Fernando Mires - EL FIN DEL FÚTBOL ALEMÁN



“Te acordás hermano que tiempos aquellos”. Esa será la letra de tango del día. O del mes. Vendrán desde el remoto pasado, recuerdos agrandados por el tiempo. El pasado, ah el pasado: ese refugio imaginario de todas las miserias del presente.
El pasado fue siempre mejor, incluso mejor de lo que fue ese pasado. ¿Se acuerdan de Pelé y de Garrincha,? -dirán los más antiguos. ¿O de Falcao y Zico? –dirán los de edad ya madura ¿O de Ronaldo, Rolandinho y Ronaldo? –dirán los todavía jóvenes.
Hay por lo demás 7 razones para cantar “Tiempos Viejos”, el famoso tango de Francisco Canaro: 7 goles que dejaron a los brasileños como a los 7 enanitos frente a la blanca nieve de Alemania. Pero basta de frases ingeniosas. Quizás lo único apropiado en este momento de asombro mundial, sea nadar en contra de la corriente. Al fin y al cabo, es mi deporte favorito.
Voy a presentar entonces tres tesis.
  1. El equipo brasileño, sí, el mismo que sufrió esa derrota espantosa del 8-J (espantosa, no encuentro otro adjetivo) no es un equipo de lisiados. Más aún: sus jugadores son astros indiscutidos en sus clubes, casi todos europeos.
  2. La selección alemana no está formada por extra-terrestres. Por el contrario, jugó casi con la misma formación que hace muy pocos años fuera vapuleada por el equipo español.
  3. El pasado -ni el lejano ni el cercano- no fue tan maravilloso como algunos lo pintan. Yo al menos vi jugar mal a Garrincha por lo menos en tres partidos. A Ronaldo, quien hoy despotrica en el micrófono, lo vi arrastrar una penosa gordura a lo largo del campo de juego. A Ronaldinho lo vi jugar fuera de todas sus formas. A Pelé nunca lo vi jugar mal. Pelé no sabía jugar mal. También, es cierto, nunca vi jugar mal a Beckenbauer. Pero en los tiempos de Pelé y Beckenbauer se jugaba a un ritmo mucho menos intenso que el de ahora. Como dijo en broma un antiguo futbolista italiano: “En los años sesenta hasta teníamos tiempo para posar frente a las cámaras, antes del gol”.
Sirvan las tres tesis para fundamentar la siguiente deducción. Si de verdad fuera cierto que el 8-J asistimos al fin del fútbol brasileño, también deberíamos decir que ese día asistimos al fin del fútbol alemán. Lapidarias frases que, por cierto, merecen ser explicadas.
Hubo un tiempo en que el fútbol era definido según nacionalidades, e incluso, según “regionalidades” (hay que inventar palabras a veces). Así, se hablaba del fútbol argentino, del brasileño, del inglés del alemán. O del fútbol latino y europeo. Estereotipos y prejuicios, pero como suele ocurrir, con cierta base real. El fútbol argentino, se decía, era de pases cortos, sobrado, talentoso. El brasileño era elegante, imprevisto y maravilloso (“jogo bonito”). El inglés era clásico, apegado a todas las normas y reglas, y sin el menor atisbo de imaginación. Y el alemán era un fútbol militarizado, robotizado, maquinizado.
No faltaban explicaciones etnológicas e incluso raciales. Por ejemplo, “los latinos juegan con el alma y los europeos con el cerebro”, o peor todavía: “los europeos son rígidos, nosotros somos espontáneos” (versión futbolística del “latin lover”). Y bien, todos esas patrañas se han venido al suelo durante el mundial del 2014. El fútbol es uno solo.
Ya no existe el fútbol brasileño, de acuerdo. Pero tampoco existe el fútbol alemán. Existe solo el fútbol bien jugado y el fútbol mal jugado. Eso quiere decir: si un día Alemania golea a Brasil, también puede ser perfectamente posible que otro día Brasil haga lo mismo con Alemania.
¿Será lo que ocurre con el fútbol de hoy un producto de la globalización, de la internacionalización de los mercados, de la estandarización de la vida, de la internet, del imperio, de la post-modernidad? Dejemos esa lata a los sociólogos. Baste por el momento constatar un solo hecho.
Sobre la ruina momentánea del fútbol brasileño ha surgido un mejor fútbol que, por ahora, es jugado por la selección alemana. Ese mismo fútbol puede convertir en campeones a un grupo de muchachos que han logrado coordinar sus facultades físicas y psíquicas del modo más óptimo posible. En un par de años más, ellos –apuesto lo que quieran- serán derrotados por otro equipo mejor. Y es lógico y bueno que así sea. Esa, claro está, no es una ley del fútbol. Pero puede que sea una ley de la vida.
Un legendario futbolista chileno, Leonel Sánchez, decía siempre antes de cada partido. “Que gane el más mejol”. Al mirar como jugaban los alemanes en contra de los brasileños yo pensaba en que la utopía del gran Leonel se estaba cumpliendo en el Minerao de Belo Horizonte. El 8-J no solo ganó Alemania. Ganó, antes que nadie, “el más mejol”.

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