Conviene diferenciar: Una doctrina en política
internacional no es un programa. Es más bien una guía destinada a orientar la
acción de un estado de acuerdo al lugar que ese estado considera debe corresponderle en el mundo. Un programa en cambio tiene que ver con las tareas que ese estado
se plantea para implementar su doctrina.
En el caso de la Rusia de Putin la doctrina dice que
Rusia es una potencia mundial y para conservar ese sitial no puede dejar jamás
de ser una potencia regional.
Rusia se considera, efectivamente, eje de la unión
euroasiática heredada de dos imperios, el zarista y el soviético. Solo así se
explica la brutalidad que ha mostrado Putin al defender piezas geopolíticas que
corresponden a lo que él imagina es el “espacio vital” ruso. Brutalmente actuó
en Chechenia, en Georgia y hoy lo hace, valiéndose del –por el Kremlim
dirigido- “movimiento separatista” de Ucrania. Naturalmente, Putin, político
experimentado, realiza de vez en cuando “concesiones”. Una de esas fue su
aprobación a las elecciones del 25 de Mayo en Ucrania.
Pero nadie debe engañarse: la anexión de Crimea, y
después los apoderamientos de las regiones de Donetsk y Lugansk, son pasos
destinados a practicar la política del “salami” (Joschka Fischer) es decir, a
cortar en rebanadas (cantonizar) a Ucrania
para después apoderarse del país y erigir un gobierno al gusto de Moscú.
En más de algún punto la actual política de Rusia es
similar a la que practicaban los EE UU en América Latina durante la Guerra
Fría. Imaginemos a modo de ejemplo que en México y no en Cuba hubiese triunfado
una revolución pro-soviética. Y bien, México, por su tamaño y al limitar con
los EE UU, habría sido un equivalente a lo que hoy es Ucrania para Rusia y los
EE UU habrían actuado del mismo modo como hoy procede Rusia frente a Ucrania.
Mas, la Guerra Fría era guerra y en diversas regiones,
muy caliente. El problema es que esa guerra ha terminado para todos menos para
Rusia, es decir, mientras los EE UU, la EU y China intentan ser potencias
globales, Rusia continúa en su decimonónico propósito de ser una potencia
territorial.
No hay ninguna duda de que el gran derrotado de la Guerra
Fría fue Rusia. No solo perdió a las antiguas repúblicas soviéticas. La mayoría
de las naciones de la ex Europa comunista pasó a formar parte del bloque
militar occidental: Hungría, Polonia, La República Checa, fueron las primeras
en ingresar a la NATO (1999). Las siguieron Bulgaria, Rumania, Eslovaquia,
Eslovenia, Estonia, Letonia y Lituania (2004). Finalmente lo hicieron Croacia y
Albania (2009). Ucrania, ante el espanto de Putin, solicitó ingresar en 2008
ingreso que –quizás gracias a Dios- le fue negado por la EU. En el Sudeste
Asiático, Rusia perdió sus posiciones político-militares: Vietnam, Laos y
Camboya se alinearon en torno a China. En el Oriente Medio, otro de sus
antiguos bastiones, solo le queda Siria a la que Rusia, al armar hasta los
dientes, colaboró a destruir. Sus más incondicionales aliados, Husein y Gadafi
se fueron al otro mundo dejando dos naciones hechas pedazos. En Egipto los
generales golpistas son fieles aliados de los EE UU. Los monjes de Irán, a su
vez, se dieron cuenta de que Putin podía servirles como socio por un muy
limitado periodo, pero a la hora de modernizar la economía miran hacia China y
a los EE UU. No olvidemos que el conflicto de Rusia con Azerbaiyán sigue
latente y Putin sabe que llegado el momento de elegir, los shiíes de Irán
apoyarán a los de Azerbaiyán. En suma: Rusia está muy aislada. Y no hay nada
más peligroso para la paz que una Rusia aislada.
Quizás entendiendo a Putin, la mayoría de las naciones
europeas (la EU ya subvenciona a muchas economías nacionales en ruinas) y los
EE UU, estarían, bajo determinadas condiciones, dispuestos a abandonar a
Ucrania a su suerte. No obstante, hay problemas que lo impiden.
Uno reside en el hecho de que la mayoría de la ciudadanía
ucraniana no desea seguir sometida al imperio ruso. Eso quiere decir que bajo
una dominación rusa las tensiones políticas no solo continuarán en Ucrania;
además serán agudizadas. Tampoco podemos olvidar que en caso de una entrega de
Ucrania a Rusia (es lo que habría hecho Kissinger) algunas naciones europeas se
sentirán muy amenazadas. Los países bálticos y Polonia tienen motivos
suficientes para desconfiar de Putin. Europa, en ese caso, no podría dejar de
ser solidaria con sus propias naciones.
Putin tampoco colabora mucho para bajar el nivel de las
tensiones. Todo lo contrario. En el último periodo cultiva una ideología que ya
no pertenece a la modernidad, como fue incluso la del socialismo en el siglo
XX. En ese sentido Rusia experimenta
una regresión. Pues de acuerdo a la nueva-antigua ideología, Putin aparece hoy
como representante de tres principios tradicionales enraizados en “el alma rusa”:
el nacionalismo pan-eslavista, la religión ortodoxa y el militarismo.
Visto desde esa perspectiva, la Serbia de Milocevic –la
que aún bajo Yelzin contó siempre con
el apoyo de Rusia- no habría sido un simple accidente, sino un fenómeno
precursor del putinismo. Como Milocevic ayer, Putin cree en una comunidad
histórica eslava. A ello agrega Putin el re- descubrimiento de la religión. Hoy
por ejemplo vemos desde la TV al ex ateo persignarse con profunda devoción.
Razón para temer pues en la iglesia ortodoxa rusa se encuentran los elementos
más reaccionarios de la cristiandad mundial. La persecución a los homosexuales
y las amenazas a la población musulmana (Putin textual: “Rusia no necesita del
Islam”) caben perfectamente dentro de la visión étnica-eslavófila y
religiosa-ortodoxa que alienta el régimen. Para completar el cuadro, Putin se
encuentra rodeado de generales que sueñan con antiguas glorias, cuando el
ejército ruso, así creen ellos, era el mejor dotado del mundo.
Si se piensa que en 1914 estalló una guerra mundial como
consecuencia de la irracionalidad de diversos gobernantes, entre ellos la del
zar Nicolás ll, no hay ninguna razón en el 2014 para sentirse demasiado seguro
frente al zar Vladímir.