Chile
ganó la Copa América y la ganó bien. Creo que esa frase bastaría para
sintetizar una impresión que puede no ser compartida por algunos aunque está
avalada por cifras y estadísticas.
Es
cierto, los partidos se ganan con goles y los chilenos hicieron los suyos. Pero
también se puede ganar por goles y sin merecimientos como ocurrió con Argentina
durante el mundial de 1978 cuando futbolistas de una selección contraria fueron
pagados para que se dejaran golear. Esos merecimientos Chile, en cambio, los
tuvo. De todos, fue el equipo que más tiempo mantuvo el control de la pelota, el
que más disparó hacia el arco adversario, el que alcanzó el mayor kilometraje
per cápita. Lo indican los números. Revíselos usted si quiere, están en casi
todos los periódicos.
Chile
no necesitó de la ayuda de ningún árbitro. Es cierto, alguna vez hubo cobró
falso en contra de un visitante y eso, cuando se es dueño de casa, pesa. Pero
más fueron las veces en las que a Chile le dieron fallos injustos.
La
mentira de que Chile tenía ayuda arbitral fue fraguada por periódicos uruguayos
después de la derrota sufrida por Uruguay frente a Chile. La respuesta del
Presidente de la Federación Chilena de Fútbol fue, en ese punto, certera. “A
Chile, durante el campeonato le fueron anulados tres goles legítimos, más que
los convertidos por Uruguay durante todo el campeonato”.
Las
estadísticas no engañan aunque a veces sorprenden. Chile, por ejemplo, tuvo la
defensa que más cabezazos ganó. Contrasta con el hecho de que es la de más baja
estatura del continente. Un equipo de enanitos, como le dicen los del Real a
los del Barça.
Se
comprueba una vez más que para ganar duelos de cabeza no se necesita solo estatura;
además cuentan la precisión y la liviandad del cuerpo. El mismo Mascherano, el
“jefecito” argentino del Barça, es bajo de estatura y
eso no impide que sea el mejor cabeceador de América.
Al
analizar a la defensa de Chile resaltan algunos hechos. Los cuatro de la última
línea que paró Sampaoli frente a Argentina fueron formados en Universidad
Católica, el equipo de “la clase alta”. Los cuatro son de origen modesto. Más
interesante todavía es que ninguno de los cuatro jugó en su equipo de origen
ocupando el puesto que hoy ocupan en la selección. Isla era mediocampista
adelantado. Medel, mediocamposta atrasado. Silva rotaba en todos los puestos,
pero nunca fue central. Beausejour surgió como centrodelantero y después fue
puntero izquierdo. Bielsa inventó a Isla como lateral y a Medel como stopper.
Sampaoli reinventó a Medel como líbero e inventó a Silva como stopper y a
Beausejour lo ubicó como lateral, tal como juega en Colo Colo. ¿Qué significa
eso? Algo elemental: los jugadores, al igual que todos nosotros, cambian física
y psíquicamente con el paso del tiempo. Pero no todos los entrenadores se dan
cuenta.
Y
bien, esa defensa improvisada e inventada era, según los especialistas, el
eslabón más débil de la selección chilena. ¿Eslabón débil una defensa que
aguanta 120 minutos a una delantera que venía de hacer seis goles a Paraguay?
Más de alguien deberá hacerse, en ese punto, una autocrítica.
Una
autocrítica no deberá hacerse Claudio Bravo. Después del penal que atajó,
pasará a figurar como el mejor arquero de Chile de todos los tiempos. En un
país que conoció al Sapo Livingstone y al Cóndor Rojas, una verdadera hazaña.
Sin
embargo, en el equipo chileno el poder defensivo no solo reside en la defensa.
El mediocampo es defensivo y ofensivo a la vez.
Podrá
discutirse si esta ha sido la mejor selección chilena de todos los tiempos (yo
pienso que no). Pero su mediocampo debe ser el mejor de la historia
futbolística de Chile. Díaz desde atrás vincula defensa y mediocampo. Vidal y
Aránguiz, dos obreros incansables, producen vértigo de solo verlos correr. Y
Valdivia, con pausas y pases, pone la música celestial. Adelante, a corretear,
Sánchez y Vargas.
No
todas las estadísticas son, sin embargo, positivas. Chile fue un equipo que
tuvo dos escándalos resonantes: uno fuera, otro dentro de la cancha. El de
Vidal, borracho en su auto, y el de Jara con su dedo. Los moralistas exigieron
poco menos que el ajusticiamiento futbolístico de Vidal sin pensar que en los
países donde hay estado de derecho nadie puede ser juzgado por dos tribunales a
la vez. La decisión de Sampaoli fue, por lo mismo, la más correcta. Su tarea
profesional era ganar los partidos y para eso necesitaba a Vidal.
Las
autoridades morales de las naciones hay que buscarlas entre los filósofos y los
clérigos. No entre los entrenadores de fútbol.
¿La
provocación de Jara? Una de las muchas que se cometen en cada partido. Tuvo la
mala suerte de que lo fotografiaran. Pero ya fue suspendido y punto. Al fin,
nadie se ha muerto porque le tocan el culo, maña que se aprende desde niño en
cada barrio donde se juega fútbol. ¿Y el honor? Eso hay que dejárselo a los
militares y a las mafias. La sociedad democrática no se rige por códigos de
honor, sino por leyes establecidas y tribunales competentes.
No
han faltado quienes intentan desmerecer el triunfo de Chile aduciendo que ganó
a Argentina (solo) gracias a los penales. Quienes así opinan no tienen la menor
idea de fútbol. Los penales pertenecen al juego. Pues para ganar con penales se
requieren de tres requisitos básicos: cinco especialistas, un gran arquero y
mucha, mucha sangre fría. Durante el mundial, frente a Brasil, Chile tuvo solo
al gran arquero. A la Copa América llegó con el resto. Aprendió la lección.
El
logro del campeonato no fue producto del azar ni de factores no futbolísticos.
Como todos los éxitos que se alcanzan en la vida, fue resultado de un largo
proceso. Comenzó el año 2003 cuando José Sulantay formó una selección de
jóvenes, base del equipo que tomó a su cargo Marcelo Bielsa. Bielsa a su vez,
introdujo una disciplina desconocida entre los jugadores chilenos y, además,
puso fuerza y poder ofensivo.
Jorge
Sampaoli, aunque se diga lo contrario, no solo continuó a Bielsa. Llamó a
jugadores que no cabían en el esquema-Bielsa, solidificó a la defensa, logró
convertir a individualistas anárquicos en partes de un colectivo e incluso (a lo
Menotti) otorgó cierta importancia a la estética del juego.
Debo
agregar, al finalizar estas notas, que me había propuesto escribir un artículo
puramente futbolístico. Sin embargo, cuando leí las palabras pronunciadas por
el jugador Jean Beausejour al finalizar el partido, supe que no iba a poder
hacerlo. Permítanme citar esas palabras:
“Uno recién ahora dimensiona lo que pasa. Hace unos días me llamó un
profesor de cadetes (juveniles) que me dijo: Ojalá que en el estadio en que
tanta gente sufrió y se torturó, puedan tener una alegría. Pensamos en eso y
muchas veces rezamos por esas personas. En un lugar donde hubo tanta tristeza y
muerte, hoy le dimos una alegría a Chile” .
Así
fue, así es.