Nunca he escrito un
artículo de pasatiempo ni será esta la ocasión de hacerlo. Establecer un
paralelo -no comparación- entre Michelle Bachelet y Angela Merkel obedece solo al propósito de buscar una relación entre el principio de maternidad con el de
la paternidad en la política.
Aclaro que las palabras
maternidad o paternidad no tienen aquí ninguna connotación sexual, no obviando
que la maternidad puede ser –no solo en la política- mejor representada por una
mujer que por un hombre.
Pero un presidente puede
ser maternal y una presidenta, paternal. Para poner ejemplos, Cristina
Fernández, una mujer muy femenina, representa una política paternal, así como
indiscutidos varones, pienso en Nelson Mandela, una política maternal.
Margareth Thatcher era también una política paternal. David Cameron corporiza en cambio la versión maternal del conservadurismo británico.
Maternidad, he de resaltar,
no tiene nada que ver con matriarcado ni paternidad con patriarcado. De modo
que, amigas y enemigas feministas, sépanlo, no estoy tocando un tema de
ustedes. Maternidad (y por lo tanto, paternidad) es usado aquí como un término
proveniente de la psicología analítica de Donald Winicott para quien padre y
madre, desde la perspectiva del recién nacido, no son dos personas sino dos
ambientes diferentes.
Existen, según Winicott,
ambientes maternales y ambientes paternales. Los primeros son protectores, los
segundos, riesgosos. Los primeros tienen más que ver con lo interno (el
individuo, la familia, la nación) y los segundos con lo externo (el espacio
internacional, el universo, el más allá) Los primeros con el orden, la
tranquilidad y la preservación de la vida. Los segundos con el conflicto y la
agresión, incluyendo la posibilidad de la muerte. Los primeros estimulan la inmanencia
del ser. Los segundos, su trascendencia.
No hay que extrañar
entonces que los ciudadanos tiendan a elegir candidatos maternales cuando en
sus naciones imperan miedos que vienen del pasado. Porque aparte de todas las enormes
diferencias que tienen entre sí, Alemania y Chile son dos naciones
históricamente traumatizadas. Alemania más que Chile.
Haberse criminalizado con el nazismo y el holocausto, y con la parte oriental después ocupada por el estalinismo, son cargas históricas demasiado
grandes para cualquier nación. Los chilenos, por su parte, tampoco se pueden liberar
de los fantasmas que dejó la maldad pinochetista detrás de sí. Todavía una gran
parte de ellos cuando vota, vota en contra del pasado. Bajo esas
circunstancias, la búsqueda del regazo protector, aún en política, es un
fenómeno comprensible.
¿Por qué los argentinos
habiendo vivido lo que vivieron no eligen también gobernantes maternales? Habría que preguntárselo a ellos. Quizás la razón es que
después de Eva ya no hay lugar para una segunda madre. Es solo una hipótesis.
Más interesante es
constatar que tanto Bachelet como Merkel, a pesar de haber vivido bajo
dictaduras no usan el poder como medio de venganza. Por el contrario, ambas representan el principio de reconciliación. De acuerdo a la lógica maternal que las guía, no escarban en el pasado. Sus razones tendrán. Bachelet padeció bajo la dictadura militar chilena, pero gozó privilegios bajo la de la RDA. Merkel formada en la RDA, no colaboró con el regimen, pero tampoco fue una heroína de la resistencia.
Cuando gobiernan, ambas lo hacen en nombre de todos. Como buenas madres políticas no
hay para ellas ciudadanos de primera y de segunda clase. Lo importante es que
el país esté tranquilo, que las divisiones no sean demasiado grandes y los
conflictos cada vez menores. Esa es la razón por la cual ninguna de las dos
muestra demasiado interés por la política internacional. Lo que les interesa es
que haya paz dentro de la casa, aunque la calle esté convertida en un
infierno.
Las similitudes, dejando de lado anatomías, son asombrosas. Mientras Bachelet
representando un bloque con predominio socialdemócrata mantiene el apoyo de los
demócratas cristianos, Merkel, representando un bloque demócrata cristiano
obtiene el apoyo de los socialdemócratas. El objetivo, sin embargo, es el
mismo. Unir y no dividir. Eso explica por qué ninguna de las dos señoras se
deja seducir por visiones apocalípticas.
Ninguna quiere cambiar el
mundo. No pronuncian discursos grandilocuentes, no están ideológicamente intoxicadas. Y en vez de acariciar programas utópicos se fijan tareas inmediatas, como toda buena ama de casa.
Merkel ofreció salvar la
economía alemana de la crisis, manteniendo la vigencia del euro, y disminuir el paro. Y cumplió. Bachelet ofrece una reforma
tributaria, una reforma en el sistema educacional y, de modo simbólico, una nueva Constitución. Y también cumplirá. Prometer poco y cumplir es
una divisa maternal. Es quizás también la razón por la cual ambas son
elegidas por aplastantes mayorías.
Hay seguramente quienes
piensan que elegir figuras maternales como Bachelet o Merkel trae consigo
efectos negativos pues la política -de acuerdo a los más importantes filósofos
de la política desde Maquiavelo a Arendt- vive de las diferencias y de los conflictos. Bachelet y Merkel
representarían en cambio una política de la despolitización. Y en
efecto, así es. Sin embargo, este hecho no debe ser computado como negativo. Afirmación que trataré de fundamentar con dos razones.
La primera, es que si bien
el ser humano de acuerdo a Aristóteles es una entidad política, no solo es un
ser político. Es también familiar, cultural, hipersexual, religioso, y lúdico.
La sobrepolitización de la
vida puede llevar y ha llevado a su uni-dimensionalización, o lo que es igual,
al empobrecimiento existencial. Una limitada despolitización del gobierno
puede ser en determinadas condiciones políticamente necesaria para la vida
ciudadana.
La segunda razón es que de
los segmentos que conforman el todo político, el de la gobernabilidad es el
menos político. Pues gobernar significa en gran medida unir. Tarea muy
diferente para un representante de un partido ya que el partido, al ser
"parte", debe estar orientado hacia la confrontación con el adversario. Por
lo mismo, un gobernante que confunde a su gobierno con su partido debe ser
sacado lo más pronto posible de su puesto.
La misma palabra
pre-sidente significa, en sentido literal, sentarse adelante de todos. Pero no
significa sentarse encima de alguien. Es lo que jamás han hecho Bachelet ni
Merkel. Por eso están donde están.