El asesinato a
Nemtsov se inscribe en una larga lista de opositores a Putin, todos muertos
bajo extrañas circunstancias. Anna Politvoskaya, la periodista que denunció el
terrorismo de Estado en Chechenia, baleada en un ascensor (2006). Alexander
Litvitnesko, ex agente de seguridad de Putin, envenenado por agentes rusos en
Londres (2006). Boris Berezovski. el magnate ex amigo de Putin, convertido
después en opositor como resultado de una lucha de mafias involucradas en
diversos asesinatos políticos (2013). La versión oficial: suicidio.
Después de cada asesinato, el mismo libreto. El
gobernante se muestra consternado y promete realizar investigaciones
exhaustivas. Paralelamente comienzan a circular rumores inculpando a las
víctimas. ¿Narcotráfico? ¿Drogadicción? ¿Alcoholismo? ¿Crimen pasional?
¿Trastornos psíquicos? Hasta que pasa el tiempo y el hecho se convierte en anécdota.
A veces, como en el asesinato a la Politvoskaya, cae uno que otro pez pequeño y
después nadie lo recuerda. La historia de los países regidos por autocracias se
construye no con recuerdos sino con olvidos.
Boris Nemtsov era un candidato a muerte prematura.
Conocedor de los vericuetos del poder, al igual que Putin fue uno de los
favoritos de Yeltzin. Pero además, reunía talentos de los que carece Putin. No
era un líder televisivo sino de calle. Sabía hablar a las multitudes y
despertar emociones. Había logrado unir en un solo discurso dos dimensiones
altamente peligrosas para el régimen: la lucha en contra de la corrupción y la
oposición a la guerra en Ucrania. Su lema era: “Putin es la guerra. Putin es la
crisis”.
Por supuesto, los secretos de Estado y la autonomización
de los servicios de espionaje no son solo una especialidad rusa. Prácticamente
no pasa una semana sin que en la pantalla televisiva aparezca un thriller
acerca de cómo los servicios de inteligencia pueden llegar a controlar a los
gobiernos, a los partidos y a los políticos, aún en los países más
democráticos. El problema parece ser mucho más grave si se toma en cuenta la
autonomización de la información digital.
Ya hay indicios de como determinadas franjas de la
economía mundial están siendo manejadas desde un espacio virtual al cual ningún
gobierno tiene acceso. Las luchas por la democracia del futuro deberán
enfrentar a un nuevo tipo de dominación de carácter impersonal, digital,
intergaláctica y con acceso a datos que convierten a la intimidad de cada uno
en ficción. Distopías viables, si el poder de la información supranacional
coordina con el de Estados secretos como el que existe en la Rusia de Putin.
En cierta medida el secretismo del Estado ruso puede ser
considerado como una continuación del que imperaba durante el periodo
soviético. Pero hay una diferencia. Durante el periodo soviético la
Nomenklatura o clase dominante de Estado, estaba dividida en tres estamentos:
la burocracia política, el ejército y los servicios de inteligencia. La
historia del estalinismo es también la historia de una lucha mortal entre estos
tres estamentos.
Como es sabido, durante los últimos años de Stalin los
“aparatistas” del tercer estamento lograron a través de la eminencia gris del
dictador, el agente de la NVKD Lavrenti Beria, hacerse de gran parte del poder
gracias a “purgas” organizadas por Stalin y Beria. Desde esa perspectiva el
asesinato de Beria (1953) así como el de
sus secuaces, puede ser considerado como parte de una rebelión de la
burocracia política en contra de los “aparatistas”, rebelión realizada con el
objetivo de impedir que los servicios secretos se hicieran de la totalidad del
poder.
Durante el periodo Brézhnev tuvo lugar una coexistencia
pacífica aunque tensa entre los aparatos secretos y la burocracia estatal. La
rebelión de Gorbachov fue por el contrario parte de un proyecto del estamento
político- burocrático para deshacerse de la dominación ejercida por el aparato
secreto del Estado. No por casualidad la Perestroika nació acompañada de
Glasnost (transparencia).
Ahora bien, desde una perspectiva macro-histórica, Putin
no conecta ni con Kruschev ni con
Brézhnev sino, de una manera indirecta, con Beria.
Putin, formado en los laberintos del Estado soviético,
emergió a la política como portador de la utopía de Beria, a saber, con el
objetivo de subordinar a todos los aparatos del Estado al estamento secreto.
Gracias a esa subordinación, Putin ha llegado a controlar en una sola mano los
tres poderes fácticos: los organismos de inteligencia, el aparato burocrático y
el ejército.
Como Beria, Putin fue un agente secreto, uno de los más
eficientes de la KGB. Su salto a la política no significó una ruptura con su
pasado sino todo lo contrario. Los biógrafos coinciden en que Putin maneja los
asuntos de Estado con los mismos métodos aprendidos en sus años de agente
secreto en San Petersburgo.
Desde sus bastiones secretos Putin controla la política
interior y exterior del país. Eso fue lo que precisamente captó Boris Mentsov.
Rusia necesita de una nueva Glasnost, de una transparencia que estimule el
regreso de una política que permita al país reinsertarse en un espacio
democrático y occidental. Mientras eso no sea posible, reiteraba Mentsov, no
habrá paz en Ucrania. En Europa, tampoco.
Los multitudinarios funerales de Mentsov (3 de Marzo)
demostraron que la utopía democrática del líder ruso puede ser alguna vez
realidad. Esos funerales fueron una de las más grandes protestas de la
oposición en la era Putin. No todo parece estar perdido en Rusia.