UNA TARDE EN EL
CEMENTERIO
Fui sin ella esta
vez a cuidar la tumba de mijo.
Crecen rápido los
pastos en verano
cuando sale el sol
pero aunque mi espalda crujía
de dolor los saqué 1
x1, no quedó ninguno.
En la tumba vecina
un ruso grande daba de beber
a una flor
una botella de
vodka, yo le ofrecí mi regadera,
y me dijo hallooo
esto es vodka y el que está abajo
bebiendo es mi
padre.
87 años -dije solo por decir- al leer la lápida:
“vivió el hombre su
vida”.
Podría haber vivido
más, lo mataron, dijo el ruso.
Le rompieron la
nuca.
Quien lo mató fue mi
propio hermano.
El día en que lo
mató yo iba en un tren,
y me quedé dormido
como un bebé
y soñaba con una montaña siberiana.
Desde la montaña bajaba mi padre
y mi madre lo
esperaba y se abrazaron
y los dos
lloraron
Entonces supe que mi
padre estaba muerto.
Lo vengo a ver una
vez al año
desde una ciudad muy
pero muy lejana
Le traigo siempre
una botella de vodka
y el viejo la bebe
bajo la tierra, desde una flor.
Y ahora que estoy
aquí te pido a tí que tú no te mueras,
tú tienes ojos de
hombre bueno, tú no te me mueras.
Y yo, el pobrecito
que soy yo, se lo prometí.
Ahora no sé como
diablos voy a cumplir con esa promesa.
JUSTICIA, JUSTICIA,
QUEREMOS JUSTICIA
Jamás contrajo una
deuda ni una culpa
pagó todas sus
cuentas, incluyendo las por haber
En la tarde leía en
voz alta, poemas de borges
y en la noche
recitaba muy bajito, versos de neruda.
Siempre hizo el amor
el día sábado a las veintitres.
Sin olvidar decir
nunca: buenas noches tenga usted.
Cuando escuchó la
pasión según san mateo,
lloró por primera
vez en su vida. Muchos lo vieron.
Cuentan que jamás
faltó, ni con dolor de muelas, al trabajo.
Y siempre saludaba a
sus vecinos con discreta atención.
Vestía sin esmero la dignidad decente de su gris.
Ayudó en la cocina a
cortar paprikas y cebollas cuando jubiló,
y cultivó rosas,
claveles, dalias, dedales y hasta una sandía.
Infedilidades le
sospecharon una o dos, quizás tres.
No podía ni quería
ni sabía decir a las damas que no.
Bebió. Pero nunca se
emborrachó como un bestia salvaje.
En las elecciones
votaba por el menos malvado. Siempre perdió.
Nadie lo vio
dictaminar sobre las “grandes verdades” de la historia.
Hasta que ayer el
hombre se nos murió. Así no más: se nos murió.
Al lado de su tumba
solo estaba, entre muy pocos, yo.
De mi discurso de
despedida fue censurado el siguiente párrafo:
“Y pensar que a
tantos hijos de puta malnacida
los entierran en
carroza y hasta con música de duelo.
Eso no es justo.
¡Justicia, justicia, queremos justicia!
En alguna parte
tiene que haber algo parecido al cielo”.
POEMA-EPITAFIO A UN HOMÓNIMO DESCONOCIDO
(escrito a la antigüa)
Quiso él, ser el uno de todo día
mostrar su presencia inusitada
escribir ensayos, poemas y hasta cruces,
y así dejar sus pasos marcados en la arena
Expuso a los demás su fiera catadura
Y su estirpe de santo frío y combatiente
pero pocos en su largo camino lo siguieron
Murió solo. Solo, vivió. Nunca nadie lo apoyó.
Ni sobre la piedra ni sobre el agua
yace el signo de su firma inconfundible
el tiempo de su vida fue apenas un segundo
La eternidad, una simple y desesperada ilusión
¿Y el amor? El amor si alguna vez lo conoció
ocurrió debajo de sus más negras sombras
quizás en un abrazo suplicante sobre la tierra
donde sus cenizas desaparecieron para siempre
Nadie lo despidió y de él solo apenas queda
sobre la alfombra de su casa, una mancha
de vino tinto y arriba del escritorio, una carta
leída con tristeza cada noche. Cada noche que pasa