Las
líneas generales del pacto nuclear entre Irán con los EE UU (o si se prefiere,
con el P-5+1+UE) ya están trazadas. La redacción final a ser elaborada antes
del 30 de Junio del 2015 será ardua en los detalles y no faltarán intentos por
boicotearla -desde Arabia Saudita, pasando por el conservadurismo de Israel y
el fundamentalismo iraní, hasta llegar al propio senado norteamericano- pero el
proyecto está configurado en lo esencial. El programa de enriquecimiento será
limitado y supervisado durante 25 años; dos tercios de las capacidades de
enriquecimiento de uranio permanecerán bajo permanente supervisión durante los
primeros años del acuerdo e Irán reducirá a 6.000 el número de centrifugadoras
sobre las 19.000 que tenía.
Fue
un resultado difícil. Razón que explica por qué tanto Alemania como Francia,
estando de acuerdo en todos los puntos, manifestaron reservas bajando el tono
eufórico usado por Obama cuando dio a conocer la noticia. En cierto modo ese
pacto es también, si consideramos los plazos a los que será sometido, una
apuesta con la historia. Nadie sabe por ejemplo como serán las relaciones entre
los EE UU e Irán en 25 años más. O si en los EE UU llegarán alguna vez a
imponerse los republicanos más ultraderechistas. Lo mismo ocurre con Hasan
Rohani. ¿Podrá él neutralizar al fundamentalismo radical ordenado en torno al
Iman Saeed Jalili, hombre duro de la nomenclatura teocrática? Eso tampoco nadie
lo sabe. Pero así se hacen los acuerdos internacionales: desde aquí hacia el
futuro; jamás desde el futuro hacia aquí.
Sabiendo
el terreno resbaloso que pisan, Obama y Roani han remarcado que se trata solo
de un pacto limitado a su texto y por lo mismo si una de las partes deja de
acatarlo pierde de inmediato vigencia. Nada más ¿Nada más?
Hay
algo más, y eso lo saben Obama y Rohani. El pacto pondrá fin a un largo periodo
de hostilidades entre EE UU e Irán. Con ello no desaparecerán las diferencias.
Lo que ha cambiado es que estas serán puestas bajo formato político. La diplomacia
tendrá la primera palabra.
Ahora,
si nos atenemos no solo a la letra del pacto sino a su momento histórico,
podemos advertir que contiene un potencial que va más allá del simple
contenido. Efectivamente, con la firma del pacto, Irán, habiendo dejado atrás
la principal barrera, puede llegar a convertirse en un buen socio comercial de
los EE UU. El paso próximo deberá ser el levantamiento de sanciones. Si les
fueron levantadas a Cuba, no hay ninguna razón para no hacerlo con Irán.
Vale
la pena afinar la idea: Ni el pacto nuclear ni la posibilidad de relaciones
comerciales han convertido a Irán en aliado político de los EEUU (Cuba tampoco
es un aliado) y eso lo saben los conservadores norteamericanos e israelíes, tan
interesados en desvalorar el sentido del acuerdo. Sin embargo, ellos como
políticos conocen las diferencias entre una alianza militar, una sociedad
económica y una alianza política.
Entre
EE UU e Irán solo existía antes del pacto una alianza militar en contra de un
enemigo común: los ejércitos del Estado Islámico. Después del pacto han sido,
además, creadas condiciones para una alianza comercial (al igual que con Cuba).
Si estas llevarán a una alianza política es una hipótesis que por el momento no
puede ser barajada. La política internacional se basa en situaciones, no en
eventualidades.
Por
supuesto, la alianza militar en la lucha común en contra de ISIS no llevó de
por sí al pacto nuclear. Pero sí a un mayor acercamiento. Tampoco está escrito
que el pacto nuclear conducirá a una intensificación de las relaciones
comerciales y políticas entre ambas naciones. Pero de seguro, las facilitará,
entre otras cosas porque los dos gobiernos están muy interesados en que así
sea. Roahni quiere sacar al país del marasmo dejado por el populista
Amahdineyah y convertirlo en una potencia económica regional. Obama está
interesado en impedir el avance económico de China en la región y de paso
cerrar las puertas del Oriente Medio a la Rusia de Putin.
Además,
si logra el apoyo de Irán, EE UU podrá liberarse en parte del chantaje al que
está siendo sometido por el sunismo radical de Arabia Saudita. Pues para nadie
es un misterio que no pocas divisas petroleras son utilizadas por fracciones
sauditas para financiar a los suníes de ISIS cuyo objetivo central es
apoderarse de Irak. En ese proyecto ISIS, y en cierto modo Arabia Saudita,
chocan con Irán. Ese choque tiene lugar por el momento en Yemen.
En
Yemen existe una doble lucha de poder. Por una parte, los partidarios del
expresidente Abd Rabbuh Mansour Hadi, apoyados directamente por Arabia Saudita
y otros países petroleros como los Emiratos, Kuwait, Bahrein, Qatar e
indirectamente, por todos los países miembros de la Liga Árabe. Por otra parte,
los clanes Huthi que adhieren a una rama del chiísmo (zaidí) y apoyan al ex
presidente Abdalá Alí Saleh. El problema adicional es que dicho conflicto es a
la vez una una guerra de representación entre el sunismo saudita y el chiísmo
iraní.
¿A
quiénes apoyará EE UU? ¿A sus aliados tradicionales suníes o a sus nuevos
interlocutores chiíes? Hay empero otra pregunta: ¿Por qué tiene que apoyar a
unos en contra de otros? Lentamente los gobiernos de EE UU deberán entender que
en un mundo tan complejo como es el islámico no pueden estar en todas partes a
la vez. O dicho de modo algo más brutal: deberán entender que si a los pueblos
islámicos les encanta matarse entre sí, es cosa de ellos y de nadie más.
Lo
importante es lo siguiente: por primera vez en su historia EE UU se encuentra
en condiciones de establecer un complejo de relaciones con las potencias más
grandes del mundo islámico: Una alianza militar y comercial con Irán, comercial -y bajo condiciones muy limitadas, militar- con Arabia Saudita, comercial, militar e incluso política con Egipto
y Turquía.
No
deja de ser interesante mencionar que apenas fue dado a conocer el pacto, el
presidente turco Erdogan anunció un viaje a Teherán deponiendo en menos de un
día diferencias mantenidas durante años con Irán.
Entre
Irán y los EE UU, hay que reiterarlo, no existe ninguna alianza política. Todos
saben que la línea para alcanzar ese alto estadio pasa por el reconocimiento
iraní al Estado de Israel. En ese sentido el primer ministro Netanyahu, al
exigir que dicho reconocimiento sea incluido dentro del pacto nuclear, está
presionando, tal vez sin darse cuenta, para que la alianza entre los EEUU e
Irán no solo sea militar y comercial sino, además, política.
Alguna
vez, nadie sabe cuando, la Liga Árabe y las naciones chiíes reconocerán al
Estado de Israel. Muchas gobiernos que no lo reconocen ya practican intensas
relaciones económicas con la pequeña gran potencia. Pero ese reconocimiento
solo puede ser posible si entre los EE UU y la mayoría de las naciones
islámicas tiene lugar un proyecto que lleve a una distensión estable y
duradera. Por el momento, una utopía.
Hay,
sin embargo, utopías realizables. Si alguien hubiera dicho años atrás que un
día multitudes de jóvenes iraníes saldrían a las calles con retratos del
presidente de los EE UU para saludar a la promesa de prosperidad que el acuerdo
nuclear porta consigo, habría sido tomado por loco.
La
experiencia indica que los grandes cambios internacionales son el resultado de
agotadoras conversaciones bilaterales. Con ese espíritu Obama viajó a la Cumbre
de Panamá. Pero antes de hacerlo se preocupó de extender una invitación a la
presidenta de Brasil para que visite la Casa Blanca. Es decir, primero los
pescados más grandes. Después, si es necesario, las sardinas. Una conversación
frente a frente con un fuerte antagonista vale más que cien discursos. Esa fue
la lección de Lausanne.