Walter Benjamin - CUANDO UNO AMA



El que ama no sólo siente apego por los errores de la amada, por los tics y las debilidades de una mujer: las arrugas en el rostro y los lunares, los vestidos gastados y un andar torcido lo unen a ella de manera mucho más duradera e inflexible que cualquier belleza. Hace tiempo que se sabe esto. ¿Y por qué? Si es verdad la teoría que dice que la sensación no anida en la cabeza, que nosotros no sentimos una ventana, una nube o un árbol en el cerebro, sino más bien en el lugar en el que los vemos, entonces también al mirar a la amada estamos fuera de nosotros mismos. Pero atormentadamente tensos y hechizados, en este caso. Encandilada, la sensación revolotea como una bandada de pájaros en el brillo de la mujer. Y así como los pájaros buscan resguardo en los frondosos escondites del árbol, las sensaciones huyen hacia las arrugas sombrías, los gestos desgarbados y las máculas imperceptibles del cuerpo amado, donde se agazapan protegidas en la guarida. Y ninguno que pase por delante adivinará que precisamente aquí, en lo deficiente, en lo reprochable, anida el flechazo de la exaltación amorosa del admirador