Cuando los
partidos europeos de ulraderecha y de ultraizquierda aplaudieron la anexión de
Crimea por parte de la Rusia de Putin no pocos pensamos que esa solo era una
más de las tantas coincidencias que suelen darse entre los extremos.
Y cuando durante
la campaña en contra del Parlamento Europeo los neo-nazis alemanes, siguiendo
el ejemplo de sus correligionarios del partido húngaro Jobbic y del
griego Aurora Dorada repartieron volantes con la foto de Putin, no pocos
pensamos que esa era solo una ocurrencia de grupos políticos marginales.
Pero cuando
después de su éxito electoral de Mayo del 2014, la líder del FN, Marine Le Pen,
atacó a los EE UU y elogió a la política de Putin en Ucrania (Der Spiegel
01. 06. 2014) ya no cabía sino pensar en que se está gestando una alianza
explícita entre el populismo proto-fascista emergente en Europa y el gobierno
de Rusia.
Ya antes de las
elecciones europeas, en Junio de 2013, M. Le Pen visitó Moscú aceptando una
invitación de Sergei Narishkin, colaborador estrecho de Putin. Allí se reunió
con el vice-primer ministro Dmitry Rogozin, con quien intercambió impresiones
sobre Siria, la EU y el matrimonio gay. Según Antonio Díaz de la Cruz, director del Inter America Trends, “el FN de
Le Pen propone reemplazar a la UE y a la OTAN por una asociación
pan-europea de naciones independientes
que incluiría a Rusia”. Esa “independencia” tendría lugar en contra de la
Alianza Atlántica y de EE UU.
La ultraderecha
fascista ha arrebatado a la izquierda europea la bandera del anti-americanismo,
no hay duda. Pero esa no es ninguna novedad. Tanto Mussolini como Hitler fueron
anti-norteamericanos. Hitler también buscó, en su momento, una alianza con
Moscú, alianza no traicionada por Stalin sino por el mismo Hitler. Como afirma
Fernando Claudín en su historia de la Komintern (La Crisis del Movimiento
Comunista) la “traición” de Hitler a Stalin evitó, sin que Hitler se lo
hubiera propuesto, que una “entente” ruso-alemana se hubiera apoderado del
planeta. M. Le Pen solo continúa la tradición del fascismo europeo:
acercamiento a Rusia y distanciamiento con respecto a EE UU. Razón tuvo Hannah
Arendt cuando en sus Orígenes del Totalitarismo escribió que la línea
divisoria entre nazismo y estalinismo era muy delgada.
La historia, por
supuesto, no se repite. Ni Putin es Stalin, ni la Unión Euroasiática es la
URSS, ni M. Le Pen es la versión francesa y femenina de Hitler. Sin embargo, el
acercamiento entre la ultra-derecha europea, comandada en estos momentos por M.
Le Pen, y Putin, podría traer graves consecuencias para la UE. Por de pronto,
ambas partes, lepenismo y putinismo, tendrían algo que ganar con ese
acercamiento.
Los partidos
proto-fascistas de Europa alcanzarían, gracias a la protección de Putin, una
dimensión internacional, dejando atrás la apariencia aldeana que todavía
arrastran. El gobierno ruso, a su vez, ganaría como aliados a los anti-europeos
de Europa, aliados que el día de mañana pueden llegar a ser gobiernos o por lo
menos parte de gobiernos. En cualquier caso Putin tendría a mano un eficaz
instrumento de presión política. Si a eso sumamos la presión económica del gas,
con la que el autócrata amenaza cada cierto tiempo a Europa, ya se sabe hacia
donde van los dados.
No deja de ser
sintomático el hecho de que la “entente” entre la ultraderecha europea y Putin
asome justamente en Francia. Ya durante la Guerra Fría la URSS estuvo a punto
de jaquear a Francia desde dentro. El Partido Comunista estuvo muy cerca de
gobernar. El antiguo rol “quintacolumnista” del PCF de los años cincuenta
podría hoy ser jugado perfectamente por el FN de M. Le Pen.
El problema mayor
radica en que el acercamiento de la ultraderecha europea a Moscú no solo es
táctico. Hay entre Putin y M. Le Pen notables equivalencias ideológicas.
Ambos, M. Le Pen y
Putin, piensan que Europa está en decadencia y que ellos, con su amor a la
patria, concebida esta como una comunidad sanguínea, representan un principio
histórico renovador. Ambos se pronuncian radicalmente en contra de las
relaciones homosexuales y del aborto. Ambos son xenofóbicos. Ambos fomentan su
aversión a la democracia parlamentaria. Y ambos son anti-norteamericanos.
Las tendencias si
son peligrosas -opinión casi general de la prensa- no son, sin embargo,
irreversibles.
Europa cuenta
todavía con suficientes reservas democráticas para detener a sus enemigos
internos y externos. Con respecto a Putin, la línea deberá ser clara: Crear un
clima de colaboración entre la Unión Europea y la Euroasiática, pero a la vez
exigir el cumplimiento pleno del principio de autodeterminación de las
naciones.
Putin, quien sabe
que a pesar de la “decadencia de occidente” siempre habrá muchísimos más
euroasiáticos que miran con admiración hacia la UE que occidentales hacia la
UEA, tiene problemas con el tema de la autodeterminación. De ahí que la oferta
de M. Le Pen y los suyos destinada a crear enclaves políticos pro-rusos en sus
naciones, serán por él muy bien recibidas. Eso lleva a deducir que la tarea
política del momento es romper la conexión del putinismo con el lepenismo (y
todas sus variaciones). Y bien, para cumplir ese objetivo lo más importante
será detener el avance del neo-facismo, sobre todo el lepenista.
Ha llegado la hora
de la unidad de los demócratas europeos. Puede que en el futuro próximo no se
trate de reeditar a los Frentes Populares surgidos en los años treinta, uno de
los cuales tuvo lugar en la Francia de León Blum (1936). Pero sí de lograr
convergencias frente a peligros comunes. Precisamente una de esas convergencias
apareció en la Francia del 2002 cuando todos los sectores democráticos de la
nación cerraron filas en torno a Jacques Chirac a fin de detener el avance del
padre de Marine, Jean-Marie Le Pen, fundador del FN.
Lo que está en
juego en Europa es mucho más que la EU, pero ese “mucho más” pasa, entre otras
cosas, por la defensa de la EU. Eso significa aceptar de una vez por todas el
hecho de que “una Europa sin enemigos” es y será una utopía imposible.