La
primera impresión fue que el desplazamiento noticioso obedecía a un desinterés
político de los alemanes por todo lo que ocurre en sus “lugares de veraneo” de
la Europa Mediterránea. Una segunda mirada permite percibir, no obstante, que
la razón era otra. Para Alemania, más por motivos históricos que geográficos,
los acontecimientos políticos en Polonia tienen un significado existencial.
Lo
que ocurre en Polonia repercute en Rusia y lo que ocurre en Rusia repercute en
Alemania. A la vez, lo que ocurra en Rusia, Alemania y Polonia, ha tenido
siempre repercusiones en toda Europa. Esa es la razón por la cual analizando con más calma los resultados de las elecciones polacas hay que llegar a la
conclusión de que los medios alemanes tenían razón al concentrar su atención en
Polonia. El diablo, dice el dicho, se esconde en detalles.
El
detalle electoral polaco puede ser muy decisivo para la futura Europa. En
contra de los pronósticos, las elecciones fueron ganadas con un abrumador 52%
por el ultraconservador, ultranacionalista, ultraderechista y
ultracatólico Andrzej Duda. ¿La razón?
Muy simple, como si sus “ultras” fueran pocos, Duda y su partido Ley y Justicia
representa una política ultra-anti- rusa.
¿Un contrariedad para Putin? No necesariamente. Quizás la mayor
contrariedad fue para Merkel.
El
derrotado presidente Bronislaw Komorowsky representaba un anti-rusismo
moderado, adaptable a la política de crítica y disuasión emprendida por Merkel
frente a Putin. Esa política necesita no solo de mucho tacto sino, además, de
la existencia de una Europa unida, sin desplazamientos hacia los extremos. En
Polonia, en cambio, las elecciones fueron ganadas por un extremista. Hecho que sin
duda, a pesar de estar dirigido en contra de Putin, conviene a Putin.
Desde
su perspectiva geopolítica tiene razón Putin: Duda no solo es anti-ruso.
Además, y esta es una buena noticia para Putin, es un ultra- anti- UE. Punto en
el cual Duda coincide plenamente con su colega húngaro, el también
ultraderechista Víctor Orban. La victoria de Duda ha abierto así una nueva
etapa de cooperación entre dos gobiernos extremistas de derecha, el de Hungría
y el de Polonia.
Tanto
Orban como Duda son nacionalistas y católicos ultramontanos. Sus valores
culturales son a la vez los mismos que intenta inculcar Putin en Rusia:
religión, autoridad, patriotismo y virilidad. La única diferencia es que Orban
ya es un aliado de Putin y Duda (todavía) no. Sin embargo, el primer gobernante
que felicitó a Duda, ante la sorpresa del mismo Duda, fue Putin.
Quien
lo iba a pensar. Mientras en la España de hoy la izquierda en su conjunto
obtenía una excelente votación, en Hungría y Polonia gobiernan presidentes que
sin ninguna reserva pueden ser catalogados como reediciones post-modernas del
franquismo.
Europa
–y este es el principal problema de la UE- continúa siendo el continente de los
extremos políticos. En España y Grecia han reaparecido los profetas de la
revolución social. En Hungría y Polonia comienza a sellarse una Santa Alianza.
La Vieja Europa vive todavía y la Rusia zarista, si está lejos del pasado, no
lo está del futuro.