Cuando se dieron a conocer los resultados de las primarias de Agosto de 2015 y resultó ganador el peronista Daniel Sciolli en contra del post- peronista Mauricio Macri y del peronista disidente Sergio Masa, abriéndose dos posibilidades, la continuación del peronismo-kirchnerista o la reedición de un peronismo no-kirchnerista, los observadores movieron la cabeza: ¿Cómo el país más culto de América Latina no puede desembarazarse del mito de Perón? A pocos se les ocurrió que si un mito persiste es porque llena un vacío: un vacío que solamente puede cubrir un mito.
Mirando el problema desde esa segunda
perspectiva, puede advertirse que la persistencia de los mitos corresponde con
una demanda colectiva. Pues si el mito se mantiene a lo largo de la historia es
por una razón obvia: los argentinos lo necesitan.
Si aceptamos esa premisa, podemos advertir
que los mitos cuando se mantienen en el tiempo pueden cumplir una función: la
de sostener el tiempo de la política sobre la base de un momento histórico
vivido –real o imaginariamente- por toda una nación.
Estamos hablando, claro está, de dos tipos de
mitos. Los vigentes y los no vigentes. Los segundos son mitos-leyenda.
Ocurrieron alguna vez pero no tienen ninguna posibilidad de prolongarse en el
tiempo. Son solo para recordar. Su lugar de residencia es el pasado.
Pero los mitos políticos, precisamente porque
son políticos, continúan vigentes interfiriendo los acontecimientos en el aquí
y en el ahora.
Quizás conviene explicarme con un ejemplo muy
conocido: el del allendismo en Chile. Allende es y será un mito. Pero, a pesar
de estar más cerca en el tiempo que el peronismo originario es, o ha llegado a
ser, solo un mito-leyenda y no un mito político.
La verdad, no hay casi nadie en la izquierda,
no solo chilena, también en la latinoamericana, que no admire y respete a
Allende. Esa fotografía donde lo vemos arma en mano, defendiendo la
institucionalidad chilena, seguirá recorriendo al mundo.
No obstante, pese a la admiración que
concita, la incidencia política del mito Allende es en la política chilena casi
nula. Su ejemplo fue admirable pero nadie quisiera emularlo. Su frustrado
periodo gubernamental continúa asociado a una revolución derrotada la que, por
lo mismo, solo muy pocos quisieran repetir hoy día. Las imágenes que dejó la UP
detrás de sí fueron de desorden, de fraccionalismos, de deslealtades y, no por
último, de fracasos. Allende es una leyenda, pero por eso mismo no puede ser un
mito políticamente vigente.
El peronismo, en cambio, es un mito vigente.
Ocurrió en un pasado ya lejano pero continúa existiendo, más allá de las
diferentes formas que ha adoptado en el curso de su accidentada historia. Un
líder puede ser menenista, kirchnerista, y probablemente será sciollista. Lo
importante es que todos sean o se consideren hijos, nietos, biznietos de Perón.
La filiación familiar no es una formulación
puramente metafórica. Alude antes que nada a la existencia de un Padre Común,
en este caso Perón. Perón juega en ese sentido un papel similar al del Padre
Muerto (traicionado por sus propios hijos) y después transformado en deidad del
tótem. El Padre Muerto convertido en divinidad -es el argumento clásico de
Freud en su “Tótem y Tabú”- cumple la función de asegurar la continuidad
histórica del tótem. Y en ese sentido, que duda cabe, Argentina es una nación
política- totémica.
El peronismo se mantiene porque representa el
mito fundador. Perón –haya sido así o no- es el imaginario que marca la ruptura
entre la nación oligárquica y la nación social. Esta ultima, a su vez, así dice
el mito, fue obra de trabajadores sindicalizados agrupados en torno a Perón.
Tuvo razón en ese punto Enesto Laclau (“Hegemonía y Estrategia Socialista”). No
fue Perón quien creó al movimiento obrero sino el movimiento obrero “quien”
creó a Perón. No por casualidad el nombre originario del Partido Justicialista
era el de Partido Laborista; y fue fundado antes de Perón.
¿Síntoma de subdesarrollo político o invento
genial de los argentinos? La verdad, como otras veces, anda dando vueltas por
el medio. Esa verdad dice que para hacer política en Argentina hay que levantar
lemas que de uno u otro modo tengan que ver con la justicia social. Y bien,
esos lemas fueron, en sus orígenes, peronistas.
Puede que efectivamente Perón sea en la
política argentina el equivalente a Gardel en la historia del tango. Pues así
como Gardel canta cada día mejor, Perón continúa haciendo su política. Y la
continuará haciendo mientras la “cuestión social” siga pendiente. Eso quiere
decir, si la “cuestión social” perdiera su vigencia, el peronismo dejaría de
existir, ya sea como Estado, gobierno u oposición. El peronismo es, a fin de
cuentas, el nombre que recibe “la cuestión social” en Argentina. ¿Significa eso
que el peronismo existirá mientras exista Argentina como nación? No
necesariamente. El peronismo existirá mientras no surja otra alternativa que
oriente “la cuestión social” de un modo más eficaz y coherente que el peronismo.
Ya una vez el peronismo estuvo a punto de
perder su mitología: fue durante el tercer gobierno de Perón (1973-1974).
Durante ese breve periodo se produjo una herida todavía no suturada. Por una
parte, el peronismo fue atacado en su propio interior por corrientes portadoras
de otro mito: el de la revolución antiimperialista originado en La Habana. Por
otra, grupos cercanos al líder orientaron su política hacia el lado más
derecho, representado por el siniestro superministro López Rega y por la propia
esposa del Presidente, María Estela Martínez. En el medio, Perón, viejo y
enfermo, hacía ingentes esfuerzos para reconciliar lo irreconciliable.
La represión militar –hay que decirlo-
comenzó en Argentina no después sino durante Perón. Desde ese momento quedó muy
claro: para que el mito fuera un mito, Perón debería permanecer ausente. O
vivir en el exilio o yacer en el cementerio. Perón elegió la segunda
posibilidad. Gracias a su muerte, vive todavía. En segundo lugar, fue
demostrado una vez más, que un mito solo puede ser destruido por otro mito.
El mito de la revolución continental estuvo a
punto de devorar internamente al mito de Perón. Si eso no ocurrió, y aunque parezca
macabro decirlo, fue porque los militares, con sus fracasos y crímenes, se
encargarían de rehabilitar el mito del peronismo originario en la imaginación
del pueblo argentino.
Bajo el gobierno de Ricardo Alfonsín y su UCR
(1983-1989) quien precisamente por representar el tema democrático no podía
representar a la radicalidad que exige el tema social, los peronistas se
reencontraron con la antigua “cuestión social”, alzada con demagógica furia por
el gobierno del primer Menem (1989-1995). El segundo Menem (1995-1999)
intentaría frenar la gran crisis económica provocada por la demagogia del
primero.
Después de la rebelión popular que sacó del
poder a Fernando de La Rúa (1999-2001) y tras una serie de interinatos, Nestor Kirchner asumió el gobierno (2003) como portador de un triple mandato:
profundizar la democratización, reincluir el tema de las ayudas sociales en la
agenda, y recomponer la debacle económica generada no por de La Rúa sino por el
“menemismo”.
Cristina Fernández (2011) ha continuado
la línea de su difunto marido. Para eso ha tenido que armar un difícil
rompecabezas: ha enarbolado con fuerza el tema de las compensaciones sociales
manteniendo el clientelismo popular, centralizando en grado extremo e incluso
autocrático (y mafioso) el decisionismo del ejecutivo, creando áreas de
inversión reproductiva favorables al capital extranjero y, ligando, al menos
retóricamente, su discurso con el del emergente “mito bolivariano-chavista”,
neutralizando así a las anárquicas fracciones ultraizquierdistas que todavía
pululan dentro del peronismo.
Hoy Cristina busca su continuidad a través de
Sciolli. Pero a la vez Sciolli sabe que el rompecabezas que armó Cristina no le
servirá mucho en un país donde los candidatos Macri y Masa han logrado
rearticular un fuerte centro político en el contexto de un ambiente
internacional marcado por el derrumbe de los otros dos mitos del izquierdismo
latinoamericano (castrismo y chavismo). Desde esa perspectiva, todo indica que
Sciolli solo podrá llegar al gobierno pactando con Masa, y en parte, aunque
solo sea de modo tácito, con el mismo Macri. Ese pacto deberá incluir el
desmontaje de una parte del andamiaje autocrático del kirchnerismo, un mayor
acercamiento a las posiciones políticas de centro, el abandono de la retórica populista
montonera, tan propia a Cristina, y no por último, la búsqueda de una cierta
sintonía política con los EE UU y la EU.
¿Continuará vigente el peronismo?
Probablemente sí. No hay nada por ahora que indique lo contrario. Pero el que
viene –si es que viene- será un peronismo distinto al anterior. Ese parece ser
el primer secreto del peronismo: para continuar en el poder necesita ser
siempre distinto a sí mismo. ¿Y cómo es el peronismo idéntico a sí mismo? Ese
es el segundo secreto. Un secreto tan secreto, que nadie lo sabe.
Pero podemos levantar una hipótesis: el
peronismo idéntico a sí mismo es el que nunca es idéntico a sí mismo. ¿Se
entiende? ¿No? ¿Y por qué cree usted que en Buenos Aires hay más consultorios
psicoanalíticos que pizzerías?