Desde que el Cardenal Richelieu, encargado de los Asuntos de Estado de Luis Xlll -conocido por su indumentaria como la “eminencia roja”- en un rapto de buen humor denominara a su consejero personal, el buen “Padre José”, como “eminencia gris”, el término ha hecho una notable carrera en las ciencias políticas.
Eminencias grises son denominados todos aquellos
políticos que manejan desde las sombras los hilos ocultos del poder.
Hecho sorprendente es que aún desde la segunda mitad del
siglo XX, incluso en el XXl, cuando las tendencias generales apuntaban hacia la
democracia, eminencias grises continúan guarecidas al interior de diferentes
estados latinoamericanos. Signo evidente de la precariedad política que
caracteriza a la región.
La eminencia gris que más tiempo se ha sostenido es Raúl
Castro. Ya en la lucha guerrillera Raúl se atrincheró en los aparatos secretos
del poder. Antes de que Fidel declarara su adhesión al comunismo, Raúl mantenía
contactos con el agente de la KGB Niklai Leonov. Después, bajo su dirección, tuvieron lugar las purgas que permitirían a Fidel el acceso al poder. Fue,
además, principal ejecutor en la destrucción de los sindicatos obreros.
Aunque ocupó diversos ministerios, entre otros los del
Interior, Defensa, Cultura y Salud, Raúl controló siempre el aparato represivo.
Prácticamente no hubo asesinato, prisión, destierro, torturas, y otras
atrocidades, que hubieran sido realizadas sin su conocimiento. En cierto modo
llegó a ser la versión cubana de Beria, el siniestro comisario encargado de los
aparatos de represión de Stalin: Un “mini-Beria”, eso sí.
Después del declive biológico de Fidel, Raúl, en tanto
propietario del poder fáctico ocuparía el poder formal. Pero como Jefe de
Estado ha gobernado bajo el aúrea de Fidel, es decir, si Fidel muere, Raúl
seguirá siendo su eminencia gris. Es su destino.
Escondido también bajo el fulgor populista de un líder
moribundo, un sombrío Ministro de Bienestar Social argentino, José López Rega,
llegó a dominar por un corto tiempo los destinos de su país (1973-1975).
La influencia del “Rasputín porteño” sobre el enfermo
presidente llegó a ser enorme. Más grande fue la que ejerció sobre la viuda
María Estela Martinez (Isabel). No solo compartieron ambos intensas aficiones
espiritistas. López Rega se constituyó, además, en el mandatario de facto de la
nación. Él, por ejemplo, fue quien fundó la triple A, organización paramilitar
destinada a aniquilar al ala izquierda del peronismo. En más de algún sentido
la dictadura militar comenzó desde los más oscuros rincones del peronismo,
allí donde reinaba sin contrapeso López
Rega, conocido como el “Brujo”.
Muy parecido al lugar que ocupó López Rega durante Isabel
Perón fue el que correspondió a Vladimiro Montesinos en la era de Alberto
Fujimori en Perú.
Al igual que Raúl Castro y López Rega, Montesinos estuvo
encargado de los Servicios de Inteligencia. Así como López Rega, quien fundó la
triple A, Montesinos manejaba el siniestro Grupo Colina desde donde desató un
terrorismo para-militar de Estado. Así como López Rega fue amigo íntimo de
Isabel, Montesinos fue hombre de confianza de Fujimori. Y no por último, así
como López Rega fue un corrupto, Montesinos amasó desde el gobierno una
considerable fortuna. En ese último punto superó a López Rega.
Quien parece seguir hoy la ruta trazada por Raúl, López
Rega y Montesinos, es el capitán venezolano Diosdado Cabello quien es "por ahora" la eminencia gris del gobierno de Maduro.
La inescrupulosidad de Cabello en el manejo de los
poderes fácticos no tiene nada que envidiar a la de sus precursores de
Argentina y Perú. Además, ha convertido a la Asamblea Nacional en un "campo de concentración" (Borges) donde en lugar de deliberaciones tienen lugar agresiones verbales y
físicas en contra de la oposición. Y si la mitad de las acusaciones en contra
suya (incluyendo las del chavista Mario Silva y las del mismo Chávez en cadena
nacional) fueran ciertas, Cabello sería la síntesis perfecta de Raúl Castro,
López Rega y Montesinos.
Si alguna vez Cabello llega a ejercer directamente el
gobierno, no será por vías democráticas. Pues en un solo punto están de acuerdo
todas las encuestas: Cabello es el personaje más detestado del país. Sin
embargo, lo que él no posee en poder formal lo compensa con su audacia. Tanto la prisión ilegal de Leopoldo López, como la destitución ilegal
de María Corina Machado, llevan los signos de Cabello. El para-militarismo que
asola al país, también.
Pero no todas las eminencias grises ensucian sus manos
con prácticas represivas ni se enriquecen a costa del erario. En Bolivia existe
una versión más elegante: Alvaro García Linera, el Vicepresidente, no controla
los aparatos de represión sino los ideológicos. Esa es la razón por la cual sus
escritos adquieren el carácter de doctrina oficial de estado. Así, Morales, a
diferencia de Chávez -quien no tenía a ningún segundo, solo a segundones- ha
consagrado a García Linera como su eminencia gris intelectual.
Ex ideólogo de las guerrillas cataristas, García Linera
parece haber realizado la utopía platónica relativa al ejercicio directo del
poder por parte de los intelectuales. Pero en verdad ha sucedido lo contrario;
su innegable intelecto ha sido sometido por el poder. Porque García Linera
construye sus ideologías de acuerdo a lo que ya ha decidido el gobierno. Por
ejemplo, si Morales necesita el apoyo electoral de los campesinos indígenas, él
escribirá sobre el Estado-plurinacional. Si el MAS gana elecciones, escribirá
sobre la toma del poder por el bloque indígena-plebeyo. Si hay que dar al gobierno un barniz marxista,
rebuscará en los textos de Marx frases sueltas para construir un
“marxismo-etnológico”. Si el régimen busca la elección indefinida, él escribirá
sobre el “Estado integral-gramsciano”; y así sucesivamente.
Llegará el día en que las llamadas eminencias grises, en
todas sus formas, represivas o ideológicas, desaparecerán de los escenarios
políticos. Ese día la política será cosa pública. Pero de ese día todavía
estamos lejos.
Por ahora solo hemos de conformarnos con que las
eminencias grises sean algo más eminentes y menos grises de lo que en realidad
son.