Fernando Mires - SYRIZA LIMITA CON KIEV


No hay qué extrañarse de que un partido nuevo como Syriza haya ganado las elecciones en Grecia. Al fin y al cabo todos los partidos han sido nuevos alguna vez. Muchos han surgido de movimientos sociales que arrastran rebeldías y hasta agresividad en contra de la política de la cual ellos mismos forman parte. 
Recuerdo por ejemplo cuando hicieron su entrada los Verdes alemanes en el Parlamento: Pelos largos, dos meses sin ducharse, y Joschka Fischer luciendo sus recién compradas zapatillas marca “Puma”. Dos meses atrás el ex Ministro del Exterior había participado en batallas callejeras en contra de las fuerzas del orden. Al lado de esos jóvenes de ayer, los de Podemos y Syriza parecen tímidos y acomplejados pequeños burgueses. Y bien, hoy el Partido Verde puede ser caracterizado como un partido conservador.
El problema no reside entonces en la entrada tumultuosa de los llamados nuevos populismos. Anormal es que eso no hubiera ocurrido antes, sobre todo si se tiene en cuenta que los partidos tradicionales europeos padecen de una profunda crisis de representación.
El esquemático bi-partidismo que rige gran parte de Europa (centro derecha-centro izquierda) corresponde al orden político de la llamada “sociedad industrial”. Pero ahora estamos situados en la “sociedad post-industrial”. En ese sentido no debe sorprender el hecho de que algunos nuevos partidos crezcan sobre la ruina de los partidos socialistas. En cierto modo, si no sus hijos, son sus sucesores. Tarde o temprano terminaremos por acostumbraremos a ellos. Es la ley de la vida.
Múltiples sectores sociales aparecidos durante el curso del periodo post-industrial carecen de representación. Podemos o Syriza al integrar al juego político a los no representados podrían llegar incluso a ser – como sucedió con las socialdemocracias - factores de orden en sus respectivas naciones.
Tampoco debe extrañarnos que la cadena comience a romperse en sus eslabones más débiles. Por lo menos desde el punto de vista económico, Grecia lo es. Bajo esas condiciones se entiende por qué Alexis Tsipras logró crear Syriza, una coordinadora de múltiples organizaciones de izquierda donde tienen cabida desde anarquistas hasta estalinistas. 
Syriza sigue un libreto que más o menos dice así: Grecia es una nación expoliada por el capital internacional representado por la “Troika” (Comisión Europea (CE), Banco Central Europeo (BCE) y el Fondo Monetario Internacional. La política de austeridad traducida en una deuda de € 320 billones es el mecanismo mediante el cual Grecia ha sido condenada a vivir en la miseria. Alemania y su líder Angela Merkel son ejecutores del imperialismo euro-occidental. Syriza, por el contrario, es una fuerza de liberación nacional surgida en contra de la hegemonía ejercida por Alemania sobre Europa.
No estoy inventando nada: todo eso y mucho más puede ser encontrado en el libro de un buen amigo de Moscú, el profesor Nikos Kotsias, acual ministro de Exteriores de Grecia. El libro, aún no traducido al español, lleva como título “Grecia, colonia de las deudas”. El subtítulo es todavía más explícito: “El imperialismo europeo bajo presidencia alemana”
El de Kotsias (o el de Tsipras) es un relato maniqueo cuyo objetivo es poner a Grecia en el papel de víctima pasiva frente a malvados actores internacionales al servicio del imperialismo financiero alemán. En la izquierda alemana ha sido muy leído y comentado. Podría haberse llamado también “Las venas abiertas de Grecia” aunque en vedad es más tedioso que el libro de Galeano, al fin y al cabo escrito con buena pluma.
Al igual que sus socios españoles de Podemos, Syriza no propone un futuro socialista, solo un capitalismo nacional basado en la expansión ilimitada del gasto público. Miradas así las cosas, tampoco extraña que la tesis del capitalismo nacional de Syriza haya armonizado con el nacionalismo xenófobo del partido de los “griegos independientes”.
Los “independientes” son nacionalistas desde el punto de vista étnico. Los de Syriza lo son desde el punto de vista económico. Los une (también con Podemos y el Frente Nacional de los Le Pen) un antiguo “anti-europeísmo de los europeos”. Por eso, ambos, así como el resto de los populismos de ultraderecha y de ultra izquierda (términos cada vez más inoperantes) no disimulan simpatías frente a la política antieuropea de Vladimir Putin. Y bien, en ese punto, y no en la condonación de la deuda externa o en el abandono de la política de austeridad, reside el problema con Syriza.
Syriza levanta una política anti europea en momentos en los cuales Europa se encuentra en medio de una guerra caliente en contra de ejércitos islamistas y de una  guerra fría (hay que hablar claro) en contra de Rusia. Luego, el peligro no reside tanto en los nuevos populismos sino en el momento en el cual han surgido. Eso significa: cuando Europa requiere más que nunca de la unidad política, han aparecido actitudes divisionistas frente a un enemigo que por el momento es más político que militar, pero que, en plazos cortos, podría llegar a ser más militar que político. Por supuesto, me refiero a Putin.
De hecho, el eje Hollande-Merkel había encontrado un punto intermedio para unir a Europa en contra de un potencial enemigo común: Una complicada obra de arte. Pero solo dos días después de haber sido elegido, el gobierno Tsipras amenazó romper el consenso europeo y pronunciarse en contra de las sanciones a Rusia, nada menos que en los mismos días cuando los mal llamados separatistas sitian en el Este de Ucrania la ciudad de Mariúpol sumando altos costos en vidas humanas. Según el presidente ucraniano Petró Poroshenko, se trata de una guerra de ocupación (rusa) disfrazada de guerra civil.
El peligro es grande. La posición pro-rusa de Syriza llevará a un endurecimiento anti-ruso de Polonia y de los Países Bálticos cuyos gobernantes saben que lo que ocurre en Ucrania podrá ocurrir después en sus naciones. Eso, a su vez, llevaría a Putin a situarse en una posición óptima: la de enfrentar a una Europa no solo dividida sino, además, polarizada. Ha llegado entonces la hora de tomar decisiones. O Syriza asume un rumbo europeo o cae en el pantano de la colaboración.
Los gobiernos europeos deberán dejar claro que más allá de negociables temas económicos, hay temas internacionales imposibles de ser transados. Los límites políticos de Syriza –ese es el punto que deberá entender Tsipras- terminan en Kiev. Así al menos lo habría dicho Winston Churchill.

Post Scriptum: Cuando terminaba de escribir este artículo llegó la noticia de que después de una “amable” conversación entre Alexis Tsipras y el Presidente del Parlamento europeo, Martín Schulz, el primero aceptó sumarse a las sanciones en contra de Moscú. Acerca del precio no se habla. En cualquier caso el peligro de la división de Europa frente a la Rusia de Putin continúa latente.