Puede que no sea
solo interés por más petróleo. Puede que tampoco Maduro les inspire simpatía.
Puede que si algunos gobiernos no lo condenan e incluso lo defiendan en OEA,
CELAC, UNASUR, no solo es para evitar problemas con las respectivas
“izquierdas” en sus países.
Puede, quiero decir,
que efectivamente se trate de una posición formal. O como expresó Michelle
Bachelet, “no nos parece adecuado que pueda haber acciones violentas buscando
desestabilizar a un gobierno democráticamente elegido”. Parece que ese último
es el argumento más fuerte pues explica por qué el gobierno de Venezuela puede
cometer atrocidades sin merecer objeción de los organismos internacionales. Se
trata de un régimen democráticamente elegido. Y en las relaciones
internacionales lo que cuenta no es la legitimidad de ejercicio sino la de
origen.
En cierto modo los
gobiernos latinoamericanos, al apoyar a Maduro, lo hacen en defensa propia.
Cualquier día podría ocurrir lo mismo en sus países. Condenar a Maduro
significaría sentar un caso precedente el que, en cualquier momento, como un
boomerang, podría volverse en contra de ellos.
En sentido notarial
hasta Insulza tiene cierta razón: La OEA no puede proceder en contra de un
gobierno elegido. Luego, desde un punto de vista formal –y en las relaciones
internacionales no hay otro- los gobiernos latinoamericanos actuarían
correctamente.
Lo que no han podido
o querido advertir dichos gobiernos es, sin embargo, algo muy distinto; a
saber: las principales reivindicaciones del movimiento encabezado por los
estudiantes venezolanos no exigen la salida inmediata del gobierno sino el fin de un sistema de dominación
política que precede y determina a ese gobierno.
La diferencia entre
gobierno y sistema no es ejercicio académico. Por el contrario, eso significa
que el fin de un gobierno no lleva al fin del sistema del mismo modo como la
salida biológica de Chávez solo llevó a la prolongación del sistema chavista de
dominación. La salida de Maduro podría incluso contribuir, bajo determinadas
condiciones, al fortalecimiento (militar) de un sistema de dominación del cual
Maduro es solo una parte; y no la más importante.
Afortunadamente el
movimiento estudiantil venezolano corrigió sobre la marcha los objetivos
inmediatistas de su convocatoria inicial. Así, las principales exigencias
apuntan hoy no a “la salida” del gobierno, sino a la liberación de los presos
políticos, a la eliminación de las bandas para-militares, a la independencia de
los poderes públicos, a una mayor libertad de opinión, reunión y prensa.
Todas, exigencias dirigidas, más que a un gobierno en sí, en contra de la
lógica del sistema chavista. Conviene precisar más este punto.
Del sistema de
dominación imperante en Venezuela las elecciones son por cierto un pilar. Pero
no el único. Conjuntamente al electoral, el régimen se sustenta sobre otros, a
saber: la identificación absoluta entre gobierno y estado, la formación de un
partido estatal (PSUV), la eliminación de los derechos civiles de la oposición,
la inhabilitación del parlamento, la estatización de los sindicatos, la
creación de organismos estatales de control (Concejos Comunales), la conversión
del aparato judicial en un brazo del partido estatal, la monopolización de la
prensa escrita y televisiva, y no por último, la militarización de la política
a través de una Junta Cívica Militar, organismo anti-constitucional desde donde
emanan resoluciones de gobierno.
Sí: tiene razón
Bachelet cuando afirma que no es adecuado pedir la salida de gobiernos
elegidos. Pero ¿no es adecuado pedir la separación del gobierno de un
sistema de dominación anticonstitucional? Ese es precisamente el punto que no
pueden ni quieren entender Bachelet, Rousseff o Mujica.
Los estudiantes
venezolanos están pidiendo la democratización del gobierno y eso pasa por su
separación con respecto a ese sistema de dominación que lo precede y lo
determina. O para decirlo en clave de ejemplo: quienes votaron por Maduro no lo
hicieron a favor de las bandas para-militares. Y la supresión de esas bandas,
no la caída del gobierno, es la primera exigencia del movimiento estudiantil y
popular.
No ha habido ningún
líder venezolano, ni estudiantil ni político, que se haya pronunciado en contra
de las elecciones. Tampoco nadie lo ha hecho a favor de una salida violenta. Y
la única persona que constantemente ha hablado de golpe militar en Venezuela,
ha sido Nicolás Maduro.
Vamos a suponer
incluso que todas las elecciones venezolanas han sido democráticas. Que nunca
hubo control de la propaganda, ni intimidación en los puestos públicos; ni
acarreos de votantes en autobuses estatales; que las bandas para-militares no
asomaban en los centros electorales; que no fueron creados circuitos
electorales artificiales para que la oposición, aún con el 52% de los votos,
apareciera como perdedora en la Asamblea Nacional. Vamos a suponer eso, y mucho
más. Bachelet: ¿son esas, razones para hacer vista gorda frente a la represión
a los estudiantes venezolanos cuando ellos reclaman por derechos tanto o más
legítimos que los de los estudiantes chilenos durante Piñera?
Los estudiantes y el
pueblo que los sigue no tienen en Venezuela derecho a justicia imparcial, son
presas de grupos armados, el parlamento ha sido inhabilitado, no cuentan con un
solo canal de televisión, sus líderes son encarcelados sin proceso ¿Qué otra
alternativa les queda sino protestar en las calles?
La democratización
del gobierno pasa en Venezuela por la desmilitarización de la política.
Militarización que no solo opera en el discurso violento de Cabello/Maduro.
Además, el venezolano es un ejército segmentado. La GNB, que teóricamente
debería pertenecer a las FAN, está directamente vinculada al Partido- Estado.
El tercer segmento, el más anticonstitucional y peligroso, son las bandas para-
militares (“portadoras del amor” según el lenguaje orwelliano de Maduro). Con
la supresión de esas bandas debería comenzar un verdadero dialogo político. Un
dialogo sin pistola al pecho que conducirá a la separación del gobierno
respecto a un sistema de dominación más militar que político.
Si esa separación
tendrá lugar con Maduro o sin Maduro es problema interno del chavismo; pero no
es el de los estudiantes. Ese, reiteramos, es el punto que no han podido ni
querido entender Bachelet, Rousseff, Mujica y otros demócratas del continente.