Fernando Mires - EL COMPLEJO DE CAÍN (un fragmento)


Siempre he pensado que la Biblia dice la verdad. Pero lo dice de un modo inconsciente, casi onírico. Ocurre como con nuestros sueños cuando se cruzan personas y situaciones correspondientes a diversos tiempos. La Biblia, como muchos libros sa­grados, es el relato escrito de una humanidad que sueña con su infancia y es por eso que en ella, la secuencia del tiempo es caótica. Quien quiera ordenar a la Biblia cro­nologicamente nunca logrará entenderla.

Por de pronto, Caín y Abel, respectivos hijos de Adán y Eva tienen distintos ofi­cios. Caín es agro-recolector y Abel es pastor, es decir, ambos representan una divi­sión del trabajo, resultado de un largo desarrollo histórico, en cualquier caso, siglos después de que la especie abandonara su condición de horda. Como en todo relato onírico, esa relación simboliza la conflagración entre pueblos recolectores (Caín) y pueblos ganaderos (Abel) que fue causa de múltiples guerras. Caín representaba el pa­sado y Abel, el llamado progreso.

Ahora bien, cuando ambos hermanos llevan sus respectivos presentes a Jehová, Caín "algunos frutos del suelo" y Abel "algunos primogénitos de su rebaño", sucedió que Jehová "miraba con favor a Abel y su ofrenda, (y) no miraba con ningún favor a Caín y su ofrenda" (Génesis 4:5).

¿Por qué esa preferencia de Jehová por los regalos de Abel y su deprecio por los de Caín? La pregunta es importante pues estamos hablando de Jehová, esto es, de Dios, y no de cualquier vecino. Dios tiene que ser justo o sino no sería Dios. En cambio aquí se comporta como un vulgar padre de familia quien, como suele ocurrir, mani­fiesta sus preferencias por un hijo, discriminando al otro. La respuesta es sencilla: así como para el Hijo el Padre es la representación de Dios (el poder total), objetiva­mente Dios no puede ser otra cosa sino la representación del Padre. Y Jehová es, efectivamente, en este relato, el Padre y no Dios. Por eso es que no es justo con Caín como debería haber sido un Dios digno de su nombre

En breve, lo que nos relata el Génesis, es la eterna lucha que se da entre los hermanos para conquistar el amor del Padre (y /o de la Madre). Pero, a la inversa, así como existe la identificación de algunos hijos respecto a uno de ambos padres, existe la identificación de los padres respecto a determinados hijos. Normalmente el Padre se identifica con el Hijo que representa lo que a él le habría gustado ser y no es. En este caso, Abel, representante de la ganadería, es el vencedor "histórico". Caín, un "perdedor". Como un normal padre de familia, Jehová manifestó sus preferencias por "el hijo bueno". En éste punto no puedo sino expresar mi más decidida solidari­dad con Caín y me puedo imaginar lo que sintió en aquel momento frente a tan injusto Padre. Pues, como cuenta la Biblia, "Caín se encendió en gran ira y empezó a decaér­sele el semblante" (Génesis 3:5).

Entonces Caín asesinó a Abel. Sin embargo, éste hecho tan simple, se presta a di­ferentes interpretaciones pues, como está dicho, no se trata de un relato histórico sino de un sueño bíblico, y gracias a Freud sabemos que los principales actores de los sueños son símbolos detrás de los cuales se esconden personas y situaciones reales.

Desde un punto de vista histórico, el asesinato simbolizaría, por ejemplo, la derrota de los pueblos recolectores frente a los agroganaderos, es decir, sería la culminación de guerras milenarias. Desde un punto de vista de un freudianismo "puro", Abel habría sido el Padre asesinado y no el hermano sobre el cual se proyecta simbólicamente el asesinato. Existe también la posibilidad de que efectivamente Caín haya ase­sinado a Abel como consecuencia de la injusticia paterna o, lo que es igual, que la muerte del hermano haya sido un derivado real y no simbólico del complejo de Edipo. Si se analizan las luchas fratricidas que han tenido lugar en la era moderna, especial­mente después de radicales revoluciones (asesinatos colectivos del Padre-poder) po­demos ver que tales luchas son más reales que simbólicas con lo cual se refuerza la última hipótesis.

Revoluciones como la francesa y la rusa repiten el relato freudiano de una manera casi exacta: La rebelión de los hermanos (jacobinos, bolchevique-mencheviques) contra el Padre injusto (Rey, Zar) y luego el asesinato entre hermanos que supera en crueldad al asesinato paterno. La guillotina hizo rodar más cabezas de revolucionarios que de monárquicos, y Stalin vengó a su Padre (el Zar, no Lenin) de una manera terrible. Nadie, ni siquiera Hitler, ha asesinado más comunistas que Stalin. La Revo­lución Mexicana también fue una verdadera carnicería fraterna, hasta el punto que se decía que ningún revolucionario podía dar las espaldas a otro si es que quería seguir viviendo. Estas son pruebas que muestran como el complejo de Caín ha jugado en la política un rol tanto o más decisivo que el de Edipo. Incluso, como observa el mismo Freud, las principales prohibiciones y los mandamientos surgieron después de la guerra fratricida y no después del asesinato del Padre.

Pero solamente se prohíbe lo que se desea y solamente se ordena lo que no se de­sea. Esa es una idea profundamente freudiana. Después de la muerte del Padre y del Hermano surgieron con fuerza dos prohibiciones: la del incesto o no desear a la mujer de tu próximo (o sea, dentro del clan a la madre y a las hermanas) y el "no matarás". Paralelamente surgieron algunos mandatos, entre otros amar a Dios por sobre todas las cosas (a Dios-Padre por supuesto); amar Padre y Madre (además); y uno que le produce a Freud dolores de cabeza: "amar al prójimo como a ti mismo". 

Tales prohi­biciones y mandamientos son los fundamentos de todas las civilizaciones y culturas. Desear a las mujeres de los próximos y matar (al Padre y al Hermano) deben haber sido impulsos muy fuertes para que hubieran tenido que ser prohibidos con la fuerza inapelable de la religión. A la inversa: quienes escribieron los Mandamientos sabían que el amor al Padre (y a los padres) está poblado de ambivalencias, pues el Hijo tiene que negarlos para convertirse en Padre o Madre, alguna vez. Es por tanto una relación de amor- odio que puede desequilibrarse fácilmente hacia el lado del odio lo que debe ser evitado con la fuerza de un mandamiento extrafamiliar.

Igualmente, amar al hermano no es algo que deba autoentenderse. Al hermano es posible llegar a quererlo, pero también puede ocurrir lo contrario. No hay, en este caso, ningún sen­timiento "a priori". Como escribía Freud en su Interpretación de los sueños "Tratemos de entender la relación del niño con sus hermanos. Yo no sé porque noso­tros suponemos que debe ser llena de cariño, pues en la experiencia de cada adulto se acumulan experiencias de enemistad fraterna, y hemos podido comprobar que ellas frecuentemente se encuentran ramificadas con la niñez o que desde ahí se mantienen" (Freud 1900 p.257).

La hermandad es el sitio donde es posible encontrar cierta solidaridad frente al po­der del Padre, como también el espacio donde tienen lugar conjuraciones contra el poder paterno. Pero también es la competencia por conquistar el amor de la misma madre y los favores del mismo padre, causa principal de guerras fratricidas, tanto en la historia universal como en la familiar. Por eso se explica que Caín, cuando el Padre le preguntó donde estaba su hermano, respondió: "No sé, ¿soy yo el guardián de mi hermano?" Caín, desde su punto de vista, estaba dando una respuesta muy lógica pues seguramente quería decir: "¿Y por qué diablos tengo que querer a mi hermano?" Freud  haría en El Malestar en La Cultura  una pregunta similar "¿Y por qué hemos de amar al prójimo como dice nuestra cultura?". Pero antes de pasar a ese tema tan central en el argumento de El Malestar, detengámonos un momento más en este "Krimi", pues allí hay otro punto no investigado que merece un breve comentario, aunque sea al margen: la reacción del Padre.

Cuando los dos hijos hicieron sus respectivos presentes a Jehová y éste prefirió el de Abel, al notar la contrariedad de Caín le dijo: "¿Por qué te has encendido en ira y por qué se te ha decaído el semblante?" - y algo después agregó estas palabras claves: "Pero si no te diriges a hacer lo bueno, hay pecado agazapado a la entrada, y su deseo vehemente es por ti; y tú, por tu parte, ¿lograrás el dominio sobre él?" (Génesis 4:7) O sea, Caín, ya antes de cometer el crimen, había sido declarado culpable por su Padre. Aquí se demuestra lo que he intentado explicar: primero aparece la indignación moral frente a la injusticia. Después aparece la Culpa (pecado agazapado a la entrada). Después viene el deseo vehemente. Recién, al final, aparece el crimen que no es sino la justificación "a posteriori" de la Culpa originaria. En este momento me ha entrado la fuerte sospecha de que Caín nunca mató a Abel o, lo que es parecido: aunque no lo hubiera asesinado, habría sido lo mismo pues, antes del acto, ya era culpable.

Hay, por último, otro hecho que no deja de llamarme la atención. Jehová, después del supuesto crimen, debería haber condenado a muerte a Caín - por problemas mucho menores condenó a muerte a naciones completas -. El castigo para Caín fue, en cambio, el destierro. Quizás, podría pensarse, porque Jehová está representando en esos momentos al Padre. Otra razón es que debe haber sabido (claro, es Dios) que el deseo de muerte en Caín estaba dirigido primero no en contra de Abel sino en contra del propio Padre. O sea, Caín amaba tanto a su Padre (o le temía; a veces es lo mismo) que en lugar de ejercer venganza contra él, las emprendió en contra de Abel, castigando así indirectamente a Jehová, pues Abel era su hijo preferido. 

Pero hay otra explicación más lógica todavía: y es que el destierro puede ser, bajo determinadas condiciones, un castigo peor que la muerte. Por lo menos así lo dejan entrever las iracundas palabras de Jehová: "Y ahora se te maldice con destierro del suelo, que ha abierto su boca para recibir por mano tuya la sangre de tu hermano. Cuando cultives el suelo, no te devol­verá su poder. Errante y fugitivo llegarás a ser en la tierra" (Génesis 4:12-13).

Para entender el sentido del castigo que recibe Caín tenemos que preguntarnos en­tonces de donde está desterrando Jehová a su hijo: no de un país o de una región: nada menos que del suelo, esto es de la naturaleza. Con el recibimiento de ese castigo, dejamos de ser naturaleza pura pasando a ser otra cosa: cultura, en la que nunca seremos felices pues, como Caín, seremos siempre errantes y fugitivos. Ahora pues me explico porqué Caín le respondió así a Jehová: "Mi castigo por el error es demasiado grande para llevarlo" (Génesis 4:13). Y Caín teme por su vida, pues cual­quiera puede matarlo si no pertenece a nada y a nadie. Por eso Jehová le dijo: "Por esa razón cualquiera que mate a Caín tiene que sufrir venganza siete veces" (Génesis 4:15). Es decir, lo obligó a vivir.

Con una crueldad sin límites, Jehová -ese Dios bíblico de origen egipcio que no es "mi" Dios- ha condenado a Caín no a la muerte sino a la vida, pero no a una vida en la naturaleza (en el suelo), sino a arrastrar su Culpa, errante y fugitivo sobre la tierra. Y no nos olvidemos, somos hijos de Caín, y como él, nuestro pobre Padre-Hijo, arrastramos el peso de una cultura que a veces no soportamos y que nos produce una profunda infelicidad. Nuestro retorno de ese exilio nunca será posible en esta vida, sólo después de ella, cuando volvamos a aquel suelo en el que un día fuimos felices, pero ya no para vivir sino que para morir. Caín, como nosotros, sus hijos, fue una víctima de la injusticia infinita del Padre convertido por los escritores del Génesis en un Dios. Pero del peor de los padres, aquel que por ser Padre de Todos fue Hijo de Nadie y por eso nunca pudo ni podrá amar verdaderamente a sus hijos.


Texto extraido del libro EL MALESTAR EN LA BARBARIE, de Fernando Mires (Buenos Aires, Editorial Araucaria, 2005)