No sin asombro leí en el
periódico que el flamante entrenador de Bayern Münich, el catalán Josep
Guardiola, ha decidido prescindir de los servicios de Mario Gómez, en mi
humilde opinión el mejor delantero-centro de Europa. El motivo según los
especializados es el siguiente: En el fútbol post-moderno la figura del centro
delantero clásico, el 9, es decir aquel que juega más cerca del arco contrario,
ya no es indispensable. De acuerdo al fútbol de ahora, argumentan sabios como
Guardiola, nadie debe ocupar un puesto fijo. El 9 no es nadie y todos lo son.
Si un equipo avanza hacia el arco contrario, alguien de pronto se descuelga,
puede ser incluso un defensa, y hacer un gol. La argumentación parece lógica,
pero no lo es tanto.
Por cierto, cualquiera,
hasta un arquero, puede hacer un gol. Pero siempre hay algunos que meten más
goles que otros. Hay también especialistas del gol y Gómez es uno de ellos. Hay
quienes les gusta más jugar por las puntas, los imprescindibles abrelatas, y otros
se sienten a gusto en el medio, ordenando, aligerando o calmando el juego. Es
que un equipo es como una orquesta sinfónica. Cada uno domina mejor un
instrumento, en el caso del fútbol, un espacio de juego. Por supuesto, el
chelista puede tocar, en caso de urgencia, el violín y el flautista, si el
clarinetista se enfermó, el clarinete. Pero los chelistas son chelistas y los
flautistas, flautistas.
No sé cuales serán los
motivos que llevaron a Guardiola a gustar del fútbol hasta convertirlo en
profesión de su vida. Pero puedo jurar que yo no fui el único que llegó a sus
misterios siguiendo las peripecias de algún 9 legendario. No cansaré al lector
escribiendo sobre los grandes 9s que he visto en mi vida. Daría para escribir
un libro. Pero desde que comencé en Chile admirando a René Meléndez y a Jorge
Robledo, después a Carlos Caszelly, hasta llegar a Marcelo Salas e Iván
Zamorano, siempre la figura señera del equipo era, no sólo para mí, el 9. El
centrodelantero. El que hace cimbrar los palos, batir las redes, levantarnos,
abrazarnos y sentirnos unidos en este mundo donde nada nos une fuera de un
miserable gol.
Recuerdo -es la hora de las
añoranzas- que cuando niño seguía una revista que hizo historia en mi país. Se
llamaba Barrabases, nombre de un equipo de barrio, como tantos habían. Su
dibujante, Guido Vallejos, dio justo en el clavo del alma infantil. Porque en
Barrabases había distintos jugadores -todavía retengo algunos nombres: Guatón,
Bototo, Torito, Chico, Pelao, Palmatoria- pero la figura central, el héroe de
nuestro tiempo, era Pirulete. El 9. El centrodelantero. El que hacía los pases
para el gol o el que hacía el gol. El niño-gol, como todos queríamos ser en
nuestros despiertos sueños. ¿Nos va a dejar Pep Guardiola sin Pirulete? Parece
que sí. Mario Gómez es para muchos niños alemanes una especie de
Pirulete, aunque existente y real.
Pero Pirulete no fue solo
una invención. Pirulete era la versión infantil del mejor 9 de todos los
tiempos. Lo supe aquel día cuando vi la muy antigua película española "La Saeta Rubia" (1956) cuyo héroe era Di Stéfano, el mismo que
hoy a los 87 se quiere casar ante el espanto de sus ávidos herederos. Pirulete
era igualito al Di Stéfano del Real Madrid, a ese que jugaba junto a Santa
María, Puskas, Gento y Copa: Rápido, goleador, cooperativo, responsable.
Un jugadorazo. Un 9. El espíritu universal del 9 hecho hombre sobre la tierra..
No soy brujo pero vaticino:
No creo que le va a ir muy bien a Guardiola si suprime al 9 del Bayern. La
razón es que Alemania rinde culto histórico al número 9. Uwe Seeler, Gerd
Müller ("la bomba de la nación") y Rudi Völler, tres 9s, tres
periodos, una sola historia. Los tres muy distintos. Seeler era un tanque,
Müller un oportunista del gol, y Völler, además, seguía el canon del fútbol bien
jugado. Gómez pertenece a esa tradición y en cierto modo combina las virtudes
de uno y del otro. No es tan robusto como Seeler pero es más alto; no es tan
oportunista como Müller, pero sabe cuando hay que meter la pata; no es tan
técnico como Völler, pero no se le enreda la pelota en los pies. Además, su
prontuario es muy positivo. En 300 partidos ha hecho casi 200 goles. ¿De ese
jugador quiere prescindir Guardiola?
La fabulosa idea de jugar
sin 9 le llegó a Guardiola cuando Barcelona F. C., en un arrebato financiero,
decidió vender al único 9 que tenía, el goleador camerunés Samuel Eto. Fue así
como el equipo se quedó sin un 9. A Guardiola no le quedó más que improvisar y,
como es inteligente, convirtió la necesidad en una virtud. Pero para que esa
virtud fuera posible se requería de jugadores como Messi, Iniesta o Xavi. Es
que con esas bestias tú te puedes dar el lujo de jugar hasta sin arquero. No es
el caso de Bayern Münich equipo que no dispone de jugadores que se conozcan
desde la infancia, como son los del Barça. En Bayern cada uno juega en su puesto de acuerdo al
sentido pragmático que supo inculcar Jupp Heynckes, un entrenador muy diferente
a Guardiola.
Con el curso del tiempo he
aprendido a desconfiar de los grandes revolucionarios, no sólo en política; en
el fútbol también. El fútbol es, no cabe duda, más rápido que antes, pero en su
esencia es el mismo. Los grandes entrenadores -y Guardiola puede que lo sea- no
han sido aquellos que tratan de adaptar a los jugadores a sus ideas (sistemas)
sino a la inversa, los que adaptan sus ideas a los jugadores. Ese fue el
secreto de los éxitos de Jupp Heynckes, entre otros. De ahí que prescindir de
un jugador como Mario Gómez en nombre de una ideal metafísico del fútbol, me
parece una soberana estupidez.
No es, por lo demás, la
primera vez que se anuncia la desaparición de un número clásico. Antes de
comenzar el mundial de 2010 no eran pocos los entrenadores que daban por muerto
al 10 (el enganche). El 10, en el fútbol-turbo de nuestros días, aducían los "revolucionarios",
ha de desaparecer. La era de Platini, Maradona, Zidane, ha quedado atrás. Y
bien, después del mundial fue elegido como mejor jugador un 10 tan clásico en
fútbol como Beethoven lo es en la música: el uruguayo Diego Forlán.
Lo mismo sucedió en la
Eurocopa 2012 cuando comenzó a vaticinarse el fin del 9. Sin embargo, la
estrella del torneo fue el italiano Mario Balotelli, un 9 tan 9 que se cae de
9; uno que si no fuera tan chiflado sería el mejor 9 de la historia universal.
En fin, los tiempos pasan,
los jugadores también. Quedan sí los recuerdos estampados en números. El 9 es
un número imborrable, y si alguna vez llegara a ser superfluo, habría que
mantenerlo, digo yo. En honor al fútbol o a su historia. La de tantos 9s como
ayer Di Estéfano, Eusebio, Kubala, Vavá, u hoy como Balotelli, Higuaín, Suárez,
Gómez, gente sin las cuales el fútbol no tendría historia. O un 9 como
Pirulete, el de Barrabases, al que tanto llevábamos dentro y a quien, por esto
o por lo otro, nunca pudimos llegar a parecernos.