11 de Abril de 2002;
ahí pasó lo peor que puede suceder en una nación: enfrentamientos, tiroteos,
heridos, muertos. Una masa incontenible avanza hacia el Palacio de Miraflores
desde Parque del Este y Pdvsa Chuao. No solo los militares rebeldes, también algunos
del entorno, se apoderan del gobierno. ¿Renuncia Chávez? No está claro.
¿Insurrección popular en contra de un gobierno que amenaza convertirse en
dictadura siguiendo los dictados de La Habana? ¿Frío y calculado golpe de
Estado de una conducción antipolítica representada por Fedecámaras y una
fracción de militares sediciosos? ¿Sobrevenido vacío de poder que hay que
llenar de algún modo y con quien sea?
Alguna vez los
historiadores venezolanos tendrán que ponerse de acuerdo para determinar que
sucedió exactamente en los días 11, 12 y 13, hasta llegar a ese 14 de
Abril de 2002, cuando el ex golpista y constitucional presidente regresó al
poder vitoreado por multitudes ante las cuales pronunció un entrecortado
discurso. Pero la historia real sigue siendo un secreto; pocos saben que es lo
que se habló en furtivas conversaciones de palacio, o de cuantas traiciones, pactos, promesas, ascensos y descensos.
Sólo hay algunos
puntos claros. Uno de ellos es que si hubo golpe el 2002, no fue ese golpe
seco y conspirativo a que nos tienen acostumbrados los gorilas
sudamericanos.
Si en Abril de 2002
hubo efectivamente un golpe, éste se produjo al calor de una movilización de
masas que carecía de conducción política, asumiendo ese rol los gremios
de la industria y del comercio junto con algunas fracciones de militares
facciosos.
Muchos pensamos que
en ese Abril de 2002 en Venezuela se iba a repetir la terrible historia del
Chile de Pinochet. Mas, no fue así. Lo que ocurrió fue algo distinto: quizás
una combinación de insurrección y golpismo surgido frente a un ostensible vacío
de poder.
El concepto vacío de
poder parece ser clave. Y si lo es, es por partida doble pues en esos sucesos
se hicieron evidentes no uno sino dos vacíos de poder. Uno provocado por la
renuncia (voluntaria o involuntaria) del gobernante. Otro, y es el que ha sido
menos estudiado, un vacío de poder en la propia oposición antichavista, vacío
que ocuparon personajes rocambolescos (militares y empresarios) sin la menor
idea de política, sin proyectos, sin ninguna línea.
Chávez, digámoslo
así, regresó al poder atraído por dos vacíos. El primero, provocado por sus
propias indecisiones; el segundo, por una oposición sin cabeza. O con una
cabeza vacía.
Puede ser que ese
vacío sea el único punto común que mantienen los acontecimientos que culminaron
el 14 de Abril de 2002 con los no menos decisivos que tendrán lugar el 14 de
Abril de 2013. Un vacío que también se manifiesta en dos vacíos. Pero esta vez
-y esa es la diferencia- los vacíos aparecen al interior del gobierno y no en
la oposición.
El primero, obvio,
es un vacío personal dejado por el que ya no está. El segundo es un vacío de
proyectos, de ideas, de política, un vacío que comenzó a vaciarse ya durante la
presidencia del difunto. En cierto modo el gobierno chavista, o su vacío, ocupa el 2013 el lugar que ocupó el vacío de la oposición del 2002.
Al igual que la
oposición del 2002, la que contaba con una inmensa multitud y el apoyo de
diversos militares, pero sin ningún proyecto de poder, el gobierno (de facto)
de Maduro también cuenta con un nada despreciable apoyo de masas y, sobre todo,
con un amedrentador soporte militar. Pero el chavismo, al igual que la
errática oposición de antaño, ya no posee ningún concepto de sociedad,
ni de nación ni de gobierno. Su ideal de revolución ha sido reducido a un puñado de consignas y
gritos. Incluso, quienes se decían socialistas han abandonado su ideología,
cambiándola por rituales necrófilos y mitos paganos. Y no por último, al igual
que la oposición del 2002, hay personeros del chavismo que no ocultan el
propósito de embarcarse en peligrosas aventuras (declaraciones del general
Molero, por ejemplo). Al lado de Maduro, Capriles aparece como un dechado de
racionalidad. La tortilla se ha dado vuelta en Venezuela.
En cierto modo
podría decirse que el chavismo y la oposición han recorrido el mismo camino
aunque en sentido inverso.
Después de los
sucesos de Abril de 2002 el chavismo vivía su luna de miel. Tenía amplia
mayoría, comenzaban a aparecer las misiones (el poder del estado movido
"desde arriba hacia abajo"), Chávez en su apogeo retórico desafiaba
al propio Bush (aunque nunca lo suficiente para poner en riesgo las relaciones
económicas con los EE UU de las cuales aprovechó más que ningún otro gobierno
de América Latina). Y, por si fuera poco, una oposición sin cabeza había cedido
a Chávez nada menos que la defensa de la legitimidad constitucional. La
oposición, en las palabras de Chávez, era la "derecha golpista"
formada por "cúpulas podridas". Y en algún punto, Chávez tenía razón.
Pero si en un
tango “20 años no es nada”, en la política 14 años son mucho. No solo en Venezuela -lo vimos
en los países comunistas, lo vimos en el México del PRI, lo vemos en la Cuba de
los Castro, lo estamos viendo de nuevo en Rusia- si un gobierno se mantiene sin
alternancia en el poder, ese gobierno termina siendo lo mismo que el estado. O
si se quiere, termina por convertirse en un gobierno-estado
Desde el estado -esa
es la experiencia histórica- tiende a formarse una muy corrupta "clase de
estado". Como toda clase, la "nueva clase" comenzará a
reproducirse y a generar intereses y objetivos de clase. En los países
comunistas esa clase era la "nomenklatura". En Venezuela fue
re-bautizada como "boliburguesía" y sus estamentos más altos reciben
el nombre de "los enchufados". Se trata de un amplio conglomerado que
comienza en los "organismos de poder popular", continúa a lo largo de
la burocracia estatal, sigue a través de los aparatos represivos, y culmina en
la “vanguardia cívico-militar”: una verdadera "cosa nostra" afincada
en los intersticios más profundos del “estado burgués”. Ahora bien, esa “clase
en el poder” -para hablar como Gramsci- sigue siendo dominante, pero ya no es
dirigente.
La incoherencia de
los discursos de Maduro, sus alucinaciones ornitológicas, sus insultos
innombrables, su públicas obsesiones sexuales, su paranoia magnicida, su
idolatría atormentada, sus complejos edípicos, y mucho más, son todas simples
expresiones individuales de la crisis política que sufre el chavismo, una que
ya era visible y manifiesta cuando vivía Chávez pero que con su muerte ha
alcanzado una muy alta dimensión.
Hoy ni siquiera
existe un Bush a quien culpar de todos los males de la tierra. Por si fuera
poco, la dictadura cubana ha iniciado un camino frenético hacia el capitalismo.
Las mismas masas chavistas ya no miran hacia adelante, sino hacia atrás. La
utopía chavista no es más que un cuerpo muerto; una momia no momificada; un
culto pseudoreligioso basado en la superstición y en la mentira: “Mentira
fresca” dice Willie Colón. Mentira fresca, pero también muy añeja, podría
agregarse.
La oposición en
cambio, ha experimentado profundas modificaciones tanto cuantitativas como
cualitativas, y esas la diferencian radicalmente de las masas desconcertadas de
Abril de 2002. Modificaciones que ya se hicieron visibles durante la
candidatura de Manuel Rosales en el 2006, cuando nuevos partidos comenzaron a
desplazar la hegemonía del binomio histórico tradicional. Nuevas personas,
nuevos programas, nuevas ideas conviven con experimentados políticos del ayer.
Desde 2006 –alguna vez habrá que revalorar el significado histórico de la
candidatura de Rosales- la oposición ha
seguido creciendo de modo lento pero seguro. Salvo leves interrupciones, su
tendencia ha sido ascendente y la del chavismo descendente. La ventaja de Chávez vino disminuyendo de 25.9 en 2006 a
solo 11.11% el 7-O de 2012.
La oposición de
Abril de 2013, tiene una dirigencia, un programa social y democrático, y en los
últimos tiempos un líder; no un mesías ni un profeta, un líder, es decir un
representante legítimo de una asociación de partidos diferentes y
dispares.
En líneas generales,
la tendencia predominante del frente democrático opositor es -para usar los
términos que rigen todavía en América Latina- de centro izquierda, línea que
comparte con otros gobiernos y políticos latinoamericanos. Capriles está
mucho más cerca de Bachelet que de Piñera, de Humala que de los Fujimori, de Santos
que de Uribe.
Ahora bien, contra
esa asociación política orgánica y con nítida hegemonía de centro-izquierda,
Maduro se muestra impotente. Él y los militares que lo secundan quisieran
enfrentar a una ultraderecha golpista, es decir, a una derecha que le haga el
juego a su vaga idea de "revolución". Una derecha como la de Abril
del 2002, la misma del “paro petrolero” y de las abstenciones suicidas. Y,
por supuesto, quisieran un candidato más parecido a Carmona que a Capriles. En
fin, una derecha en pie de guerra que se adapte a las caricaturas y prejuicios
del chavismo. Sólo así se explica la incapacidad que muestra Maduro y quienes
lo rodean para debatir políticamente con la oposición democrática del 2013.
La oposición del
2013, hay quizás que recordarlo, no está ahí gracias a la generosidad del chavismo. Todo lo
contrario. El lugar inamovible que ocupa ha sido conquistado voto a voto. Más aún: la sola existencia de esa oposición ha impedido que en Venezuela el
chavismo haya dado el paso que separa a una autocracia semi-dictatorial de un
sistema totalitario.
Si por los chavistas
fuera, lo dicen ellos mismos, esa oposición debería ser pulverizada. Pero si no
lo lograron antes con Chávez, no lo lograrán nunca con Maduro. Esa es la razón
por la cual, más allá de cualquier resultado electoral, mientras esa
oposición exista, Venezuela no será Cuba. Y si se tiene en cuenta que la
transformación de Venezuela en una Cuba era el objetivo máximo del presidente
muerto, los chavistas deberán reconocer que obtengan los votos que obtengan, y
aunque ganen, ya perdieron su segundo Abril. De ahí en adelante, solo
intentarán conservar el poder que les resta. Quiera Dios, por el bien de
Venezuela, que eso no sea a cualquier precio.