Con
la sensatez que siempre lo caracteriza, el escritor nicaragüense Sergio Ramirez
decidió romper una lanza a favor del presidente Manuel Santos en su artículo
titulado: “Si quieres paz, prepárate para la paz” (El País, 5.05.2015). Lo ha
hecho en momentos en los cuales arrecia el huracán de críticas contra Santos
por seguir manteniendo conversaciones
con las FARC. Después de la masacre del Cauca con un saldo de diez soldados
muertos, los maleantes de las FARC han dejado, en verdad, mal parado a Santos.
Pero
el razonamiento de Ramirez es claro: Citemos: “¿Qué hay al otro lado de la paz
sino la guerra? ¿Cuál es la propuesta de quienes quieren que el proceso de La
Habana fracase? Porque si las conversaciones se suspenden, lo único que habrá
será más combates, más muertos, más desplazados de sus hogares, más penurias y
sufrimientos de la población campesina”.
Concuerdo
plenamente con Ramírez. La política, él lo sabe, no es un lugar habitado por
ángeles del Señor. Es por eso que cuando tomamos partido a favor de una opción,
no lo hacemos casi nunca por la que más quisiéramos sino por la menos peor.
Saber detectar donde está el mal menor es responsabilidad de la inteligencia de
cada cual.
“La
política se hace con la cabeza y no con otras partes del cuerpo”, dictaminó Max
Weber. Dictamen válido para los profesionales políticos pero con mayor razón
para quienes comentamos los avatares de la política.
Quizás
ya ha llegado la hora de decirlo: Los que opinamos por escrito seremos leídos
por otras personas, entre ellas, algunos jóvenes. Jugamos un papel, por mínimo
que sea, en el proceso de formación de opiniones. Eso obliga a pesar cada
palabra, a ser responsable con cada frase que escribimos. Y una de esas
primeras responsabilidades parte de la premisa sustentada por Ramírez: “¿Cuál
es la otra propuesta?” No hacer esa pregunta y escribir solo para dar rienda
suelta a nuestras emociones, sería una gran irresponsabilidad.
¿Cuál
es la otra propuesta? Es la misma pregunta que me he hecho al leer a diversos
columnistas de la oposición venezolana cuando atacan a la única organización
política unitaria que tienen: la MUD.
Naturalmente,
cada uno está en el derecho de estar a favor o en contra de algo. Si esos
columnistas piensan que la vía electoral conduce al fracaso, o si creen que hay
que aplicar “diversas vías de lucha”, es su deber formularlo. Pero también
deben decir dónde están las multitudes esperando ser convocadas a las calles.
Dónde está el sindicato A B o C. Dónde
están los organismos de masas, los comandos populares, las comunidades
campesinas, la gente dispuesta a morir por la patria, los generales demócratas.
Si no lo dicen, cualquiera tiene el derecho a pensar que esos columnistas no son más
que una tropa de exaltados mentales.
En
los momentos límites de la política los caminos no se “eligen”. Ahí se hace lo
que se puede de acuerdo a lo que se tiene. Llamar a las calles sin saber a
quienes se llama y sin siquiera nombrar a las próximas elecciones
parlamentarias es, por decir lo menos, un acto de enorme irresponsabilidad. Una
tan grande como la de los críticos de Santos cuando llaman a continuar la
guerra.
Recuerdo,
al escribir estas líneas, cuando en una de las últimas reuniones de la fracción
disidente del MIR chileno en Concepción, pocos días antes del golpe de 1973,
nos llegó una comunicación del Partido Socialista de la región conteniendo un
llamado a la insurrección armada. “Esa gente está loca”, fue mi comentario.
“Quizás no”, dijo otro. “Quienes así escriben deben tener por lo menos a tres
batallones al lado suyo”.
No
tenían a ninguno.