La elección del Domingo 26 fue estrechísima. Hasta el Jueves 30 de Octubre
no se sabían los resultados. Al fin llegó la noticia: El partido islámico
Ennahda reconoció su derrota. El ganador es el partido (más bien, un frente)
laico, Nida Tounes (El llamado por Túnez).
La mayoría de los periódicos de Occidente anunció el triunfo de los
laicos como si estos hubiesen asestado un golpe mortal al islamismo más
radical, lo que no es cierto. Pues leyendo con más detenimiento la noticia, es
fácil concluir en que el resultado de las elecciones no es lo más importante.
Lo importante fue que hubo elecciones. Más importante fue que las
elecciones transcurrieron de un modo ordenado, sin luchas callejeras, sin
Kalachnikovs ni motorizados, y por si fuera poco, con una altísima
participación ciudadana. Y todavía más importante fue que nadie desconoció la
competencia e imparcialidad de los tribunales electorales, formados por gente
idónea y con el acuerdo de ambas partes. Y, por último, también fue importante
el hecho de que, habiendo tomado noticia de su derrota, los dirigentes del
partido Ennahda no solo la reconocieron sino, además, felicitaron gentilmente
a los vencedores. Ya quisieran algunos países occidentales tener esa cultura
política.
Túnez, todos lo dicen, fue el primer eslabón de la cadena de revoluciones a
la que los periodistas, para vender mejor, calificaron erróneamente como la
Primavera Árabe. Hoy la revolución democrática y popular tunecina ha sido
ratificada en las urnas. En Túnez ha tenido lugar la primera, pero no
seguramente la última revolución democrática del mundo árabe. Porque las otras
no terminaron. Han sido solo interrumpidas.
Ayer, por la vía de las demostraciones multitudinarias; hoy, por la vía de
las elecciones, la sublevación tunecina ha dado sus primeros frutos. Incluso,
si el partido vencedor hubiese sido el confesional Ennahda, la evaluación no
habría sido diferente. Pues en cierto modo Ennahda comparte con sus rivales el
mérito de encaminar a Túnez por la vía democrática.
Por de pronto, Ennahda fue co-partícipe junto a los dirigentes de Nida
Tounes en la dictación de una Constitución en la cual queda claramente
establecida la separación entre las competencias civiles y las religiosas. Eso
permitirá a Ennahda situarse con credenciales democráticas en la disputa por el
poder desde la oposición. En Túnez ha nacido así un orden político
constitucional y democrático. La alternancia y la rotación del poder ya son hechos consolidados. Si eso no es una revolución, nadie sabe lo que es una
revolución.
En Túnez, además, han sido desmentidos todos
los que afirman que los pueblos árabes no están preparados todavía para el
ejercicio de la democracia. Dentro de esa tendencia no han faltado ignorantes
que dándoselas de expertos, aseguran que mientras no aparezca una reforma
religiosa como la que tuvo lugar en Europa, los países islámicos no accederán a
la vida democrática. Lamentables opiniones que confunden dos hechos muy
distintos: la secularización y la reforma religiosa.
Para que haya una reforma religiosa se requiere en primer lugar de un poder
central. Pero en el espacio sunita, el de la confesión mayoritaria del mundo
islámico, no existe nada parecido a un Papado (¿contra quién va a ser hecha la
Reforma?) En segundo lugar, se requiere de una re-interpretación de los textos
sagrados, hecho que en Europa solo fue posible porque Lutero tradujo la Biblia
del griego al alemán. El Corán en cambio no puede ser traducido al árabe porque
ya está escrito en árabe.
En los países islámicos no habrá reforma religiosa, pero sí puede existir,
y de hecho existe en diversos países, una separación entre las competencias
civiles y las religiosas. Hasta el más fanático defensor de la Sharía sabe por
ejemplo que en el Corán no va a encontrar ninguna palabra que sirva para
regular el tráfico automovilístico. De tal manera, una secularización sin
reforma religiosa es perfectamente posible. En el mundo judío, es otro ejemplo,
no ha habido una reforma religiosa, lo que no impide que Israel sea regido por
una constitución civil. En clave de síntesis: La reforma religiosa es un hecho
teológico; la secularización, o separación del poder civil con respecto al
religioso, es un hecho institucional y constitucional.
Por otra parte, si bien la secularización puede ser condición para la
democracia, no lleva de por sí a la democracia. No debemos olvidar que durante
el nazismo existió una estricta separación entre las confesiones católicas y
protestantes con respecto al Estado. Luego, la democracia, esa es la idea, no
surge de una reforma religiosa, y solo en parte de una secularización. La
democracia surge más bien del convencimiento profundo de los actores políticos
de un país, quienes, para dirimir sus divergencias, por más agudas que estas sean,
acuerdan habitar un espacio común, institucional y legalmente regulado. Como
hoy en Túnez.
“Hay que hacer todo lo que las leyes prescriben, pero no todo lo que las
leyes permiten” escribió Immanuel Kant. Con eso el gran filósofo reconocía la
importancia política de una moral que existe, no por sobre las leyes, pero sí
más allá de las leyes. Esa moral ha sido,de un modo u otro, institucionalizada
por todas las religiones del mundo. Después de Kant ya sabemos que el problema
es aún más serio: ¿Hay que obedecer a leyes inmorales como las que fueron
dictadas bajo los sistemas totalitarios del siglo XX, solo porque forman parte
de una constitución civil?
El convencimiento de que detrás del poder legal no hay ningún otro poder ha servido para legitimar a las más espantosas dictaduras. Lo mismo ha ocurrido
en países en donde solo priman leyes religiosas que desconocen a las civiles.
Luego, ni el imperio de la ley religiosa ni el imperio de la ley civil
garantizan de por sí la vida democrática. Solo la coexistencia pacífica entre
ambas leyes crea algunas necesarias condiciones.
Eso es lo que está sucediendo en Túnez. Tanto creyentes como
constitucionalistas han entendido que los unos no pueden prescindir de los
otros en el espacio compartido de una nación común. En ese sentido el milagro
de Túnez no solo puede servir de lección a los países islámicos. Quizás también
a determinados países occidentales en los cuales algunos gobernantes imaginan
que, por el hecho de estar enchufados en el poder, todo les está permitido.