Los periodistas deportivos casi nunca pierden. Cuando
gana la selección, alaban la estrategia del entrenador, la valentía del equipo,
el brillo de los astros. Cuando en cambio pierde, le dan con todo. Pocos son
los probos que analizan las condiciones del partido, las posibilidades que
pudieron haberse dado, la contingencia que acompaña a cada juego porque
precisamente es eso: un juego.
En cada campo de fútbol hay una ruleta
invisible girando sobre el pasto. Es, si se quiere, la ruleta de la vida.
Y bien; si no fuera por esa ruleta, el fútbol sería la cosa más aburrida del
mundo. La vida también. Todo sería lógico y, por lo mismo, predecible. Así
podemos entender al inolvidable Sir Stanley Matthews, quien cuando fue
preguntado por qué la selección inglesa perdió uno de sus tantos partidos
perdidos, respondió: “pues, porque ellos nos hicieron más goles”. Así de
simple.
El fútbol –decía el legendario Julio Martínez- no es como
el boxeo donde se puede ganar por puntos. Pues si se tratara de puntos y no de
goles, Chile pudo por lo menos empatar a Holanda. Pero ello nos metieron dos, y frente a eso no hay nada que valga. Es la fuerza del destino y “contra el destino
nadie la talla” (Santos Discépolo).
A los jugadores chilenos no hay mucho que reprochar.
Jugaron bien contra Holanda, cumplieron. No obstante hubo un problema: Faltó
algo en el juego, algo que acompañara a la perra suerte. Algo, diría yo, que
está más allá de la simple voluntad de ganar, llámelo usted locura o pasión.
Algo, en fin, que impulsa a jugar a un equipo –dicho en la expresión de Arturo
Vidal- de un modo suicida. Ese “algo”, creo, marcó la diferencia entre el
partido contra España y el jugado contra Holanda.
En estricto sentido futbolístico, Chile jugó contra
Holanda mejor que contra España. Los jugadores cubrieron espacios, la marca fue
excelente, saltaron hacia las pelotas altas más allá de sus posibilidades, los
cambios fueron atinados, en fin, todo bien. Mostraron, además, voluntad de
ganar. Sin embargo, esa voluntad no estuvo acompañada de un deseo muy intenso
de ganar, esa fue mi impresión.
¿Cómo? -preguntará
más de algún lector- ¿quiere usted convencerme de que los jugadores chilenos no
deseaban ganar? Exactamente, de eso se trata: lo querían pero no lo deseaban.
Y para que se entienda mejor, me veré obligado a establecer la diferencia entre
el querer y el desear. Diferencia que a muchos ha de parecer un ejercicio
intelectualoide, o pura paja. Pero, en el caso del partido contra Holanda, y
sobre todo del que se avecina, Chile - Brasil, esa diferencia juega un papel
muy importante.
Querer –es mi premisa- es atributo de la voluntad.
Desear, en cambio, escapa a nuestra voluntad. El deseo, al ser un deseo, suele
anidar en los más oscuros rincones del inconsciente, sea este individual o
grupal. Luego, la voluntad no solo no es igual al deseo; en muchos casos es
contradictoria al deseo. Más aún: Si no fuera por esa contradicción, o lo que
es similar, por el conflicto que se da entre la voluntad y el deseo, los
consultorios psicoanalíticos estarían vacíos.
La confusión filosófica entre la voluntad y el deseo
proviene del gran Arturo, no de Vidal, sino del otro: Arthur Schopenahuer, para
quien en su libro clásico, “El mundo como voluntad y representación”, la
voluntad de ser es casi un sinónimo del deseo de ser. Tuvo que intervenir el
psicoanálisis freudiano para establecer que la voluntad (o el querer) no
siempre va acompañada de un intenso deseo. O dicho de modo más plástico, suele
suceder que el deseo hace zancadillas a la voluntad.
“Quería decir esto, pero dije esto otro, mis palabras me
traicionaron” he escuchado decir a no pocas personas. Evidentemente es así: el
inconsciente suele traicionar a la conciencia. Síntoma tan humano captado mucho
antes que Schopenhauer y Freud, por la teología de San Pablo (¿o por la de San-
Paoli?) Escribió por ejemplo Pablo: “El querer está a mi alcance, el hacer el
bien, no. De hecho no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero”
(“Carta a los Romanos 7: 18-19”).
Pero volvamos al fútbol, ¿qué es lo que estoy afirmando?
Muy simple, estoy afirmando que los futbolistas chilenos no deseaban, aunque
querían ganar a Holanda, porque deseaban jugar contra Brasil. Y para jugar
contra Brasil era necesario no ganar a Holanda. Y cuando no se desea ganar
(ojo, no escribí “quiere” sino “desea”), suele ocurrir que se pierde. Eso no
solo es así en el fútbol. Lo sabemos todos.
Por el momento puedo fundamentar mi afirmación (la de que
querían pero no deseaban ganar) no con pruebas sino solo con indicios. Dos me
parecen muy claros: El primero es que en casi todas las entrevistas, los
jugadores dijeron –sin que nadie les preguntara- que no le tienen miedo a
Brasil. Aránguiz tuvo incluso la “patudez” de insinuar que prefería que “lo
cuidaran” para el partido de los octavos de final (no pensaba en México
precisamente).
Segundo indicio, Sampaoli no mandó a Vidal a la cancha.
¿De cuándo acá tanto cuidado? Si para Sampaoli el partido contra Holanda iba a
ser de verdad como una final –así dijo- habría sido capaz de mandar a Vidal con
muletas a la cancha. Pero decidió “guardarlo”. De tal modo creo no equivocarme
si afirmo que tanto los jugadores como el entrenador tenían la mente puesta en
Holanda y el corazón puesto en Brasil.
Ahora ¿por qué ese deseo aparentemente masoquista de
jugar contra Brasil? Hay dos respuestas: una lógica y otra ilógica. Desde el
punto de vista lógico, si un equipo pierde con Brasil en
Brasil, aunque sea por goleada y aunque no sea el Brasil de Pelé y Garrincha,
nadie lo va a criticar. Es lógico, es normal. En cambio, si por algún motivo
incierto el equipo chileno lograra ganar a Brasil en Brasil, se iría al cielo
para convertirse en leyenda galáctica, aunque después pierda con cualquiera. Es
decir, contra Brasil, Chile, como el proletariado de San Marx, no tiene nada
que perder (ni siquiera sus cadenas).
Hay también una razón menos lógica. Los jugadores
chilenos tienen algo en contra de Brasil. Así como ocurrió con España, acunan
el deseo maligno de dejar como recuerdo otra torta. Esa es la razón por la cual
pienso que solo hay una sola cosa segura: los cabros van a echar contra Brasil
toda la carne a la parrilla. Si eso alcanza para un asado, es otro cuento.
En fin, tengo el presentimiento de que .......... No, no:
dejémoslo hasta aquí.