No hay qué extrañarse de
que un partido nuevo como Syriza haya ganado las elecciones en Grecia. Al
fin y al cabo todos los partidos han sido nuevos alguna vez. Muchos han surgido
de movimientos sociales que arrastran rebeldías y hasta agresividad en contra
de la política de la cual ellos mismos forman parte.
Recuerdo
por ejemplo cuando hicieron su entrada los Verdes alemanes en el Parlamento:
Pelos largos, dos meses sin ducharse, y Joschka Fischer luciendo sus recién
compradas zapatillas marca “Puma”. Dos meses atrás el ex Ministro del Exterior
había participado en batallas callejeras en contra de las fuerzas del orden. Al
lado de esos jóvenes de ayer, los de Podemos y Syriza parecen tímidos y
acomplejados pequeños burgueses. Y bien, hoy el Partido Verde puede ser
caracterizado como un partido conservador.
El
problema no reside entonces en la entrada tumultuosa de los llamados nuevos
populismos. Anormal es que eso no hubiera ocurrido antes, sobre todo si se
tiene en cuenta que los partidos tradicionales europeos padecen de una profunda
crisis de representación.
El
esquemático bi-partidismo que rige gran parte de Europa (centro derecha-centro
izquierda) corresponde al orden político de la llamada “sociedad industrial”.
Pero ahora estamos situados en la “sociedad post-industrial”. En ese sentido no
debe sorprender el hecho de que algunos nuevos partidos crezcan sobre la ruina
de los partidos socialistas. En cierto modo, si no sus hijos, son sus
sucesores. Tarde o temprano terminaremos por acostumbraremos a ellos. Es la ley
de la vida.
Múltiples
sectores sociales aparecidos durante el curso del periodo post-industrial
carecen de representación. Podemos o Syriza al integrar al juego político a los
no representados podrían llegar incluso a ser – como sucedió con las
socialdemocracias - factores de orden en sus respectivas naciones.
Tampoco
debe extrañarnos que la cadena comience a romperse en sus eslabones más
débiles. Por lo menos desde el punto de vista económico, Grecia lo es. Bajo
esas condiciones se entiende por qué Alexis Tsipras logró crear Syriza, una
coordinadora de múltiples organizaciones de izquierda donde tienen cabida desde
anarquistas hasta estalinistas.
Syriza
sigue un libreto que más o menos dice así: Grecia es una nación expoliada por
el capital internacional representado por la “Troika” (Comisión Europea (CE),
Banco Central Europeo (BCE) y el Fondo Monetario Internacional. La política de
austeridad traducida en una deuda de € 320 billones es el mecanismo mediante el
cual Grecia ha sido condenada a vivir en la miseria. Alemania y su líder Angela
Merkel son ejecutores del imperialismo euro-occidental. Syriza, por el
contrario, es una fuerza de liberación nacional surgida en contra de la
hegemonía ejercida por Alemania sobre Europa.
No
estoy inventando nada: todo eso y mucho más puede ser encontrado en el libro de
un buen amigo de Moscú, el profesor Nikos Kotsias, acual ministro de Exteriores
de Grecia. El libro, aún no traducido al español, lleva como título “Grecia,
colonia de las deudas”. El subtítulo es todavía más explícito: “El
imperialismo europeo bajo presidencia alemana”
El
de Kotsias (o el de Tsipras) es un relato maniqueo cuyo objetivo es poner a
Grecia en el papel de víctima pasiva frente a malvados actores internacionales
al servicio del imperialismo financiero alemán. En la izquierda alemana ha sido
muy leído y comentado. Podría haberse llamado también “Las venas abiertas de
Grecia” aunque en vedad es más tedioso que el libro de Galeano, al fin y al
cabo escrito con buena pluma.
Al
igual que sus socios españoles de Podemos, Syriza no propone un futuro
socialista, solo un capitalismo nacional basado en la expansión ilimitada del
gasto público. Miradas así las cosas, tampoco extraña que la tesis del
capitalismo nacional de Syriza haya armonizado con el nacionalismo xenófobo del
partido de los “griegos independientes”.
Los
“independientes” son nacionalistas desde el punto de vista étnico. Los de
Syriza lo son desde el punto de vista económico. Los une (también con Podemos y el Frente
Nacional de los Le Pen) un antiguo “anti-europeísmo de los europeos”. Por eso,
ambos, así como el resto de los populismos de ultraderecha y de ultra izquierda
(términos cada vez más inoperantes) no disimulan simpatías frente a la política
antieuropea de Vladimir Putin. Y bien, en ese punto, y no en la condonación de
la deuda externa o en el abandono de la política de austeridad, reside el
problema con Syriza.
Syriza
levanta una política anti europea en momentos en los cuales Europa se encuentra
en medio de una guerra caliente en contra de ejércitos islamistas y de una guerra fría (hay que hablar claro) en contra
de Rusia. Luego, el peligro no reside tanto en los nuevos populismos sino en el
momento en el cual han surgido. Eso significa: cuando Europa requiere más que
nunca de la unidad política, han aparecido actitudes divisionistas frente a un
enemigo que por el momento es más político que militar, pero que, en plazos
cortos, podría llegar a ser más militar que político. Por supuesto, me refiero
a Putin.
De
hecho, el eje Hollande-Merkel había encontrado un punto intermedio para unir a
Europa en contra de un potencial enemigo común: Una complicada obra de arte.
Pero solo dos días después de haber sido elegido, el gobierno Tsipras amenazó
romper el consenso europeo y pronunciarse en contra de las sanciones a Rusia,
nada menos que en los mismos días cuando los mal llamados separatistas sitian
en el Este de Ucrania la ciudad de Mariúpol sumando altos costos en vidas
humanas. Según el presidente ucraniano Petró Poroshenko, se trata de una guerra
de ocupación (rusa) disfrazada de guerra civil.
El
peligro es grande. La posición pro-rusa de Syriza llevará a un endurecimiento
anti-ruso de Polonia y de los Países Bálticos cuyos gobernantes saben que lo
que ocurre en Ucrania podrá ocurrir después en sus naciones. Eso, a su vez,
llevaría a Putin a situarse en una posición óptima: la de enfrentar a una
Europa no solo dividida sino, además, polarizada. Ha llegado entonces la hora
de tomar decisiones. O Syriza asume un rumbo europeo o cae en el pantano de la
colaboración.
Los gobiernos europeos deberán
dejar claro que más allá de negociables temas económicos, hay temas
internacionales imposibles de ser transados. Los límites políticos de Syriza
–ese es el punto que deberá entender Tsipras- terminan en Kiev. Así al menos lo
habría dicho Winston Churchill.
Post Scriptum: Cuando terminaba de escribir este
artículo llegó la noticia de que después de una “amable” conversación entre
Alexis Tsipras y el Presidente del Parlamento europeo, Martín Schulz, el
primero aceptó sumarse a las sanciones en contra de Moscú. Acerca del precio no
se habla. En cualquier caso el peligro de la división de Europa frente a la
Rusia de Putin continúa latente.