pero con su actitud se están quedando aislados en Cuba, en EE UU, en América Latina y ante el mundo, y se están cerrando el paso ellos mismos a poder jugar un papel positivo en la reconstrucción de la nación. ¿Qué es más importante para ellos?
La situación cubana está complicada. Los que tienen el poder no quieren compartirlo con los trabajadores y el pueblo, que no ven salida a su situación en la "actualización". La burocracia ha buscado como aliado para compartir el poder económico, nada más y nada menos, que al capital extranjero, especialmente norteamericano, el "enemigo histórico".
No han faltado disímiles propuestas de cómo salir de la situación actual desde la izquierda democrática y desde otras fuerzas democráticas, a la cuales no se le escucha, se les ignora y hasta se las demoniza.
En este contexto, está ocurriendo un fenómeno nuevo, de gran complejidad: el inicio de un proceso de democratización, al que condiciona la extrema de allá avances en dirección al levantamiento de las leyes más importantes del bloqueo-embargo, no solo es imprescindible para el desarrollo económico, social y político de Cuba, sino que es un reclamo de toda la oposición pacífica, de su vertiente democrática, de buena parte de la izquierda democrática, de mucha gente dentro de las mismas instituciones oficiales y probablemente de la mayoría de los ciudadanos.
El propio Gobierno dice trabajar en una nueva ley electoral y en una nueva Constitución, pero lo hace a espaldas del pueblo, lo que inquieta más sobre sus propósitos democráticos.
Por otro lado, estar de acuerdo en avanzar en un proceso de democratización de la vida política del país no quiere decir estar de acuerdo en todo lo demás.
Señores, piensen, pensemos todos. Cuando intereses tan disímiles y hasta contradictorios coinciden, aislarse, desvincularse, oponerse no solo no tiene sentido, es suicidarse políticamente. Muchas veces hemos advertido: el agua busca cauces y es preferible abrirlos a enfrentar los desbordamientos.