“Te acordás hermano que tiempos aquellos”. Esa será la
letra de tango del día. O del mes. Vendrán desde el remoto pasado, recuerdos
agrandados por el tiempo. El pasado, ah el pasado: ese refugio imaginario de
todas las miserias del presente.
El pasado fue siempre mejor, incluso mejor de lo que fue
ese pasado. ¿Se acuerdan de Pelé y de Garrincha,? -dirán los más antiguos. ¿O
de Falcao y Zico? –dirán los de edad ya madura ¿O de Ronaldo, Rolandinho y
Ronaldo? –dirán los todavía jóvenes.
Hay por lo demás 7 razones para cantar “Tiempos Viejos”,
el famoso tango de Francisco Canaro: 7 goles que dejaron a los brasileños como
a los 7 enanitos frente a la blanca nieve de Alemania. Pero basta de frases
ingeniosas. Quizás lo único apropiado en este momento de asombro mundial, sea
nadar en contra de la corriente. Al fin y al cabo, es mi deporte favorito.
Voy a presentar entonces tres tesis.
- El equipo brasileño, sí, el
mismo que sufrió esa derrota espantosa del 8-J (espantosa, no encuentro otro
adjetivo) no es un equipo de lisiados. Más aún: sus jugadores son astros
indiscutidos en sus clubes, casi todos europeos.
- La selección alemana no
está formada por extra-terrestres. Por el contrario, jugó casi con la
misma formación que hace muy pocos años fuera vapuleada por el equipo
español.
- El pasado -ni el lejano ni
el cercano- no fue tan maravilloso como algunos lo pintan. Yo al menos vi
jugar mal a Garrincha por lo menos en tres partidos. A Ronaldo, quien hoy
despotrica en el micrófono, lo vi arrastrar una penosa gordura a lo largo
del campo de juego. A Ronaldinho lo vi jugar fuera de todas sus formas. A
Pelé nunca lo vi jugar mal. Pelé no sabía jugar mal. También, es cierto,
nunca vi jugar mal a Beckenbauer. Pero en los tiempos de Pelé y Beckenbauer
se jugaba a un ritmo mucho menos intenso que el de ahora. Como dijo en
broma un antiguo futbolista italiano: “En los años sesenta hasta teníamos
tiempo para posar frente a las cámaras, antes del gol”.
Sirvan las tres tesis para fundamentar la siguiente
deducción. Si de verdad fuera cierto que el 8-J asistimos al fin del fútbol
brasileño, también deberíamos decir que ese día asistimos al fin del fútbol
alemán. Lapidarias frases que, por cierto, merecen ser explicadas.
Hubo un tiempo en que el fútbol era definido según
nacionalidades, e incluso, según “regionalidades” (hay que inventar palabras a
veces). Así, se hablaba del fútbol argentino, del brasileño, del inglés del
alemán. O del fútbol latino y europeo. Estereotipos y prejuicios, pero como
suele ocurrir, con cierta base real. El fútbol argentino, se decía, era de
pases cortos, sobrado, talentoso. El brasileño era elegante, imprevisto y
maravilloso (“jogo bonito”). El inglés era clásico, apegado a todas las normas
y reglas, y sin el menor atisbo de imaginación. Y el alemán era un fútbol
militarizado, robotizado, maquinizado.
No faltaban explicaciones etnológicas e incluso raciales.
Por ejemplo, “los latinos juegan con el alma y los europeos con el cerebro”, o
peor todavía: “los europeos son rígidos, nosotros somos espontáneos” (versión
futbolística del “latin lover”). Y bien, todos esas patrañas se han venido al
suelo durante el mundial del 2014. El fútbol es uno solo.
Ya no existe el fútbol brasileño, de acuerdo. Pero
tampoco existe el fútbol alemán. Existe
solo el fútbol bien jugado y el fútbol mal jugado. Eso quiere decir: si un
día Alemania golea a Brasil, también puede ser perfectamente posible que otro
día Brasil haga lo mismo con Alemania.
¿Será lo que ocurre con el fútbol de hoy un producto de la
globalización, de la internacionalización de los mercados, de la
estandarización de la vida, de la internet, del imperio, de la post-modernidad?
Dejemos esa lata a los sociólogos. Baste por el momento constatar un solo
hecho.
Sobre la ruina momentánea del fútbol brasileño ha surgido
un mejor fútbol que, por ahora, es jugado por la selección alemana. Ese mismo
fútbol puede convertir en campeones a un grupo de muchachos que han logrado
coordinar sus facultades físicas y psíquicas del modo más óptimo posible. En un
par de años más, ellos –apuesto lo que quieran- serán derrotados por otro
equipo mejor. Y es lógico y bueno que así sea. Esa, claro está, no es una ley
del fútbol. Pero puede que sea una ley de la vida.
Un legendario futbolista chileno, Leonel Sánchez, decía
siempre antes de cada partido. “Que gane el más mejol”. Al mirar como jugaban
los alemanes en contra de los brasileños yo pensaba en que la utopía del gran
Leonel se estaba cumpliendo en el Minerao de Belo Horizonte. El 8-J no solo
ganó Alemania. Ganó, antes que nadie, “el más mejol”.
Sobre el tema ver, además
Fernando Mires - Se ve bien Alemania
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