Si alguien tuviera la absurda y a la vez buena idea de
buscar un equivalente poético al clásico de Sigmund Freud “El Malestar en la
Cultura”, sería difícil encontrar un poema más apropiado que Walking around
de Pablo Neruda. En ese, uno de los más conocidos poemas de la colección
“Residencia en la Tierra” (Libro 2, parte primera,1932-1935) el poeta chileno
nos habla de su malestar de vivir en el mundo que le correspondió, un mundo que
no lo deja –esa es la conclusión más definitiva- ser lo que él es.
El suyo, un poema de protesta no política, pero sí
existencial, es el canto de un ser dividido, como todos somos, entre dos
naturalezas: la material y la metafísica. División sin cuya conciencia no
habría poesía. Tampoco filosofía, y en ningún caso la locura, fuente de toda
poesía. Eso no quiere decir por supuesto que cada loco es un poeta. Pero sí que
un gran poeta, por lo menos cuando escribe, ha de bordear los umbrales de la
locura. Quien escribe poesía sin poseer la capacidad de perderse de sí, en sí y
del mundo, no debe ser jamás llamado poeta. En el mejor de los casos, un
simulador. Tal vez un equivalente a lo que fueron los sofistas en la filosofía,
gente tan odiada por Platón.
De acuerdo a una mirada freudiana tradicional, Neruda
acusaría el malestar que se produce como resultado de la colisión entre su ser
interno con su vida exterior a la que percibe como amenaza en contra de sí
mismo. El olor de las peluquerías “lo hace llorar a gritos”. Por eso entra
“marchito e impenetrable en las sastrerías y en los cines”. “No quiere ver más
establecimientos ni jardines”. Todo su ser protesta en contra del orden de las
cosas, los reglamentos, las leyes a las cuales tiene que adaptar su cuerpo
joven -recién tenía treinta años- para seguir viviendo en la cultura o como se
dirá después, en “la sociedad” a la que Neruda siente como una cárcel que
encierra a su propio “yo” (El “yo” afirma Freud, es siempre un cuerpo-yo). O
como confiesa el mismo Neruda: “el día arde como el petróleo cuando me ve
llegar con mi cara de cárcel”.
Un Neruda encarcelado por el orden cultural pareciera ser
un despropósito para quien llegó a ser el máximo representante de la cultura de
un país. Pero es que la cultura, como muchas otras cosas de la vida, tiene una
significación ambivalente. Por una parte representa al saber. Por otra, al ser.
Pero el ser y el saber son dos dimensiones distintas de
la condición humana. No todo lo que se es, se sabe. No todo lo que se sabe, se
es. Mucho menos para un poeta cuya misión era la de traspasar las puertas del
ser más allá de su simple “residencia en la tierra”.
“Sucede que me canso de mis pies y de mis uñas y mi pelo
y mi sombra. Sucede que me canso de ser hombre”. Esa era también la fisura
observada por Freud en sus pacientes, dignos representantes de todos los que
sufren la posibilidad de ser y no poder ser lo que son.
No cabe la menor duda: Si Neruda hubiese leído su poema a
un psiquiatra “normal” este no habría tenido otra alternativa que diagnosticar
al paciente su condición de inadaptado social. Más aún, de una persona en
estado de disociación aguda y que por momentos alcanza altos grados
alucinatorios. Por ejemplo, cuando Neruda escribe: “Hay pájaros de color azufre
y horribles intestinos colgando de las puertas de las casas que odio, hay
dentaduras olvidadas en una cafetera, hay espejos que debieron haber llorado de
vergüenza y espanto, hay paraguas en todas partes, y venenos, y ombligos”.
Como consecuencia de su disociación extrema –podría continuar
el diagnóstico- el poeta-paciente siente la realidad como algo amenazante,
razón por la cual reacciona frente a ella de un modo altamente agresivo
(inclinación sádica). Lo comprueba la siguiente cita: “Sin embargo sería
delicioso asustar a un notario con un lirio cortado o dar muerte a una monja
con un golpe de oreja”. O como también es común en este tipo de pacientes, de
un modo narcisista: “No quiero para mi tantas desgracias, no quiero continuar
de raíz y tumba”. Y no por último, de un modo notoriamente exhibicionista:
“Sería bello ir por las calles con un cuchillo verde y dando gritos hasta morir
de frío”.
En síntesis, Neruda habría sido clasificado
por la psiquiatría normal como un paciente paranoico, con inclinaciones
psicópatas e incluso suicidas.
Sin embargo, para un analista “anormal”, y eso era Freud,
el poema de Neruda habría sido entendido como la significación metafórica del
malestar en la cultura, es decir, como un testimonio de la condición humana,
escindida entre el ser que somos y el ser que debemos ser.
Por supuesto, el Neruda de Walking around se
encuentra alejado (¿enajenado?) del “principio de realidad”. Pero ¿de cuál
realidad? Esa fue la pregunta que se hizo tiempo después el gran analista en su
obra “Más allá del Principio del Placer”. ¿La realidad es la realidad que
vivimos o la realidad que nos antecede y nos continúa, más allá de la materia
orgánica que somos o creemos ser?
Gracias a Dios (o a Freud) existió Lacan quien fue sin
duda el máximo apóstol del profeta psicoanalítico. Como es sabido, Lacan,
abandonando el lenguaje clínico, invirtió en términos definitivos el concepto
de “lo real” del joven Freud. Porque para Lacan, digámoslo de una vez, lo real
está más allá de nuestra realidad. Mucho más allá.
Lo real-lacaniano es todo lo que no sabemos
que existe más allá de nuestra perceptibilidad, pero existe, y al existir se
hace presente en ese minúsculo segmento que llamamos realidad. Algunos –los
genios, los llamó Sócrates– solo lo pre-sienten. Han sido encandilados por sus
influjos. Son, para decirlo de nuevo con Sócrates, los seres intermedios, es
decir, los mediocres. Luego, para Sócrates no hay grandeza más grande que la
mediocridad humana.
En sentido estricto los mediocres socráticos son los que
viven a media luz dentro de la caverna platónica. No están, según Platón,
sumidos en la oscuridad absoluta, ven la luz, se sienten atraídos por el sol,
pero no logran salir fuera de la caverna. La poesía, la verdadera poesía, será
siempre escrita a media luz. Es por eso que algunos poemas, no siendo oscuros,
son necesariamente sombríos. Walking around es un digno ejemplo.
Si tuviéramos que seguir el hilo lacaniano, podríamos
decir acercándonos a la física cuántica, que lo real es lo tri-dimensional en
el ser. Ese átomo de lo real que es nuestra realidad –la realidad nuestra es
siempre sub-real, o surrealista- está inmerso en lo real. Desde allí intentamos
entender lo real-verdadero usando el pensamiento que para eso nos lo dieron.
Pero con el pensamiento solo accedemos a la parte pensable de lo real. Lo
pensable (segundo segmento) sería en ese sentido el borde más cercano de la
metafísica. Me explico: lo pensable no es necesariamente lo perceptible y en
ningún caso lo sensorial, pero es conocible gracias a la lógica del pensar. Por
ejemplo, nunca vamos a ver la milésima parte de un neutrón. Pero sabemos desde
un punto de vista lógico que esa diminuta parte existe. Y bien, todo lo que
existe más allá del campo de lo impensable, pertenece a lo real: Lo real es la
metalógica. También es el campo de la poesía. La poesía no puede ni debe ser
lógica. Donde comienza la lógica termina la poesía.
Más allá de lo perceptible y de lo pensable aparece
entonces la tercera y quizás la verdadera dimensión del ser. Nunca la veremos y
la pensaremos, por lo menos no en esta vida. Solo algunos, creo que Neruda
entre ellos, la han podido pre-sentir. Y bien, ahí reside el poder de la
poesía. A través del hacer poético intentamos romper las cadenas establecidas
entre significantes y significados y así acceder con palabras, sonidos y
silencios expresados fuera de tiempo y lugar, a ese tercer segmento del Ser, el
de lo verdaderamente real.
Pensar es realizar un salto, dijo una vez Heidegger. Lo
sigo: poetizar sería entonces realizar un salto mortal. Mas, esa dimensión a la
que intenta alcanzar la poesía, también está más allá de la poesía. Cada poema
es un fracaso frente a su proyecto “real”. No obstante, a veces aparece entre
nosotros –y más que a muchos, en Neruda- la luz tenue (sombría) de lo real.
Pues las tres dimensiones no están, como ocurre con los emparedados, una encima
de la otra. Lo real transfiere e integra a nuestra propia realidad. Es decir,
lo real no solo es metafísico y metalógico. Además es intrafísico e
intralógico. Lo real es quizás el nombre que dio Lacan a Dios.
Con su intuición genial, Freud percibió que el espacio de
lo real al que intenta apuntar en su “Malestar en la Cultura”, no es, como por
momentos pareció creer el mismo, el de la infancia perdida. Por el contrario,
esa realidad está más allá de nuestro nacimiento y de nuestra muerte. La
infancia perdida solo sería un objeto sustitutivo en el imaginario del
paciente. Algo así como la sexualidad: una simple y biológica coartada.
Sin esa intuición, Freud no habría utilizado en su clásico
libro el concepto de “sentimiento oceánico” tomado de Romain Rolland.
El “sentimiento oceánico” sería, evidentemente, la
nostalgia del ser originario desde donde venimos todos. La cultura en cambio,
nos impide atravesar el muro alambrado que rodea a la vida. La cultura es el
muro que nos separa del ser total. Imposible de traspasar pues la cultura somos
nosotros mismos. Luego, nosotros somos también el muro. Cuando Pablo Neruda
escribió Walking around solo daba vueltas alrededor de su propio muro.
Ese era el fondo de su poética infelicidad.
Nunca seremos felices en este mundo. Lo dijo el mismo
Freud: “El propósito de que el ser humano deba ser feliz no se encuentra
inscrito en el proyecto de la Creación”. Fue también la razón por la cual Freud
pensó titular su libro como “La infelicidad en la cultura”. Título que cambió
solo poco antes de publicarlo. Hizo mal. Ese título estaba más cerca de “su”
verdad. La felicidad no nos ha sido dada. Pero sí podemos rondarla: Walking around.
Pablo Neruda dio forma poética a esa
infelicidad que surge del “sentimiento oceánico” y de la imposibilidad de
realizarlo durante el breve espacio de nuestra vida. No obstante, Neruda fue
-en el sentido mismo del término de Rolland- un hombre oceánico. Pero no porque
el mar sobre-determina a muchos de sus poemas: Ni tampoco por su amor a los
crustáceos y moluscos prehistóricos de su país natal, ni siquiera por haber
construido su casa en Isla Negra -la que no es isla ni es negra- sino, sobre
todo, por haber intentado encontrar ese más allá del ser, ese “lo real” de
Lacan, ese Ser del ser situado sobre, entre y en todas las cosas del mundo.
Desde la perspectiva aquí insinuada, “Residencia en la
Tierra” y su poema Walking around pueden ser vistos como un punto de
partida, no cronológico, pero si poético, en el marco de un proyecto destinado
a alcanzar lo inalcanzable. Nadie podrá decir que Neruda no lo intentó.
Por momentos creyó encontrarlo en las piernas abiertas de
las mujeres que tanto amó; otras veces en el viento y en la tormenta, en los
desiertos y en los ríos; lo buscó incluso en sátrapas y dictadores asesinos a
los cuales confundió con dioses, o en la piedra y en la palabra, en la gente
simple y en la inteligencia humana, en el ajo, en la cebolla y en el tomate, en
el macrocosmos y en la micromateria, lo buscó por todas partes. Y por cierto,
también lo buscó en “ciertos rincones, en ciertas casas húmedas”, en
“hospitales donde los huesos salen por la ventana”, en “zapaterías con olor a
vinagre”, en “calles espantosas como grietas”, en “patios donde hay ropas
colgadas de un alambre”, y en “calzoncillos, toallas y camisas que lloran
lentas lágrimas sucias”
¿Lo encontró? Probablemente no. Ahí reside la grandeza de
su fracaso. Porque si él hubiera encontrado lo que el buscó, nadie sabría de su
búsqueda.
La poesía, su poesía: Esa fue su búsqueda.
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