Las encuestas muestran unanimidad. Para
las elecciones al Parlamento Europeo (25 de Mayo de 2014) se espera: 1) una
competencia cerrada entre el socialdemócrata alemán Martín Schulz y el
socialcristiano luxemburgués Jean Claude Juncker, 2) una participación
electoral relativamente alta y 3) un crecimiento de los partidos “populistas" de
derecha”
La circunstancia de que la centro
izquierda y la centro derecha disputen los primeros lugares es reflejo de la
personalidad política adquirida por la Europa de post-guerra. El probable
aumento de la participación tiene, a su vez, origen en razones sociales y
políticas.
Por una parte, las elecciones europeas
suelen ser usadas como protesta frente a problemas ya congénitos (desocupación,
inflación, migraciones). Por eso no extraña si segmentos electorales que en
comicios nacionales tienden hacia el centro, en los europeos voten por los
extremos.
Por otra parte, las elecciones del 2014
están dominadas por el tema Ucrania y la política del gobierno ruso es
considerada por muchos electores como anti-europea. Por primera vez desde la
Guerra Fría –es opinión general- Europa está siendo políticamente desafiada
desde fuera de sus fronteras.
Pero más allá de los motivos que dominarán
las elecciones, el tenor imperante en discusiones y foros puede ser resumido en
una pregunta: ¿Cuál es la Europa que queremos?
Siguiendo con atención las discusiones es
posible advertir que en casi todas ellas aparecen tres alternativas: La de una
Europa liberal y social, la de una antigua Europa, y la de una Europa global.
La Europa liberal adscribe a los
principios de la revolución francesa, ya potencialmente contenidos en la Carta
Magna inglesa (1212): Defensa de los derechos humanos, secularización de la política,
separación de poderes. A dicha base originaria han sido agregados otros
derechos como la igualdad de los sexos, el respeto por las diferencias de
opinión, religiosas y sexuales y, más lentamente, derechos ecológicos. Del
mismo modo, los movimientos obreros del siglo XlX y XX enriquecieron la
plataforma liberal agregando derechos sociales de modo que hoy podemos hablar
de una Europa no solo liberal, sino, además, social.
Ralf Dahrendorf, ese gran europeísta
liberal, hablaba del “pacto social-demócrata”. Con ello no solo se refería a
los partidos socialistas, sino a un consenso defendido por conservadores,
liberales y socialistas, consenso representado por “el Estado del Bienestar” de
origen escandinavo, o por “la economía social de mercado” de origen alemán. Y
bien, si escuchamos las alocuciones de Schulz y Juncker, notaremos que con
relación a esos puntos las diferencias son mínimas. Algo más social, Schulz.
Algo más liberal, Juncker.
La Antigua Europa en cambio, ha sido
defendida por grupos ultra-conservadores. En lo económico abogan por el regreso
a los sistemas monetarios locales. En lo político por un reforzamiento de los estados
nacionales. En lo social por una radical restricción de las migraciones, sobre
todo desde los países islámicos. En lo cultural, por la defensa de la familia
tradicional, en contra del aborto, por la marginación de los homosexuales y por
valores morales de origen cristiano medieval.
El problema actual es que muchas banderas
ultra-conservadoras han sido retomadas por grupos de la extrema derecha
populista. Peor aún: hay gobernantes europeos que las enarbolan. Cuando el
presidente Urban afirma: “Hungría no es un país europeo”, sus palabras son
escuchadas con deleite no solo por los miembros del partido nazi húngaro
Joccik, sino también desde Rusia, cuyo presidente defiende principios
similares. Para gobernantes como Urban y Putin la Europa moderna está amenazada
por la disgregación cultural, religiosa y moral. La virilidad ha cedido el paso
a las aberraciones sexuales, la familia y la patria ya no cuentan, todo es
relativo. En fin, Europa es, para ellos, decadente. O está “judaizada”, o está
“islamizada”, o está “norteamericanizada”.
¿Puede extrañar que sectas proto-fascistas
como el partido neo-nazi alemán (NPD) hayan convertido la foto de Putin en
icono electoral? Y no sin razón dijo en la televisión un agudo periodista
francés: “los principios del “lepenismo” francés son los mismos que los del
“putinismo” ruso”. Eso no quiere decir que ambos van a unirse. Mas, el peligro existe.
No obstante, si los defensores de la
“Antigua Europa” alcanzan resonancia, no ocurre gracias a su capacidad
política. Si avanzan es porque han encontrado un espacio vacío. Ese espacio les
ha sido regalado por los tecnócratas defensores de una Europa global. Dichos
tecnócratas pululan en todos los partidos importantes. De acuerdo a ellos la
tercera Europa no es más que una pieza virtual ubicada en el espacio del
mercado global. De lo que se trata es de aumentar los índices de crecimiento y
productividad. De ese modo, los problemas políticos se resolverán por sí solos.
La receta es evitar todo tipo de conflicto, sea nacional o internacional,
practicar un abstencionismo político con respecto a cualquier bloque
internacional y no tener enemigos externos. En otras palabras, así como Platón
pensaba que la política debía ser dirigida por filósofos, los tecnócratas
piensan que debe ser dirigida por banqueros.
El ex ministro del exterior alemán Joschka
Fischer dándose cuenta hacia donde puede conducir la lógica de la tercera
Europa, la del “economicismo tecnocrático”, ha escrito a favor de una
independencia energética (sobre todo con respecto al gas ruso) y por una mayor
autonomía financiera de Europa con respecto a USA y China.
La economía nunca dará lo que la política
no presta. Interesante en ese sentido es mencionar que en Holanda, uno de los
países con menos problemas económicos, el partido del xenófobo Geert Wilders, pese a su derrota del 22 de Mayo, está muy, pero muy cerca del poder.
Schulz y Junker han mostrado interés por
una Europa liberal y social. Lo que no han dicho es que esa Europa no fue un
regalo del cielo. Fue, por el contrario, conquistada a través de largas luchas.
Creo que pronto llegará el momento de defenderla.