Costó sangre, sudor y lágrimas. Pero al fin, después de
muchas idas y vueltas, y por cierto, telefonazos, el acuerdo ha sido logrado:
Turquía colaborará activamente en la guerra en contra de ISIS. El paso más
difícil fue dado por Recep Tayyip Erdogan al aceptar trabajar en conjunto,
aunque de modo indirecto, con sus declarados enemigos, los kurdos de la ciudad
de Kobane, en su mayoría seguidores de las Unidades de Protección Popular (YPG)
organización a la cual el gobierno turco considera un afluente del temido PKK.
A partir del 20 de Octubre, Turquía ha abierto sus
fronteras para que las milicias kurdas de Irak, los peshmergas -con
quienes Turquía mantiene buenas relaciones- accedan a Kobane. La guerra toma
así la forma inicial de una lucha entre legiones pluri-nacionales de ISIS y los
nacionalistas kurdos apoyados desde Turquía en el terreno y por los EE UU desde
el aire.
Se sabía desde un comienzo que la alternativa elegida por
Obama -enfrentar a ISIS mediante la formación de coaliciones internacionales-
tomará más tiempo que las acciones uni-laterales de Bush Jr. También es
probable que ocurran deserciones. Parecía que Turquía iba a ser la primera.
Ante esa posibilidad las alarmas se encendieron en Europa y Washington. No era
para menos: En la guerra contra ISIS la coalición puede prescindir de cualquier
aliado, menos de Turquía.
La negativa inicial de Erdogan a colaborar con los kurdos
despertó malestar en Washington y Europa. No obstante, los aliados supieron
entender que Erdogan tenía sus razones: El gobierno turco fue sobrepasado por
la decisión de la UE del 15. 08. 2014 relativa a suministrar armas a los kurdos
sin previa consulta a Turquía. ¿Quién garantiza que esas armas en manos del PKK
no van a volverse en contra de Turquía? Pese a todo, Turquía aceptó el 02. 10.
2014 firmar su adhesión a la gran coalición. Mas, días después, Erdogan declaró
que para Turquía no había diferencia entre el PKK y el ISIS. Y aunque Erdogan
dijo claramente “para Turquía” y no para el resto del mundo, la comparación
despertó recelos y avivó prejuicios.
Al fin los gobiernos europeos tuvieron que aceptar el
hecho de que ninguna coalición puede pasar por encima de los intereses de las
naciones que la forman. Erdogan ha puesto los límites. Turquía seguirá siendo
un fiel aliado en la OTAN, pero no a cualquier precio. ¿Cuál es el precio? Por
ahora, que USA mantenga control sobre el armamento kurdo. Pero hay otro más
alto, y ese lo conocen los gobiernos europeos. Ese precio es la entrada de Turquía
a la UE.
Quizás más de algún gobernante europeo debe haber pensado
en conjuntivo: si Turquía hubiese sido miembro activo de la UE, habría estado
obligada a acatar sin condiciones su participación. Fuera de la EU Turquía será
siempre un aliado inseguro. Ese al menos es el mensaje entre líneas dirigido
por Erdogan a Europa.
¿Cuál es el problema que impide la integración plena de
Turquía en la UE? Desde el punto de
vista económico, Turquía supera a varias naciones de la UE. Desde el militar,
ha sido la nación que más servicios prestó a los EE UU y Europa durante la
Guerra Fría. El problema parece ser entonces religioso y/ o cultural. Sin
embargo ¿Dónde está escrito, o quién ha dicho que la UE es una unión cultural
y/o religiosa? ¿Dónde está estipulado
que la EU deberá ser formada solo por naciones cristianas?
El ideal medieval de “la república cristiana” terminó con
Francisco Franco, más allá de que el conservador Víktor Orbán intente convertir
a Hungría en una nación religiosa. Las naciones europeas de hoy son
pluri-sociales, pluri-culturales, pluri-religiosas. El Islam es ya una de las
religiones europeas, como son el judaísmo y el cristianismo europeo. Los
turistas que visitan a Europa no solo fotografían catedrales; también
sinagogas, mezquitas y pagodas.
El mismo Islam es de por sí heterogéneo, y cada vez más
sus seguidores adhieren a formas occidentales de vida. Por supuesto, la
multiculturalidad no lleva al paraíso. En algunos casos lleva al infierno de la
xenofobia. Pero es una realidad, y esa no fue diseñada por ningún arquitecto
ideológico. Europa ha llegado a ser así; y así será. Punto.
El otro argumento es que Turquía no es una nación
plenamente democrática. Erdogan mismo es más autócrata que demócrata. Pero el
gobierno de Turquía cumple con las normas democráticas tanto o mejor que los de
Hungría, Rumania y Bulgaria. Por lo demás, todos sabemos que la democracia es
una forma de gobierno en riesgo permanente. En Francia, por ejemplo, una de las
cunas de la democracia moderna, el Frente Nacional crece y crece. ¿Qué va a
hacer la UE si un día el neo-fascismo de Marine Le Pen accede al gobierno?
¿Marginará a Francia? ¿Puede alguien imaginar una UE sin Francia?
Planteando el problema en clave de tesis: la chance de
que en Turquía sea ampliada la democracia es más grande si forma parte de una
Europa Unida. El problema, piensan no pocos políticos, es que, bajo esas
condiciones, el tema de los derechos del pueblo kurdo dejaría de ser problema
turco para convertirse en uno europeo. ¿Y no lo es ya? Kurdos y turcos se dan
de palos y piedras en las ciudades de Europa.
Probablemente no está en las manos de la UE solucionar el
conflicto turco-kurdo. Pero sí puede colaborar para que obtenga cierto formato
político. Obama al menos lo entendió así. Sus diplomáticos conversaron
directamente con las milicias kurdas establecidas en Siria. Los resultados han
sido positivos para los aliados, para Turquía y para los kurdos, incluido el
PKK. Estos últimos han entendido claramente que en este momento el enemigo
principal no es Turquía sino ISIS. Repito, en este momento. La política,
también la internacional, solo puede ser conjugada en tiempo presente.
Mirando ahora el problema en retrospectiva, hay que
convenir que las cartas de Erdogan tampoco eran muy buenas. Si el hábil
presidente hubiese extremado su disidencia con respecto a los EE UU y a la UE,
habría corrido el peligro de aislarse con respecto a las naciones islámicas
comprometidas en la guerra contra ISIS. De tal modo que la posición de Erdogan
hay que entenderla más bien como una señal dirigida no tanto a los EE UU como a
Europa. El texto de esa señal parece ser claro: “Toda alianza es una asociación
entre pares. Si ustedes no colaboran conmigo, nosotros no colaboraremos con
ustedes”.
Para Obama en cambio, el acercamiento a Turquía es una
condición existencial. Y lo es no solo por la posición geoestratégica que ocupa
Turquía en el marco de los conflictos que enfrenta (y enfrentará) EE UU en el
Medio Oriente y con Rusia. Lo es, además, porque Turquía es la única nación en
condiciones de ejercer liderazgo político entre las naciones islámicas.
Destruida Siria, destruido Irak, sumido Egipto en la pobreza bajo una
despiadada dictadura militar, rechazado Irán por las naciones suníes, y con una
Arabia Saudita que menos que una república política es un gran califato
petrolero, Turquía emerge como la mejor intermediación posible –quizás la
única- entre Europa y el Oriente Medio. A ello suma un pujante desarrollo
económico, una notoria estabilidad política, un indiscutido predominio militar
y la sagacidad de un zorro político como Erdogan.
Aún más importante resulta el concurso de Turquía si
tomamos en cuenta el cambio paradigmático que ha cristalizado en materia de
política internacional bajo el gobierno de Obama. Se trata de un cambio
caracterizado por la sustitución tendencial de las relaciones de dominación por
relaciones hegemónicas. Eso significa que, a diferencia de administraciones
anteriores que acentuaban la dominación militar, Obama busca antes que nada
ejercer liderazgo político sobre conglomerados de naciones con intereses
económicos y políticos afines. En otras palabras: Obama, sin renunciar al
ejercicio de la fuerza, ya lo ha demostrado, busca subordinar el predominio
militar que todavía ejerce EE UU, bajo el imperio de la lógica de la razón
política. Ahora bien, no hay razón política sin alianzas políticas.
En el espacio de las alianzas políticas contraídas y por
contraer, Turquía ocupa un lugar preferencial para los EE UU. Esa es una de las
razones por la cual la integración plena de Turquía en la UE cuenta con el
apoyo del gobierno estadounidense. A la vez –y en ese punto sintoniza Erdogan
con Obama– Turquía busca el ejercicio de la hegemonía regional por medios
políticos y económicos más que militares. Ese es el punto que diferencia
notablemente al actual líder turco del carismático Abdel Kemal Atattürk, mítico
fundador de la moderna Turquía republicana.
En breve, Turquía, una nación de confesión
predominantemente islámica, puede llegar a ser desde el punto de vista
económico, militar y sobre todo, político, una nación occidental. Ese es el
objetivo de Erdogan: ser lo uno sin renunciar a lo otro. Pero ese objetivo no
puede ser realizado sin el apoyo directo de los EE UU. La mayoría de los turcos
quieren ser europeos sin dejar de ser musulmanes, aunque tambien saben –la
historia y la vida se los ha enseñado- que Europa nunca será para ellos
definitivamente confiable.
Entre EE UU y Turquía ha llegado a formarse así una
comunidad de destino. Una que va mucho más allá de la guerra que hoy tiene
lugar en contra de ISIS. Pero a la vez, se trata de una comunidad que pasa por
el túnel de la guerra en contra de ISIS.
No hay otro camino.