No hubo nadie con representación oficial en Sudáfrica que no mostrara su estupefacción primero, su rechazo después, y finalmente su indignación, frente a la osadía de Thamsanga Jantjie, el hombre de 34 años encargado de traducir al lenguaje de los sordos los discursos pronunciados durante los funerales de Nelson Mandela.
Thamsanga no solo no
tradujo los discursos. Además imitó de modo grotesco los gestos de los oradores
mientras movía las manos de modo disparatado hacia cualquier lado. Solo quienes
no estábamos presentes en el acto, guarecidos en la seguridad de nuestras
casas, no pudimos evitar una sonrisa cuando leímos o escuchamos la noticia.
Prueba de que entre la privacidad y la vida pública hay una gran distancia
La vida
pública no es el lugar de la verdad y puede que en ese sentido Thamsanga no
hubiera estado demasiado fuera de lugar cuando llevó a cabo su farsa. Porque
imaginemos por un instante que en las relaciones diplomáticas los gobernantes
dijeran todo lo que piensan: El mundo sería un infierno, habrían guerras por
doquier, nadie podría lavar tantas ofensas proferidas.
En la vida pública debemos
guardar las formas, entre otras razones porque la vida pública es esencialmente
representativa. Representación necesaria para la conservación de esos espacios
que hemos creado con el objetivo de relacionarnos unos con otros sin
insultarnos. Al fin y al cabo para decir verdades hay otros lugares; y ninguno
es público.
Si hacemos filosofía, si
escribimos un libro de historia o una poesía o creamos cualquier obra de arte; si
vivimos un instante de intimidad con la persona amada y, sobre todo, situados
frente al espejo de nuestra propia conciencia, estamos comprometidos a decir lo
que pensamos. Podríamos afirmar incluso que las no-verdades pronunciadas en la
vida pública tienen la función de proteger las verdades que pronunciamos en la vida íntima. Luego, si pensamos con cierta lógica,
la falta de Thamsanga Jantjie cuando ejecutaba sus grotescos gestos imitativos
no fue la de mentir.
Thamsanga no mintió ni
siquiera a los sordos que lo "escuchaban". Solo se limitó a hacer
como que traducía con sus manos y gestos lo que los políticos decían. Su delito
entonces fue no decir nada haciendo como si dijera mucho. Pero en ningún caso
modificó el discurso de los gobernantes como hizo por ejemplo Charlie Chaplin
con el Gran Dictador. Su delito, luego, no fue una falsificación. Como declaró
a la AP la diputada sudafricana del partido
gobernante Wilma Newhoudt, también sorda, "el individuo no decía nada
con sus movimientos de manos". Se trataría
entonces de una simple simulación.
En efecto, Thamsanga simuló
el trabajo de traductor y por eso y nada más deberá ser condenado. Si es que lo
es. No sé si en la legislación de Sudáfrica existe la simulación como delito.
Tampoco estoy seguro si Thamsanga solo simuló lo que no decía con sus gestos, o
sí detrás de lo que simulaba hay una verdad que solo podía ser expresada
mediante un acto de simulación.
Existe también la
posibilidad de que al no decir nada, simulando que decía algo, Thamsanga
hubiera realizado una traducción fiel de los discursos que él escuchaba. Si es
así, el gran delito de Thamsanga fue haber traducido una verdad incompatible
con la vida política y con mayor razón, con la diplomática: la de que los
oradores no decían nada. Thamsanga en sentido estricto habría demostrado a los
sordos una simulación de la verdad, simulando el mismo una simulación de la
verdad.
La pregunta entonces sería:
¿Puede alguien ser condenado por transcribir en los términos más exactos
posibles la simulación de una verdad? Con ello no se quiere decir por supuesto
que los oradores mentían frente al cadáver de Mandela. Solo se afirma que leían
discursos prefabricados, hechos por expertos, fingiendo un sentimiento que
nadie sentía, en fin, pronunciando palabras muertas. Más muertas aún que
Mandela.
Estamos en consecuencia
frente a tres posibilidades. La primera, ya casi oficial, es que Thamsanga es
un pillo redomado, un sinvergüenza, alguien que intentó ganar dinero fácil sin
realizar su trabajo. Pero si así hubiera sido –y desde el punto de vista formal
lo fue- el problema tampoco deja de ser grave. Pues si Thamsanga es un pillo –y
sus antecedentes penales indican que lo es- tendría que haber elegido un buen
lugar para cometer su felonía calculando un riesgo mínimo. En otras palabras,
Thamsanga sabía que en un funeral público nadie o casi nadie presta atención a
lo que dice el orador de turno. Y si nadie presta atención a lo dicho, es
porque en esos tipos de discurso nadie dice nada. Se trata, dicho en breve, de
discursos vacíos los que al serlos portan consigo los indelebles signos de la
no-decibilidad.
No-decibilidad, precisemos,
no es lo mismo que indecibilidad, concepto este último, muy profundo.
Indecibilidad, en la
filosofía de Wittgenstein, es un concepto que cubre el espacio del sentimiento
aún no significado, algo que intentamos decir y no podemos porque no hay
ninguna palabra que pueda expresar lo que sentimos, un dolor inmenso, por
ejemplo. No-decibilidad en cambio, es hablar sin decir nada, algo que hacen muy
bien los papagayos y, por supuesto, los diplomáticos.
Thamsanga debe haber sabido
que los discursos en los funerales de Mandela serían hablados pero no dichos y
por lo mismo iban a ser oídos pero no escuchados. El riesgo era que algún sordo
intentara descifrar lo que el decía con sus gestos y manos. Y así sucedió. Braam
Jordaan, un ciudadano sudafricano sordo y relevante miembro de la sección joven
de la Federación Mundial de Sordos dijo vía correo electrónico a la CBS que
"la estructura de las expresiones de las manos o faciales y sus
movimientos corporales no se correspondían con lo que decía el que
hablaba". "Me sentí deprimido y humillado por el misterioso
intérprete", confesó Jordaan. Y con razón. Fue una falta de respeto hacia
los sordos. Pero –y esta es una condición atenuante- cometida bajo el
bienentendido de que casi ningún sordo o no sordo prestaría atención a lo que
decían los discursos.
La segunda posibilidad es
que Thamsanga hubiera sido un provocador, es decir, alguien que se propuso abiertamente dejar en ridículo a los oradores. En ese caso habría que
alabarlo, pues su provocación, en el mejor estilo de Mandela, fue muy pacífica.
Otra cosa hubiera sido si Thamsanga hubiera hecho explotar una bomba o
atravesado un puñal en el cuello de Obama, a quien tenía muy cerca. Pero para
Thamsanga, si de verdad es un anarquista, no habría tenido ningún sentido
interrumpir discursos que de por sí no decían nada. Bastaba solamente con
mostrar que no decían nada. Y así lo hizo.
La posibilidad de un acto
de rebelión no es del todo descartable. Si ella hubiera sido cierta podríamos
decir que Thamsanga cumplió su cometido sustituyendo la revelación dramática
del sin sentido de los discursos mediante un acto chistoso. Chistoso en el
sentido de Freud. Recordemos que para el gran analista todo buen chiste tiene
que portar consigo una verdad la que solo puede ser revelada como chiste a fin
de que sea aceptada como tal. ¿Cuál era la verdad del chiste de Thamsanga? Está claro: esa gente que habla no dice
nada. Harpo Marx, hermano de Groucho, no podría haberlo "dicho" mejor que Thamsanga.
La tercera posibilidad, la
confesada por Thamsanga como su propia verdad, es que él sufrió un ataque de
esquizofrenia. Posibilidad que no contradice a la primera, a saber, la de que
Thamsanga es un delincuente. Evidentemente lo es. Su prontuario no es lujoso;
incluye hasta un asesinato. Pero aún así, esa posibilidad no niega a la
segunda, la de que Thamsanga hubiera realizado con su no traducción un acto de
rebeldía pues no hay ninguna contradicción entre esquizofrenia y rebelión, todo
lo contrario. El sicoanalista británico Donald Winicott afirmaba incluso que
los pacientes sicóticos tienden mediante actos que nos parecen arbitrarios a
poner orden donde ellos ven desorden, o lo que es igual, a imponer su verdad en
donde ellos ven simple falsedad. Y así es: ¿puede haber algo más falso que el
discurso de un político en un funeral?
Los pacientes sicóticos son
muy sensibles. Ellos mas que nadie necesitan de que la realidad en la cual
actúan no sea falsa ni incierta. Y en la ceremonia fúnebre dedicada a Mandela
había muchos, quizás demasiados signos de falsedad ¿Qué hacían por ejemplo al
lado de la urna de quien fuera uno de los más grandes defensores de los
derechos humanos, personajes tan siniestros como Robert Mugabe y Raúl Castro,
entre otros? Contradicción insoportable para cualquier persona con
sensibilidad, paciente o no. A su modo Thamsanga quiso tal vez decirnos: Todo
esto no es cierto. Todo esto no tiene sentido. Y así fue como tradujo los
discursos como los escuchó, como palabras dichas sin ton ni son.
¿Qué habría pensado
Mandela? Vamos a suponer por un momento que hay cielo. Vamos a suponer también
que en ese cielo dejan entrar a los negros. En ese caso estoy seguro de que
Mandela habría reído con ganas desde el cielo. Puede ser también que, aguzando
sus ojitos de niño travieso, Madiba hubiera dicho: "Qué homenaje hermano
loco, qué homenaje el que se te ocurrió hacerme”.
Claro, es una suposición.
Porque los muertos, al igual que Thamsanga, no dicen nada.