Fernando Mires - EL DILEMA TURCO




Costó sangre, sudor y lágrimas. Pero al fin, después de muchas idas y vueltas, y por cierto, telefonazos, el acuerdo ha sido logrado: Turquía colaborará activamente en la guerra en contra de ISIS. El paso más difícil fue dado por Recep Tayyip Erdogan al aceptar trabajar en conjunto, aunque de modo indirecto, con sus declarados enemigos, los kurdos de la ciudad de Kobane, en su mayoría seguidores de las Unidades de Protección Popular (YPG) organización a la cual el gobierno turco considera un afluente del temido PKK.
A partir del 20 de Octubre, Turquía ha abierto sus fronteras para que las milicias kurdas de Irak, los peshmergas -con quienes Turquía mantiene buenas relaciones- accedan a Kobane. La guerra toma así la forma inicial de una lucha entre legiones pluri-nacionales de ISIS y los nacionalistas kurdos apoyados desde Turquía en el terreno y por los EE UU desde el aire.
Se sabía desde un comienzo que la alternativa elegida por Obama -enfrentar a ISIS mediante la formación de coaliciones internacionales- tomará más tiempo que las acciones uni-laterales de Bush Jr. También es probable que ocurran deserciones. Parecía que Turquía iba a ser la primera. Ante esa posibilidad las alarmas se encendieron en Europa y Washington. No era para menos: En la guerra contra ISIS la coalición puede prescindir de cualquier aliado, menos de Turquía.
La negativa inicial de Erdogan a colaborar con los kurdos despertó malestar en Washington y Europa. No obstante, los aliados supieron entender que Erdogan tenía sus razones: El gobierno turco fue sobrepasado por la decisión de la UE del 15. 08. 2014 relativa a suministrar armas a los kurdos sin previa consulta a Turquía. ¿Quién garantiza que esas armas en manos del PKK no van a volverse en contra de Turquía? Pese a todo, Turquía aceptó el 02. 10. 2014 firmar su adhesión a la gran coalición. Mas, días después, Erdogan declaró que para Turquía no había diferencia entre el PKK y el ISIS. Y aunque Erdogan dijo claramente “para Turquía” y no para el resto del mundo, la comparación despertó recelos y avivó prejuicios.
Al fin los gobiernos europeos tuvieron que aceptar el hecho de que ninguna coalición puede pasar por encima de los intereses de las naciones que la forman. Erdogan ha puesto los límites. Turquía seguirá siendo un fiel aliado en la OTAN, pero no a cualquier precio. ¿Cuál es el precio? Por ahora, que USA mantenga control sobre el armamento kurdo. Pero hay otro más alto, y ese lo conocen los gobiernos europeos. Ese precio es la entrada de Turquía a la UE.
Quizás más de algún gobernante europeo debe haber pensado en conjuntivo: si Turquía hubiese sido miembro activo de la UE, habría estado obligada a acatar sin condiciones su participación. Fuera de la EU Turquía será siempre un aliado inseguro. Ese al menos es el mensaje entre líneas dirigido por Erdogan a Europa.
¿Cuál es el problema que impide la integración plena de Turquía en la UE?  Desde el punto de vista económico, Turquía supera a varias naciones de la UE. Desde el militar, ha sido la nación que más servicios prestó a los EE UU y Europa durante la Guerra Fría. El problema parece ser entonces religioso y/ o cultural. Sin embargo ¿Dónde está escrito, o quién ha dicho que la UE es una unión cultural y/o religiosa?  ¿Dónde está estipulado que la EU deberá ser formada solo por naciones cristianas?
El ideal medieval de “la república cristiana” terminó con Francisco Franco, más allá de que el conservador Víktor Orbán intente convertir a Hungría en una nación religiosa. Las naciones europeas de hoy son pluri-sociales, pluri-culturales, pluri-religiosas. El Islam es ya una de las religiones europeas, como son el judaísmo y el cristianismo europeo. Los turistas que visitan a Europa no solo fotografían catedrales; también sinagogas, mezquitas y pagodas.
El mismo Islam es de por sí heterogéneo, y cada vez más sus seguidores adhieren a formas occidentales de vida. Por supuesto, la multiculturalidad no lleva al paraíso. En algunos casos lleva al infierno de la xenofobia. Pero es una realidad, y esa no fue diseñada por ningún arquitecto ideológico. Europa ha llegado a ser así; y así será. Punto.
El otro argumento es que Turquía no es una nación plenamente democrática. Erdogan mismo es más autócrata que demócrata. Pero el gobierno de Turquía cumple con las normas democráticas tanto o mejor que los de Hungría, Rumania y Bulgaria. Por lo demás, todos sabemos que la democracia es una forma de gobierno en riesgo permanente. En Francia, por ejemplo, una de las cunas de la democracia moderna, el Frente Nacional crece y crece. ¿Qué va a hacer la UE si un día el neo-fascismo de Marine Le Pen accede al gobierno? ¿Marginará a Francia? ¿Puede alguien imaginar una UE sin Francia? 
Planteando el problema en clave de tesis: la chance de que en Turquía sea ampliada la democracia es más grande si forma parte de una Europa Unida. El problema, piensan no pocos políticos, es que, bajo esas condiciones, el tema de los derechos del pueblo kurdo dejaría de ser problema turco para convertirse en uno europeo. ¿Y no lo es ya? Kurdos y turcos se dan de palos y piedras en las ciudades de Europa.
Probablemente no está en las manos de la UE solucionar el conflicto turco-kurdo. Pero sí puede colaborar para que obtenga cierto formato político. Obama al menos lo entendió así. Sus diplomáticos conversaron directamente con las milicias kurdas establecidas en Siria. Los resultados han sido positivos para los aliados, para Turquía y para los kurdos, incluido el PKK. Estos últimos han entendido claramente que en este momento el enemigo principal no es Turquía sino ISIS. Repito, en este momento. La política, también la internacional, solo puede ser conjugada en tiempo presente.
Mirando ahora el problema en retrospectiva, hay que convenir que las cartas de Erdogan tampoco eran muy buenas. Si el hábil presidente hubiese extremado su disidencia con respecto a los EE UU y a la UE, habría corrido el peligro de aislarse con respecto a las naciones islámicas comprometidas en la guerra contra ISIS. De tal modo que la posición de Erdogan hay que entenderla más bien como una señal dirigida no tanto a los EE UU como a Europa. El texto de esa señal parece ser claro: “Toda alianza es una asociación entre pares. Si ustedes no colaboran conmigo, nosotros no colaboraremos con ustedes”.
Para Obama en cambio, el acercamiento a Turquía es una condición existencial. Y lo es no solo por la posición geoestratégica que ocupa Turquía en el marco de los conflictos que enfrenta (y enfrentará) EE UU en el Medio Oriente y con Rusia. Lo es, además, porque Turquía es la única nación en condiciones de ejercer liderazgo político entre las naciones islámicas. Destruida Siria, destruido Irak, sumido Egipto en la pobreza bajo una despiadada dictadura militar, rechazado Irán por las naciones suníes, y con una Arabia Saudita que menos que una república política es un gran califato petrolero, Turquía emerge como la mejor intermediación posible –quizás la única- entre Europa y el Oriente Medio. A ello suma un pujante desarrollo económico, una notoria estabilidad política, un indiscutido predominio militar y la sagacidad de un zorro político como Erdogan.
Aún más importante resulta el concurso de Turquía si tomamos en cuenta el cambio paradigmático que ha cristalizado en materia de política internacional bajo el gobierno de Obama. Se trata de un cambio caracterizado por la sustitución tendencial de las relaciones de dominación por relaciones hegemónicas. Eso significa que, a diferencia de administraciones anteriores que acentuaban la dominación militar, Obama busca antes que nada ejercer liderazgo político sobre conglomerados de naciones con intereses económicos y políticos afines. En otras palabras: Obama, sin renunciar al ejercicio de la fuerza, ya lo ha demostrado, busca subordinar el predominio militar que todavía ejerce EE UU, bajo el imperio de la lógica de la razón política. Ahora bien, no hay razón política sin alianzas políticas.
En el espacio de las alianzas políticas contraídas y por contraer, Turquía ocupa un lugar preferencial para los EE UU. Esa es una de las razones por la cual la integración plena de Turquía en la UE cuenta con el apoyo del gobierno estadounidense. A la vez –y en ese punto sintoniza Erdogan con Obama– Turquía busca el ejercicio de la hegemonía regional por medios políticos y económicos más que militares. Ese es el punto que diferencia notablemente al actual líder turco del carismático Abdel Kemal Atattürk, mítico fundador de la moderna Turquía republicana.
En breve, Turquía, una nación de confesión predominantemente islámica, puede llegar a ser desde el punto de vista económico, militar y sobre todo, político, una nación occidental. Ese es el objetivo de Erdogan: ser lo uno sin renunciar a lo otro. Pero ese objetivo no puede ser realizado sin el apoyo directo de los EE UU. La mayoría de los turcos quieren ser europeos sin dejar de ser musulmanes, aunque tambien saben –la historia y la vida se los ha enseñado- que Europa nunca será para ellos definitivamente confiable.
Entre EE UU y Turquía ha llegado a formarse así una comunidad de destino. Una que va mucho más allá de la guerra que hoy tiene lugar en contra de ISIS. Pero a la vez, se trata de una comunidad que pasa por el túnel de la guerra en contra de ISIS.  No hay otro camino.