para Rodrigo Pinto y Andrés Neuman
1. Soñé que Georges
Perec tenía tres años y visitaba mi casa. Lo abrazaba, lo besaba, le decía que era un niño precioso.
2. A medio hacer quedamos, padre, ni cocidos ni crudos, perdidos en la
grandeza de este basural interminable,errando y equivocándonos, matando y
pidiendo perdón, maniacos depresivos en tu sueño, padre, tu sueño que no tenía
límites y que hemos desentrañado mil veces y luego mil veces más, como
detectives latinoamericanos perdidos en un laberinto de cristal y barro,
viajando bajo la lluvia, viendo películas donde aparecían viejos que gritaban ¡tornado!
¡tornado!, mirando las cosas por última vez, pero sin verlas, como espectros,
como ranas en el fondo de un pozo, padre, perdidos en la miseria de tu sueño
utópico, perdidos en la variedad de tus voces y de tus abismos, maniacos
depresivos en la inabarcable sala del Infierno donde se cocina tu Humor.
3. A medio hacer, ni crudos ni cocidos, bipolares capaces de cabalgar el
huracán.
4. En estas desolaciones, padre, donde de tu risa sólo quedaban restos
arqueológicos.
5. Nosotros, los nec spes nec metus.
6. Y alguien dijo:
Hermana de nuestra memoria feroz,
sobre el valor es mejor no
hablar.
Quien pudo vencer el miedo
se hizo valiente para siempre.
Bailemos, pues, mientras pasa la noche
como una gigantesca caja de zapatos
por encima del acantilado y la terraza,
en un pliegue de la realidad, de lo posible,
en donde la amabilidad no es una excepción.
Bailemos en el reflejo incierto
de los detectives latinoamericanos,
un charco de lluvia donde se reflejan nuestros rostros
cada diez años.
Después llegó el sueño.
7. Soñé entonces que visitaba la mansión de Alonso de Ercilla. Yo tenía sesenta años y estaba despedazado por la enfermedad (literalmente me caía a pedazos). Ercilla tenía unos noventa y agonizaba en una enorme cama con dosel. El viejo me miraba desdeñoso y después me pedía un vaso de aguardiente. Yo buscaba y rebuscaba el aguardiente pero sólo encontraba aperos de montar.
8. Soñé que iba caminando por el Paseo Marítimo de NuevaYork y veía a lo
lejos la figura de Manuel Puig. Llevaba una camisa celeste y unos pantalones de
lona ligera azul claro o azul oscuro, depende.
9. Soñé que Macedonio Fernández aparecía en el cielo de Nueva York en forma
de nube: una nube sin nariz ni orejas, pero con ojos y boca.
10. Soñé que estaba en un camino de África que de pronto se transformaba en
un camino de México. Sentado en un farellón, Efraín Huerta jugaba a los dados
con los poetas mendicantes del DF.
11. Soñé que en un cementerio olvidado de África encontraba la tumba de un
amigo cuyo rostro ya no podía recordar.
12. Soñé que una tarde golpeaban la puerta de mi casa. Estaba nevando. Yo
no tenía estufa ni dinero. Creo que hasta la luz me iban a cortar. ¿Y quién
estaba al otro lado de la puerta? Enrique Lihn con una botella de vino, un
paquete de comida y un cheque de la Universidad Desconocida.
13. Soñé que leía a Stendhal en la Estación Nuclear de Civitavecchia: una
sombra se deslizaba por la cerámica de los reactores. Es el fantasma de
Stendhal decía un joven con botas y desnudo de cintura para arriba. ¿Y tú quién
eres?, le pregunté. Soy el yonqui de la
cerámica, el húsar de la cerámica y de la mierda, dijo.
14. Soñé que estaba soñando, habíamos perdido la revolución antes de
hacerla y decidía volver a casa. Al intentar meterme en la cama encontraba a De
Quincey durmiendo. Despierte, don Tomás, le decía, ya va a amanecer, tiene que
irse. (Como si De Quincey fuera un vampiro.) Pero nadie me escuchaba y volvía a
salir a las calles oscuras de México DF.
15. Soñé que veía nacer y morir a Aloysius Bertrand el mismo día, casi sin
intervalo de tiempo, como si los dos viviéramos dentro de un calendario de
piedra perdido en el espacio.
16. Soñé que era un detective viejo y enfermo. Tan enfermo que literalmente
me caía a pedazos.Iba tras las huellas de Gui Rosey. Caminaba por los barrios
de un puerto que podía ser Marsella o no. Un viejo chino afable me conducía finalmente a un sótano. Esto es lo que
queda de Rosey, decía. Un pequeño montón de
cenizas. Tal como está, podría ser Li Po,
le contestaba.
17. Soñé que era un detective viejo y enfermo y que buscaba gente perdida
hace tiempo. A veces me miraba casualmente en un espejo y reconocía a Roberto
Bolaño.
18. Soñé que Archibald McLeish lloraba -apenas tres lágrimas- en la terraza
de un restaurante de Cape Code. Era más de medianoche y pese a que yo no sabía cómo volver terminábamos
bebiendo y brindando por el Indómito Nuevo Mundo.
19. Soñé con los Fiambres y las Playas Olvidadas.
20. Soñé que el cadáver volvía a la Tierra Prometida montado en una Legión
de Toros Mecánicos.
21. Soñé que tenía catorce años y que era el último ser humano del
Hemisferio Sur que leía a los hermanos Goncourt.
22. Soñé que encontraba a Gabriela Mistral en una aldea africana. Había
adelgazado un poco y adquirido la costumbre de dormir sentada en el suelo con
la cabeza sobre las rodillas. Hasta los mosquitos
parecían conocerla.
23. Soñé que volvía de África en un autobús lleno de animales muertos. En una frontera cualquiera aparecía un veterinario sin rostro. Su cara era
como un gas, pero yo sabía quién era.
24. Soñé que Philip K. Dick paseaba por la Estación Nuclear de
Civitavecchia.
25. Soñé que Arquíloco atravesaba un desierto de huesos humanos. Se daba
ánimos a sí mismo: "Vamos, Arquíloco, no desfallezcas, adelante, adelante."
26. Soñé que tenía quince años y que iba a la casa de Nicanor Parra a
despedirme. Lo encontraba de pie, apoyado en una pared negra. ¿Adónde vas,
Bolaño?, decía. Lejos del Hemisferio Sur, le
contestaba.
27. Soñé que tenía quince años y que, en efecto, me marchaba del Hemisferio
Sur. Al meter en mi mochila el único
libro que tenía (Trilce, de Vallejo), éste se quemaba. Eran las siete de la
tarde y yo arrojaba mi mochila chamuscada por la ventana.
28. Soñé que tenía dieciseís y que Martín Adán me daba clases de piano. Los
dedos del viejo, largos como los del Fantástico Hombre de Goma, se hundían en
el suelo y tecleaban sobre una cadena de volcanes subterráneos.
29. Soñé que traducía a Virgilio con una piedra. Yo estaba desnudo sobre
una gran losa de basalto y el sol, como decían los pilotos de caza, flotaba
peligrosamente a las 5.
30. Soñé que estaba muriéndome en un patio africano y que un poeta llamado
Paulin Joachim me hablaba en francés (sólo entendía fragmentos como "el
consuelo", "el tiempo", "los años que vendrán")
mientras un mono ahorcado se balanceaba de la rama de un árbol.
31. Soñé que la tierra se acababa. Y que el único ser humano que contemplaba el final era Franz Kafka. En el
cielo los Titanes luchaban a muerte. Desde un asiento de hierro forjado del
parque de Nueva York veía arder el mundo.
32. Soñé que estaba soñando y que volvía a mi casa demasiado tarde. En mi
cama encontraba a Mario de Sá-Carneiro durmiendo con mi primer amor. Al
destaparlos descubría que estaban muertos y mordiéndome los labios hasta
hacerme sangre volvía a los caminos vecinales.
33. Soñé que Anacreonte construía su castillo en la cima de una colina
pelada y luego lo destruía.
34. Soñé que era un detective latinoamericano muy viejo. Vivía en NuevaYork
y Mark Twain me contrataba para salvarle la vida a alguien que no tenía rostro.
Va a ser un caso condenadamente difícil, señor Twain, le decía.
35. Soñé que me enamoraba de Alice Sheldon. Ella no me quería. Así que intentaba
hacerme matar en tres continentes. Pasaban los años. Por fin, cuando ya era muy
viejo, ella aparecía por el otro extremo del Paseo Marítimo de Nueva York y
mediante señas (como las que hacían en los portaaviones para que los pilotos
aterrizaran) me decía que siempre me había querido.
36. Soñé que hacía un 69 con
Anaïs Nin sobre una enorme losa de basalto.
37. Soñé que follaba con Carson McCullers en una habitación en penumbras en
la primavera de 1981. Y los dos nos sentíamos irracionalmente felices.
38. Soñé que volvía a mi viejo Liceo y que Alphonse Daudet era mi profesor
de francés. Algo imperceptible nos indicaba que estábamos soñando. Daudet
miraba a cada rato por la ventana y fumaba la pipa de Tartarín.
39. Soñé que me quedaba dormido mientras mis compañeros de Liceo intentaban
liberar a Robert Desnos del campo de concentración de Terezin. Cuando despertaba una voz me ordenaba que me pusiera en movimiento. Rápido,
Bolaño, rápido, no hay tiempo que perder. Al llegar sólo encontraba a un vieoj
detective escarbando en las ruinas humeantes del asalto.
40. Soñé que una tormenta de números fantasmales era lo único que quedaba
de los seres humanos tres mil millones de años después de que la Tierra hubiera
dejado de existir.
41. Soñé que estaba soñando y que en los túneles de los sueños encontraba
el sueño de Roque Dalton: el sueño de los valientes que murieron por una
quimera de mierda.
42. Soñé que tenía dieciocho años y que veía a mi mejor amigo de entonces,
que también tenía dieciocho, haciendo el amor con Walt Whitman. Lo hacían en un sillón, contemplando el atardecer borrascoso de
Civitavecchia.
43. Soñé que estaba preso y que Boecio era mi compañero de celda. Mira,
Bolaño, decía extendiendo la mano y la pluma en la semioscuridad: ¡no
tiemblan!, ¡no tiemblan! (Después de un rato, añadía con voz tranquila: pero
tamblarán cuando reconozcan al cabrón de Teodorico.)
44. Soñé que traducía al Marqués de Sade a golpes de hacha. Me había vuelto
loco y vivía en un bosque.
45. Soñé que Pascal hablaba del miedo con palabras cristalinas en una
taberna de Civitavecchia: "Los milagros no sirven para convertir, sino
para condenar", decía.
46. Soñé que era un viejo detective latinoamericano y que una Fundación
misteriosa me encargaba encontrar las actas de defunción de los Sudacas
Voladores. Viajaba por todo el mundo: hospitales, campos de batalla, pulquerías,
escuelas abandonadas.
47. Soñé que Baudelaire hacía el amor con una sombra en una habitación
donde se había cometido un crimen. Pero a Baudelaire no le importaba. Siempre
es lo mismo, decía.
48. Soñé que una adolescente de dieciséis años entraba en el túnel de los
sueños y nos despertaba con dos tipos de vara. La niña vivía en un manicomio y poco a poco se iba volviendo más loca.
49. Soñé que en las diligencias que entraban y salían de Civitavecchia veía
el rostro de Marcel Schwob. La visión era fugaz. Un
rostro casi translúcido, con los ojos cansados, apretado de felicidad y de
dolor.
50. Soñé que después de la tormenta un escritor ruso y también sus amigos
franceses optaban por la felicidad. Sin preguntar ni pedir nada. Como quien se derrumba sin sentido sobre su
alfombra favorita.
51. Soñé que los soñadores habían ido a la guerra florida. Nadie había
regresado. En los tablones de cuarteles olvidados en las montañas alcancé a
leer algunos nombres. Desde un lugar remoto una voz transmitía una y otra vez
las consignas por las que ellos se habían condenado.
52. Soñé que el viento movía el letrero gastado de una taberna. En el
interior James Mathew Barrie jugaba a los dados con cinco caballeros
amenazantes.
53. Soñé que volvía a los caminos, pero esta vez ya no tenía quince años
sino más de cuarenta. Sólo poseía un libro, que llevaba en mi pequeña mochila. De
pronto, mientras iba caminando, el libro comenzaba a arder. Amanecía y casi no
pasaban coches. Mientras arrojaba la mochila chamuscada en una acequia sentí
que la espalda me escocía como si tuviera alas.
54. Soñé que los caminos de África estaban llenos de gambusinos,
bandeirantes, sumulistas.
55. Soñé que nadie muere la víspera.
56. Soñé que un hombre volvía la vista atrás, sobre el paisaje anamórfico
de los sueños y que su mirada era dura como el acero pero igual se fragmentaba
en múltiples miradas cada vez más inocentes, cada vez más desvalidas.
57. Soñé que Georges Perec tenía tres años y lloraba desconsoladamente. Yo intentaba calmarlo. Lo tomaba en brazos, le compraba golosinas, libros
para pintar. Luego nos íbamos al Paseo Marítimo de Nueva York y mientras él
jugaba en el tobogán yo me decía a mí mismo: no sirvo para nada, pero serviré
para cuidarte, nadie te hará daño, nadie intentará matarte. Después se ponía a
llover y volvíamos tranquilamente a casa. ¿Pero dónde estaba nuestra casa?
Blanes, 1994
En Tres
Colección El Acantilado
http://bibliotecaignoria.blogspot.com/2015/03/roberto-bolano-un-paseo-por-la.html