Fernando Mires - LAS NEGRAS NUBES DE VARSOVIA



El 25 de Mayo de 2015 la mayoría de los periódicos europeos resaltaron los resultados de las elecciones que habían tenido lugar el día anterior en España. No era para menos. La irrupción de dos partidos de nuevo tipo como Podemos y Ciudadanos, la bancarrota del bi-partidismo y las nuevas alianzas políticas son materia noticiosa de primer orden. Solo en Alemania las noticias hispanas pasaron a un segundo lugar. Tanto periódicos como emisoras estaban concentrados en otras elecciones, las que el mismo día que en España habían tenido lugar en otro país católico: Polonia.
La primera impresión fue que el desplazamiento noticioso obedecía a un desinterés político de los alemanes por todo lo que ocurre en sus “lugares de veraneo” de la Europa Mediterránea. Una segunda mirada permite percibir, no obstante, que la razón era otra. Para Alemania, más por motivos históricos que geográficos, los acontecimientos políticos en Polonia tienen un significado existencial.
Lo que ocurre en Polonia repercute en Rusia y lo que ocurre en Rusia repercute en Alemania. A la vez, lo que ocurra en Rusia, Alemania y Polonia, ha tenido siempre repercusiones en toda Europa. Esa es la razón por la cual analizando con más calma los resultados de las elecciones polacas hay que llegar a la conclusión de que los medios alemanes tenían razón al concentrar su atención en Polonia. El diablo, dice el dicho, se esconde en detalles.
El detalle electoral polaco puede ser muy decisivo para la futura Europa. En contra de los pronósticos, las elecciones fueron ganadas con un abrumador 52% por el ultraconservador, ultranacionalista, ultraderechista y ultracatólico  Andrzej Duda. ¿La razón? Muy simple, como si sus “ultras” fueran pocos, Duda y su partido Ley y Justicia representa una política ultra-anti- rusa.  ¿Un contrariedad para Putin? No necesariamente. Quizás la mayor contrariedad fue para Merkel.
El derrotado presidente Bronislaw Komorowsky representaba un anti-rusismo moderado, adaptable a la política de crítica y disuasión emprendida por Merkel frente a Putin. Esa política necesita no solo de mucho tacto sino, además, de la existencia de una Europa unida, sin desplazamientos hacia los extremos. En Polonia, en cambio, las elecciones fueron ganadas por un extremista. Hecho que sin duda, a pesar de estar dirigido en contra de Putin, conviene a Putin.
Desde su perspectiva geopolítica tiene razón Putin: Duda no solo es anti-ruso. Además, y esta es una buena noticia para Putin, es un ultra- anti- UE. Punto en el cual Duda coincide plenamente con su colega húngaro, el también ultraderechista Víctor Orban. La victoria de Duda ha abierto así una nueva etapa de cooperación entre dos gobiernos extremistas de derecha, el de Hungría y el de Polonia.
Tanto Orban como Duda son nacionalistas y católicos ultramontanos. Sus valores culturales son a la vez los mismos que intenta inculcar Putin en Rusia: religión, autoridad, patriotismo y virilidad. La única diferencia es que Orban ya es un aliado de Putin y Duda (todavía) no. Sin embargo, el primer gobernante que felicitó a Duda, ante la sorpresa del mismo Duda, fue Putin.
Quien lo iba a pensar. Mientras en la España de hoy la izquierda en su conjunto obtenía una excelente votación, en Hungría y Polonia gobiernan presidentes que sin ninguna reserva pueden ser catalogados como reediciones post-modernas del franquismo.

Europa –y este es el principal problema de la UE- continúa siendo el continente de los extremos políticos. En España y Grecia han reaparecido los profetas de la revolución social. En Hungría y Polonia comienza a sellarse una Santa Alianza. 
La Vieja Europa vive todavía y la Rusia zarista, si está lejos del pasado, no lo está del futuro.