Anton Julian - DESDE EL CEMENTERIO (tres escritos)





UNA TARDE EN EL CEMENTERIO

Fui sin ella esta vez a cuidar la tumba de mijo.
Crecen rápido los pastos en verano
cuando sale el sol pero aunque mi espalda crujía
de dolor los saqué 1 x1, no quedó ninguno.
En la tumba vecina un ruso grande daba de beber
a una flor 
una botella de vodka, yo le ofrecí mi regadera,
y me dijo hallooo esto es vodka y el que está abajo
bebiendo es mi padre.
87 años -dije solo por decir- al leer la lápida:
“vivió el hombre su vida”.
Podría haber vivido más, lo mataron, dijo el ruso.
Le rompieron la nuca.
Quien lo mató fue mi propio hermano.
El día en que lo mató yo iba en un tren,
y me quedé dormido como un bebé
y soñaba con una montaña siberiana.
Desde la montaña bajaba mi padre
y mi madre lo esperaba y se abrazaron
y los dos lloraron 
Entonces supe que mi padre estaba muerto.
Lo vengo a ver una vez al año
desde una ciudad muy pero muy lejana
Le traigo siempre una botella de vodka
y el viejo la bebe bajo la tierra, desde una flor.
Y ahora que estoy aquí te pido a tí que tú no te mueras, 
tú tienes ojos de hombre bueno, tú no te me mueras.
Y yo, el pobrecito que soy yo, se lo prometí.
Ahora no sé como diablos voy a cumplir con esa promesa.




JUSTICIA, JUSTICIA, QUEREMOS JUSTICIA

Jamás contrajo una deuda ni una culpa
pagó todas sus cuentas, incluyendo las por haber
En la tarde leía en voz alta, poemas de borges
y en la noche recitaba muy bajito, versos de neruda.
Siempre hizo el amor el día sábado a las veintitres.
Sin olvidar decir nunca: buenas noches tenga usted.
Cuando escuchó la pasión según san mateo,
lloró por primera vez en su vida. Muchos lo vieron.
Cuentan que jamás faltó, ni con dolor de muelas, al trabajo.
Y siempre saludaba a sus vecinos con discreta atención.
Vestía sin esmero la dignidad decente de su gris.
Ayudó en la cocina a cortar paprikas y cebollas cuando jubiló,
y cultivó rosas, claveles, dalias, dedales y hasta una sandía.
Infedilidades le sospecharon una o dos, quizás tres.
No podía ni quería ni sabía decir a las damas que no.
Bebió. Pero nunca se emborrachó como un bestia salvaje.
En las elecciones votaba por el menos malvado. Siempre perdió.
Nadie lo vio dictaminar sobre las “grandes verdades” de la historia.
Hasta que ayer el hombre se nos murió. Así no más: se nos murió.
Al lado de su tumba solo estaba, entre muy pocos, yo.

De mi discurso de despedida fue censurado el siguiente párrafo:
“Y pensar que a tantos hijos de puta malnacida
los entierran en carroza y hasta con música de duelo.
Eso no es justo. ¡Justicia, justicia, queremos justicia!
En alguna parte tiene que haber algo parecido al cielo”.



POEMA-EPITAFIO A UN HOMÓNIMO DESCONOCIDO
(escrito a la antigüa)

Quiso él, ser el uno de todo día
mostrar su presencia inusitada
escribir ensayos, poemas y hasta cruces,
y así dejar sus pasos marcados en la arena

Expuso a los demás su fiera catadura
Y su estirpe de santo frío y combatiente
pero pocos en su largo camino lo siguieron
Murió solo. Solo, vivió. Nunca nadie lo apoyó.

Ni sobre la piedra ni sobre el agua
yace el signo de su firma inconfundible
el tiempo de su vida fue apenas un segundo 
La eternidad, una simple y desesperada ilusión

¿Y el amor? El amor si alguna vez lo conoció
ocurrió debajo de sus más negras sombras
quizás en un abrazo suplicante sobre la tierra
donde sus cenizas desaparecieron para siempre

Nadie lo despidió y de él solo apenas queda
sobre la alfombra de su casa, una mancha
de vino tinto y arriba del escritorio, una carta
leída con tristeza cada noche. Cada noche que pasa