No fue un golpe de Estado como se empeñó en afirmar Putin
para justificar su invasión a la península de Crimea, antesala para exigir la
entrega definitiva de Kiev a Moscú.
Lo que ocurrió en Ucrania fue un levantamiento nacional
primero, popular después. Como todo movimiento político heterogéneo extendía un
arco que contenía a una mayoría de convencidos demócratas, pasando por los
partidos tradicionales, hasta integrar a grupos ultranacionalistas como los del
antisemita movimiento Svoboda, con ramificaciones en Polonia y Lituania.
Los dirigentes de las movilizaciones que hicieron huir a
Yanukóvich después de que los generales ucranianos se negaron a disparar en
contra de su propio pueblo, tuvieron que llenar un vacío de poder dejado por el
ex gobernante. No pudo haber, luego, ningún golpe pues a la hora del abandono
de las funciones presidenciales no había gobierno. Si vamos a hablar de golpe,
este ocurrió en Crimea cuando los soldados pro-rusos tomaron el poder apoyados
directamente desde Moscú. Ya se adivina entonces lo que podría ocurrir: Crimea
y sus inmensas reservas de gas pasará a manos rusas y por enésima vez el
ejército ruso (o pro-ruso) atrincherado en Simferopol cometerá genocidio en
contra de la población tártara, profundamente anti-rusa.
El gobierno ucraniano representado por Olexander
Turchinov no tiene más propósito que llevar a cabo una administración
provisoria hasta convocar a nuevas elecciones. Y bien, eso es lo que intentará
evitar por todos los medios Vladimir Putin. La razón es sencilla: Esas
elecciones, después de todo lo ocurrido, nunca serán ganadas por los pro-rusos
de Ucrania.
El propósito principal de Putin apunta a formar un bloque
euroasiático con Rusia a la cabeza, uno destinado a convertir a Rusia en la
capital de un imperio territorial y militar más que económico. Y bien, sin la
completa subordinación de Ucrania a Rusia, ese imperio nunca será posible.
Una Ucrania pro-europea, democrática y liberal, es lo
menos que puede aceptar Putin. Sin Ucrania, Rusia no sería más la potencia que
ya no es pero que aparenta ser. Sin Ucrania, Rusia sería un país normal, como
cualquier otro. Sin Ucrania, Putin sería un gobernante de un solo país y no un
actor internacional con pretensiones de ejercer hegemonía sobre una parte del
mundo y hablar de igual a igual –es lo que seguramente imagina- con los
gobernantes de USA y China. O Dicho así: Putin es el emperador de un imperio en
ruinas. El último emperador del siglo XlX clavado en los calendarios del siglo
XXl. Ahí reside su gran peligrosidad.
Putin está dispuesto a jugárselas antes de permitir la
independencia de Ucrania. Y eso lo saben los políticos europeos y
norteamericanos. De una manera u otra, ellos están obligados a aceptar el hecho
de que pese a todas los vínculos económicos que existen entre Rusia y Europa, e
incluso entre Rusia y los EE UU, Rusia continúa siendo, y lo que es peor,
actuando, como un imperio del lejano pasado. ¿Como enfrentar a ese fenómeno
internacional llamado Putin?
Una alternativa es la negociación. Pero ¿qué puede
ofrecer Occidente a Putin? Nada, nada que no sea Ucrania. Y Putin, a su vez, no
quiere nada, nada que no sea Ucrania.
Si hubieran regido las coordenadas que aún primaban
después de la Guerra Fría, EEUU habría aceptado sin problemas que Ucrania
pasara a ser parte del imperio ruso como ocurrió en el pasado reciente con
Hungría, Checoeslovaquia y Afganistán. Tal vez EE UU habría pedido algo a
cambio. Que Rusia, por ejemplo, desistiera de su propósito de ejercer
influencia en el Oriente Medio, algo que Putin podría aceptar pues con la
excepción de la destruida Siria de Assad, Rusia ya no tiene aliados en la
región. Pero las condiciones han cambiado.
Recordemos que por mucho menos Bush (padre) declaró la
guerra al Irak de Sadam Husein. Y bien, eso es
lo que precisamente no quiere ni puede hacer Obama.
Por una parte, ni Putin es Sadam Husein ni Rusia es Irak.
Cuando más Obama puede movilizar tropas hasta la frontera de Polonia con
Ucrania. Pero por otra parte, los países europeos tampoco pueden permitir que
en sus propias puertas un autócrata con delirios de grandeza rompa con todos
los tratados y violente los límites de una nación pro-europea como es Ucrania.
La diferencia principal entre la política
internacional de Bush y la de Obama reside en que para el primero los objetivos
militares precedían a las alianzas internacionales. Obama en cambio, no dará un
paso si no está respaldado por una alianza internacional sólida. Hasta el
momento – y con eso no contaba Putin- la EU ha funcionado en la crisis como un
bloque homogéneo. Tampoco contaba con que, como consecuencia de su invasión a Crimea, iba a consolidarse un
férreo cuarteto formado por Inglaterra, Francia, Alemania y Polonia. De ahí que
también Putin, quiera o no, se verá obligado a negociar sobre algunos puntos
–bajo la condición de conservar Crimea- si es que no quiere agrandar más el
foso que lo separa de Europa. El problema es que ninguno de esos puntos ha sido
hasta ahora precisado.
Hoy la diplomacia funciona a todo vapor. Conversaciones,
consultas, telefonazos en todos los espacios. En Moscú, en Kiev, en París, en
Berlín, en Varsovia y seguramente, también en Moscú, conversan los ministros y
sus séquitos de expertos. Los restaurantes de Bruselas están haciendo su agosto.
Pero, ¿qué se está negociando? Nadie lo
sabe.
Probablemente solo se está conversando acerca del tema de
sí es posible negociar. Pero en fin, algo es algo. Mientras la gente habla, no
dispara. En cualquier caso, todos lo saben. El problema no es Ucrania. Tampoco
es Rusia. El problema es Putin.