Fernando Mires – LAS EMINENCIAS GRISES DE AMÉRICA LATINA


Desde que el Cardenal Richelieu, encargado de los Asuntos de Estado de Luis Xlll -conocido por su indumentaria como la “eminencia roja”- en un rapto de buen humor denominara a su consejero personal, el buen “Padre José”, como “eminencia gris”, el término ha hecho una notable carrera en las ciencias políticas.
Eminencias grises son denominados todos aquellos políticos que manejan desde las sombras los hilos ocultos del poder.
Hecho sorprendente es que aún desde la segunda mitad del siglo XX, incluso en el XXl, cuando las tendencias generales apuntaban hacia la democracia, eminencias grises continúan guarecidas al interior de diferentes estados latinoamericanos. Signo evidente de la precariedad política que caracteriza a la región.
La eminencia gris que más tiempo se ha sostenido es Raúl Castro. Ya en la lucha guerrillera Raúl se atrincheró en los aparatos secretos del poder. Antes de que Fidel declarara su adhesión al comunismo, Raúl mantenía contactos con el agente de la KGB Niklai Leonov. Después, bajo su dirección, tuvieron lugar las purgas que permitirían a Fidel el acceso al poder. Fue, además, principal ejecutor en la destrucción de los sindicatos obreros.
Aunque ocupó diversos ministerios, entre otros los del Interior, Defensa, Cultura y Salud, Raúl controló siempre el aparato represivo. Prácticamente no hubo asesinato, prisión, destierro, torturas, y otras atrocidades, que hubieran sido realizadas sin su conocimiento. En cierto modo llegó a ser la versión cubana de Beria, el siniestro comisario encargado de los aparatos de represión de Stalin: Un “mini-Beria”, eso sí.
Después del declive biológico de Fidel, Raúl, en tanto propietario del poder fáctico ocuparía el poder formal. Pero como Jefe de Estado ha gobernado bajo el aúrea de Fidel, es decir, si Fidel muere, Raúl seguirá siendo su eminencia gris. Es su destino.
Escondido también bajo el fulgor populista de un líder moribundo, un sombrío Ministro de Bienestar Social argentino, José López Rega, llegó a dominar por un corto tiempo los destinos de su país (1973-1975). 
La influencia del “Rasputín porteño” sobre el enfermo presidente llegó a ser enorme. Más grande fue la que ejerció sobre la viuda María Estela Martinez (Isabel). No solo compartieron ambos intensas aficiones espiritistas. López Rega se constituyó, además, en el mandatario de facto de la nación. Él, por ejemplo, fue quien fundó la triple A, organización paramilitar destinada a aniquilar al ala izquierda del peronismo. En más de algún sentido la dictadura militar comenzó desde los más oscuros rincones del peronismo, allí donde reinaba sin contrapeso López Rega, conocido como  el “Brujo”.
Muy parecido al lugar que ocupó López Rega durante Isabel Perón fue el que correspondió a Vladimiro Montesinos en la era de Alberto Fujimori en Perú.
Al igual que Raúl Castro y López Rega, Montesinos estuvo encargado de los Servicios de Inteligencia. Así como López Rega, quien fundó la triple A, Montesinos manejaba el siniestro Grupo Colina desde donde desató un terrorismo para-militar de Estado. Así como López Rega fue amigo íntimo de Isabel, Montesinos fue hombre de confianza de Fujimori. Y no por último, así como López Rega fue un corrupto, Montesinos amasó desde el gobierno una considerable fortuna. En ese último punto superó a López Rega.
Quien parece seguir hoy la ruta trazada por Raúl, López Rega y Montesinos, es el capitán venezolano Diosdado Cabello quien es "por ahora" la eminencia gris del gobierno de Maduro.
La inescrupulosidad de Cabello en el manejo de los poderes fácticos no tiene nada que envidiar a la de sus precursores de Argentina y Perú. Además, ha convertido a la Asamblea Nacional en un "campo de concentración" (Borges) donde en lugar de deliberaciones tienen lugar agresiones verbales y físicas en contra de la oposición. Y si la mitad de las acusaciones en contra suya (incluyendo las del chavista Mario Silva y las del mismo Chávez en cadena nacional) fueran ciertas, Cabello sería la síntesis perfecta de Raúl Castro, López Rega y Montesinos.
Si alguna vez Cabello llega a ejercer directamente el gobierno, no será por vías democráticas. Pues en un solo punto están de acuerdo todas las encuestas: Cabello es el personaje más detestado del país. Sin embargo, lo que él no posee en poder formal lo compensa con su audacia. Tanto la prisión ilegal de Leopoldo López, como la destitución ilegal de María Corina Machado, llevan los signos de Cabello. El para-militarismo que asola al país, también.
Pero no todas las eminencias grises ensucian sus manos con prácticas represivas ni se enriquecen a costa del erario. En Bolivia existe una versión más elegante: Alvaro García Linera, el Vicepresidente, no controla los aparatos de represión sino los ideológicos. Esa es la razón por la cual sus escritos adquieren el carácter de doctrina oficial de estado. Así, Morales, a diferencia de Chávez -quien no tenía a ningún segundo, solo a segundones- ha consagrado a García Linera como su eminencia gris intelectual.
Ex ideólogo de las guerrillas cataristas, García Linera parece haber realizado la utopía platónica relativa al ejercicio directo del poder por parte de los intelectuales. Pero en verdad ha sucedido lo contrario; su innegable intelecto ha sido sometido por el poder. Porque García Linera construye sus ideologías de acuerdo a lo que ya ha decidido el gobierno. Por ejemplo, si Morales necesita el apoyo electoral de los campesinos indígenas, él escribirá sobre el Estado-plurinacional. Si el MAS gana elecciones, escribirá sobre la toma del poder por el bloque indígena-plebeyo. Si  hay que dar al gobierno un barniz marxista, rebuscará en los textos de Marx frases sueltas para construir un “marxismo-etnológico”. Si el régimen busca la elección indefinida, él escribirá sobre el “Estado integral-gramsciano”; y así sucesivamente.
Llegará el día en que las llamadas eminencias grises, en todas sus formas, represivas o ideológicas, desaparecerán de los escenarios políticos. Ese día la política será cosa pública. Pero de ese día todavía estamos lejos.
Por ahora solo hemos de conformarnos con que las eminencias grises sean algo más eminentes y menos grises de lo que en realidad son.