Lágrimas Negras (Bebo Valdés)
Texto original: Aunque tú me has dejado en el abandono/
Aunque tú has muerto todas mis ilusiones/ En vez de maldecirte con justo
encono/ en mis sueños te colmo de bendiciones/ Sufro la inmensa pena de tu
extravío/ siento el dolor profundo de tu partida/ y lloro sin que sepas que el
llanto mío/ tiene lágrimas negras /como mi vida/ Tú me quieres dejar/ yo no
quiero sufrir/ contigo me voy mi santa/ aunque me cueste morir/ Tú me quieres
dejar/ yo no quiero sufrir/ Si tú me dejas mulata/ te tendrás que arrepentir /
SOLISTA/ Si un jardinero de amor/ siembra una flor y se va/ y otro viene y la
cultiva/ ¿de cuál de los dos será?
Si no lo sientes no entiendes al bolero -me
dije alguien un día de esos tiempos en los cuales me dedicaba a entender el sentido
filosófico de los boleros- Y, sin embargo -respondí- yo lo siento, pero no lo entiendo. Pero
¿debo entenderlo para entenderlo? ¿O solamente debo sentirlo para entenderlo?
Solo una cosa estaba clara: Las lágrimas de Bebo son negras, las lágrimas negras
son del color del luto. Y más lejos no llegué. Esto es una locura- me
dije-.
Y ahí, recién comencé a entender a Bebo. Es
una locura, y las locuras hay que entenderlas de acuerdo a una lógica
enrevesada. Porque los locos no son tan locos, simplemente cambian el orden de
las cosas, pero las cosas son las mismas para los locos y para quienes creen no
serlo. Es, si duda, el de Bebo, un bolero loco. Y, como los locos son
enrevesados, para entender el bolero de Bebo necesito comenzar desde el final para
llegar al principio. Entonces como si yo también fuera un loco, leí el texto de abajo hacia arriba; y ahí creí entender. Creí entenderlo todo.
Las lágrimas negras son el luto del amor que
se ha ido; suele ocurrir. El amor se ha ido con otro; eso dice el final. ¿De
quién es el amor? ¿Del que lo sembró o del que lo cuidó? El amor sin cuidado no
es amor, me dije. Luego, quien canta es el jardinero de la rosa que otro
sembró, y después, sin pedir permiso, del rosal cortó. Ahí está la clave. La
mujer del amante se fue con su primer amor, el que le dio a conocer el amor, y
dejó a quién cultivó ese amor, solitario en su soledad. Al fin y al cabo,
pensé, es el mismo tema de siempre, aunque dicho de otra manera. Las lágrimas
son las mismas, sean de sangre roja, blanca, o negra. Da igual. Es el destino
de casi todos los amores que un día se van.
Recuerdo, al llegar a este punto que una vez
escuché decir a un predicador que el amor, para que sea amor, debe vivir tres momentos. El primero es el del conocimiento. El segundo, es el del
sentimiento. Y el tercero es el de ponerse al servicio de la persona amada. El
conocimiento es básico.
Sin conocimiento de lo que se ama no hay amor
posible. El conocimiento del amor no es, por cierto, igual a conocer a una
persona en un momento dado. Implica un conocimiento profundo. Basta recordar
que en la Biblia cuando está escrito que Adán conoció a Eva, significa que Adán
poseyó a Eva. Ni más ni menos. El amor entre humanos, porque el humano es
materia, rinde tributo a su inevitable materialidad. Y la materialidad - no voy
a citar a Lacan - es fálica.
En las paredes de un callejón medieval de no
me acuerdo que ciudad leí una vez, impresa en piedra, la siguiente
pregunta: “¿Qué es el amor?” Y
abajo, su autor, emitió la respuesta: “Es lo que se sabe después”.
Quería decir: el conocimiento corresponde a la fase de siembra del amor, como
dice la música de Bebo. Luego, el senti-miento es el reconoci-miento del
conoci-miento. El sentimiento es, igualmente, la grabación del conocimiento en
el alma -en el caso de Bebo en un piano- de modo que es posible conocer el rostro
de la persona amada, aún en medio de su ausencia. También a través de una cumbia abolerada, o de un bolero cumbiado.
Y ¿qué significa ponerse al servicio del
amor?
Ponerse al servicio no significa otra cosa
que cuidar la existencia del objeto querido con la misma precisión y afán con
que nuestros antecesores cuidaban el fuego. Es por eso que de acuerdo al
imaginario del bolero, a las flores no basta sembrarlas, hay que regarlas, podarlas,
cambiarles la tierra, a veces guiarlas y protegerlas del frío cruel que todo lo
mata. El objeto que se quiere re-quiere cuidado para seguir existiendo. Eso
significa poner al sujeto al servicio cotidiano del objeto de amor, no
como una sucesión de actos rituales, sino mediante actos y obras. Porque de
nada sirve hincarnos frente a la persona amada, jurar amor y derramar lágrimas
si no lo demostramos de algún modo.
Lágrimas negras es
un clásico y por esa razón no es quizás demasiado original en su texto,
aunque su ritmo, y eso es lo que al fin importaba a Bebo para quien el ritmo era el
texto- es muy “sabroso”. Hay otros boleros de lágrimas tan famosos como el de
Bebo. ¿Cómo no acordarse de esas Lágrimas del Alma que cantaba Raul Show
Moreno? ¿O del más aguardentoso de todos, esas Lágrimas de Sangre que
compuso Agustín Lara?
En esos boleros encontramos los temas
centrales de la bolería latinoamericana: las sombras, la oscuridad del cielo,
el amor ausente que no regresa, la lluvia, la tristeza en su forma extrema que
es la melancolía, el alma lastimada y, por cierto, las lágrimas de amor. En
gran medida los boleros son canciones húmedas. Están rodeados de lluvias y
lágrimas. A veces, por si fuera poco, aparece el mar.
Los boleros de lágrimas son por lo mismo boleros
líquidos. El agua que a raudales corre en ellos es sólo en parte un agua
metafórica. En cierto modo se trata de imágenes asociativas. La lluvia está
asociada a las lágrimas, las lágrimas al alma, y el alma, a la ausencia del
amor que no vuelve, a la tristeza que por ser tristeza será siempre negra, tan
negra como la cara de Bebo.
¿Por qué tanta agua? La pregunta es más que
pertinente. Y mi respuesta es casi obvia: el agua, ya sea en su forma de
lágrima o de lluvia, es una representación de la disolución de lo sólido. El
agua es la sustancia material que retorna a su estado natural originario, el
que es predominantemente líquido. Pues el agua no sólo cubre el 72% del planeta
Tierra sino que está repartida, además, entre el 50% y el 90% de la masa de
todos los seres vivos. En cambio su porcentaje de existencia hacia el interior
de la masa terrícola es muy bajo: apenas 0,022%.
El agua es parte de una unidad trinitaria. En
la mitología griega la trinidad estaba formada por el sol, la tierra y el agua.
Pero, además, el agua representa una de las terceras partes de la trinidad de
la vida, o si se prefiere, es una de las tres formas que asume el ser en su
existencia. La primera forma es la sólida, la segunda es la líquida, la tercera
es la gaseosa.
El agua, y por lo tanto las lágrimas, se
encuentran situadas en el justo medio que se da entre la solidez de la materia
y la disolución radical de su existencia, que es el vapor. Como el ser humano,
de quien se piensa existe entre el reino animal y el espíritu divino, el agua
también se encuentra en el medio, entre la solidez del ser y su difusa
evaporación en el espacio infinito. El agua es, por así decirlo, la
intermediación de la vida, o mejor dicho: es el nexo simbólico que media entre
la solidez de la materia y su disolución final. No debe extrañar entonces que
en las culturas antiguas, el agua, más aún que la tierra, haya sido el símbolo
de representación de la vida.
El ser humano, en su estado más originario,
entra a su madre en forma líquida donde vivirá nueve meses como una isla,
rodeado de agua por todas partes. En el agua, después nos bañamos, buscando no
sólo la limpieza sino, además, la purificación, tanto del cuerpo como del alma.
A través de las lágrimas -aguas con ojos- comunicamos nuestro ser con el mundo
exterior, y gracias al fluir de las lágrimas, expresamos, de modo más real que
simbólico, el dolor y las penas. Las lágrimas, negras o blancas, vienen
simbólicamente del alma. Quizás, entre la materialidad humana y el espíritu que
es el vapor, las lágrimas son el alma. Puede que el alma sea líquida y no
etérea, como pensamos.
Para quienes sufren, las lágrimas representan la disolución de esa materia que todos
somos. A través de su liquidez volvemos al estadio pre-material, lo que es
efectivamente cierto. Las gotas derramadas a través de los ojos son la
expresión física de una materia que comienza a deshacerse en sí misma.
“Estoy deshecho”, decimos cuando el dolor es
más que insoportable. Las lágrimas expresan realmente el deshacerse de la vida,
cuando una parte de ella nos abandona y comienza a fluir, remitida a su estadio
pre-sólido. Ahí se ha ido Bebo, cos sus negras lágrimas que son las de su alma.
O las de su piano: es casi lo mismo.
Para escuchar y ver a Bebo Valdés con el Cigala interpretando Lágrimas Negras hacer clic AQUÍ
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