Los militares, también en
Egipto, cuando asumen el poder no vienen de la nada ni actúan como resultado de
simples conspiraciones. Suelen ser, por el contrario, emisarios de movimientos
que por sí solos no se encuentran en condiciones de derribar a un determinado
gobierno. Quiero señalar: no siempre hay detrás de cada golpe una minoría pues
los militares, como si tuvieran un sexto sentido político, saben muy bien
cuando actuar. Es por eso que muchos golpes de estado -no solo en Egipto- han sido acciones no exentas de apoyo popular. Alguna vez hay que decirlo.
Detrás de cada golpe hay
casi siempre un mal gobierno, entendiéndose por ello a uno que no ha sabido
cumplir o ser consecuente con las promesas que lo llevaron al poder. Ese es sin
duda el caso de el de Morsi. Surgido de una auténtica revolución democrática y
popular, al gobierno Morsi le fueron encargadas tres tareas:1) Construir
instituciones democráticas 2) Servir de mediador entre las diversas fracciones
que derrocaron a Mubarak y 3) Impulsar el desarrollo económico de la nación.
Morsi no sólo no cumplió
con ninguna de esas tres tareas, además realizó lo contrario. Demolió las
instituciones públicas, abolió la antigua constitución civil, concentró los
tres poderes en uno, el ejecutivo; entregó grandes cuotas de poder a los
"hermanos musulmanes" marginando a las fracciones islámicas
democráticas y a los sectores laicos (precisamente las fuerzas más activas en
la revolución anti-Mubarak de 2011) y, de acuerdo a planes supuestamente
distributivos, depreció la moneda, desató la inflación e hizo depender al país
de importaciones, sobre todo alimenticias. Lo dicho no entraña, por cierto, una
justificación del golpe, pero la verdad es que el mismo Morsi cerró las salidas a una alternativa diferente.
En cierto sentido el golpe
militar no fue sólo en contra de Morsi sino en contra de los
"hermanos", fracción a la cual pertenece Morsi. Pero "los
hermanos" islamistas, organización fundada en 1928 por Hassan Banna, no
eran recién llegados. Perseguidos brutalmente durante la dictadura de Nasser y
tolerados durante la de El Sadat, bajo Mubarak se convirtieron prácticamente en
socios del gobierno, siéndoles asignadas funciones administrativas, poder de
base en los campos y sectores suburbanos e importante presencia en las
universidades. Además, gracias a las remesas que reciben de Arabia Saudita,
lograron convertirse en el grupo político más poderoso y homogéneo del país.
Así se explica por qué, durante la rebelión de 2011, fueron los últimos en
sumarse a las multitudes anti-dictatoriales.
Las hermandades, después de
la revolución, llegaron a ser una especie de "soviets" islámicos.
De ahí que siguiendo la consigna "todo el poder a los hermanos"
intentaron convertir a la multicultural nación en una república islámica. Si el
golpe detuvo o simplemente ha postergado la realización de esa alternativa,
nadie puede decirlo todavía.
Falsa es en todo caso la
divulgada opinión de que los golpistas de 2013 son representantes de un
movimiento laico en contra de un movimiento religioso. Por una parte hay que
tener en cuenta que grandes contingentes del ejército, sobre todo en la tropa,
son fieles islámicos. Por otra, y esa es quizás la única buena noticia que ha
traído consigo el golpe de Julio, diversos grupos islámicos no asociados a las
"hermandades" pasaron a formar parte, junto al Frente de Salvación
Nacional, de la creciente oposición a Morsi. Es el caso, entre otros, del partido
religioso NUR (Luz) que cuenta con el 25% de la votación y cuyo
líder Ahmed al Tayeb ha aparecido en televisión junto al representante
simbólico de los laicos, el premio Nobel Mohamed Al Baradei.
¿Ha regresado Egipto al
punto de partida, a un "mubarikmo" sin Mubarak? Difícil decirlo.
Cierto es que gran parte del ejército es todavía pro-Mubarak. No olvidemos
tampoco que los militares, cada vez que llegan al poder, lo hacen para
quedarse, aunque esta vez tuvieran el recato de nombrar presidente provisorio
al máximo Juez de la Corte Suprema, el tranquilo Adli Mansur. Mal aconsejado
estarían entonces EE UU y los gobiernos europeos si brindaran apoyo automático
a los generales egipcios. Un golpe es un golpe y todo golpe es un atentado a la
democracia, por muy precaria que hubiera sido, como en Egipto lo era.
No obstante, si Egipto
vuelve al punto de partida, no será al mismo punto de partida. Puede que la
oposición, a falta de otra alternativa apoye durante un tiempo a los
militares. Pero seguramente esa oposición no ha olvidado los días de la gran
rebelión en contra de Mubarak. Tendrá por lo tanto que enfrentar en el futuro a
dos enemigos: el fanatismo religioso de los "hermanos", asociados con
otras sectas aún más intolerantes, y la tentación dictatorial que se esconde en
el corazón de cada general. Para lograrlo sólo hay una alternativa: La unidad.
Esa siempre tan difícil unidad.
Si la unidad de la
oposición llega a ser posible, puede incluso que el golpe de estado de Julio de
2013 sea visto en retrospectiva como antesala de la segunda gran revolución de
los egipcios o, lo que es casi lo mismo: como el segundo capítulo de una misma
revolución. Oj-Alá.