Cuando habla mete la pata.
La última intervención relativa a que en Italia han ganado “dos payasos”
(Berlusconi y Grillo) frase que en ningún caso debe decir quien aspira al
puesto de canciller, hizo que hasta el presidente Giorgio Napolitano, dándose
por ofendido, cancelara ese día de Marzo el encuentro que iba a sostener con el
inefable candidato alemán, el socialdemócrata Per Steinbruck.
Pero lo más jugoso de la
historia fue que la asociación de payasos italianos protestó alegando sentirse
ofendidos al ser comparados con Silvio Berlusconi. Tienen, por lo demás, toda
la razón. No sólo porque para cualquiera persona decente es deshonor ser
comparado con el crápula italiano, sino -y a ese punto voy- porque nadie tiene el más mínimo
derecho a usar la palabra payaso como ofensa.
Payaso es una de las
profesiones más nobles de la vida. Ser un buen payaso es hacer reír a los
niños, lo que debe ser compensado con suma gratitud.
Aún recuerdo cuando durante
mi niñez en lugar de decir “vamos al circo”, decíamos "vamos a los
"tonis"". Los "tonis", los payasos, eran más
importantes que los equilibristas quienes nos ponían nerviosos; que los leones,
los cuales nos daban miedo; que los malabaristas, tan aburridos; que las focas,
un poco tontonas y, por cierto, que los elefantes cuando bailaban polca al son
de una orquesta de músicos borrachos.
Los payasos, ah, ellos sí
eran los reyes de la fiesta, los que iluminaban ojos, los que al hacernos reír
nos daban eso que para un niño es lo más importante del mundo: la alegría. El
payaso, digno profesional de la risa, obligado a hacer reír aunque esté muerto
de dolor como ocurrió en Il Pagliaci, de Ruggero Leoncavallo: Ride
Pagliacio, sul tuo amore infranto!/ Ride del duol che t´avelena.
Mas, a pesar de todo,
comparar a Berlusconi con un payaso no es tan desafortunado. Pues Berlusconi,
así como los payasos -ese es el punto- hace reír. Por supuesto, de manera
diferente. Un niño jamás reirá con Berlusconi. Ese reír para no sentir
vergüenza ajena es privilegio de adultos. Pero hay, además, un segundo punto.
La política es un
espectáculo y en épocas electorales es uno circense, sobre todo si se trata de
hacer política con el pueblo; esto es, política de pueblo: populista.
Berlusconi es populista. En
cierto modo está obligado a serlo. La alianza que se articula alrededor de El
Pueblo de la Libertad es más que heterogénea.
Por de pronto, Berlusconi
se debe a un núcleo duro, el del "próspero Norte". Frente a ese
núcleo él no se comporta como populista, pero sí debe hacerlo con esa periferia
sin la cual Berlusconi nunca podría ganar nada. Allí encontramos desde capos de
la mafia, pasando por sectores medios empobrecidos, fanáticos del fútbol, gente
de clase media baja, hasta llegar a una serie de individuos de tendencias
fascistas. ¿Qué es lo que une a toda esa masa amorfa, a esa -no tengo otra
palabra- chusma? Nada o casi nada fuera de los símbolos que dibuja Berlusconi
en la pizarra política. Y esos son los de una protesta plebeya en contra
de los símbolos del poder.
Berlusconi es, por ejemplo,
un declarado anti-intelectual. Y gran parte de la masa que lo sigue también lo
es. Detestan a la cultura a la que identifican como privilegio de “la clase
ociosa”; no soportan a las feministas y a sus ruidosas demostraciones; rinden
culto a los valores machistas y sexistas. En fin, Berlusconi, menos que un
populista, es un "chusmista" (término que deberé patentar). Sin ser
un extraordinario orador como lo fue Mussolini, sabe lo que tiene que decir a
la gente de cada lugar. Por eso mismo es el rey de las paradojas: alienta el
odio hacia la clase política y es un político contumaz. Lleva una vida
desordenada pero defiende el orden económico establecido. Es, en breve, algo
casi inexplicable: un anarquista conservador. Quizás esas fueron las razones
por las cuales en las elecciones de Febrero del 2013 obtuvo nada menos que el
25,55% de la votación.
La gente decente -yo
tampoco- no quiere a Berlusconi. Pero ¿ha pensado alguien en que Berlusconi,
visto desde otra perspectiva podría ser considerado un gran servidor público?
Veamos: si el millonario no integrara a todos esos mundos y mundillos a su
alrededor, estos andarían sueltos, abandonados a su libre arbitrio. Es el caso
de los fascistas griegos quienes no integrados por nadie han fundado su propio
partido, Aurora Dorada, y ahí andan por las calles, golpeando a cada
extranjero pobre que se les cruza en el camino.
Berlusconi, en cambio,
mantiene la locura fascista en el marco de ciertos límites institucionales.
Habla a favor y en contra del Euro. Del pueblo, de la nación, de la grande
Italia, del Calcio, y a todos los convence aunque sea por un rato. Y por si
fuera poco, los hace reír con su grotesco sentido del humor. Menos que un
payaso, es un bufón, papel que goza en plenitud cada vez que puede. Pues al
final él siempre se sumará a la política de la mayoría europea y eso
Ángela Merkel lo sabe muy bien. A cambio, él recibirá las sensaciones eróticas
del poder. Quiero decir: lo que hace en sus orgías, lo repite en la política:
subyuga, posee, domina; pero nadie lo quiere, aunque eso, y no más eso es lo
que anda buscando a través de sus desfalcos, bunga-bungas y elecciones.
En un sentido menor, Beppe
Grillo (25%) -contra quien no protestaron los payasos italianos- y su populismo
"de izquierda" (hay que darle un nombre) también presta ciertos
servicios a la nación. Entre otras cosas le ha dado un sentido político a la
generalizada protesta antipolítica por lo cual se ha visto obligado a
convertirse en “el político de la antipolítica”. Posición no menos paradojal
que la que ocupa Berlusconi. En efecto, la ultraizquierda que en Grecia apoya
al fanático Alexis Tsipras (o en Francia al demagogo Jean-Luc Mélenchon) se
articula en Italia alrededor del cómico Beppe Grillo; es decir, se trata de una
izquierda mediatizada por el fenómeno del populismo payasista.
Sin embargo, en un punto
Grillo podría ser más peligroso que Berlusconi: Cinco Estrellas, su
movimiento "ad hoc", nació para protestar pero no para asumir
responsabilidades públicas. Esa es la razón por la cual Grillo se niega a
establecer una alianza con los demócratas de Luigi Barsani (29,54%) la que para
muchos debería ser un acercamiento natural entre la nueva izquierda y la
izquierda tradicional, heredera de las tradiciones socialcristianas y
comunistas, tan bien simbolizadas por la enemistad amistosa de Don Camilo y
Pepone, en esas inolvidables películas que nos dejó Fernandel, un gran actor
quien, además, estaba dotado con la “grazia”de los grandes payasos.
El problema es que si
Grillo hace un pacto con Barsani, deja de ser antipolítico y esa significaría
-paradoja- el fin de su política. Así, Grillo está condenado a ser un político
irresponsable. Barsani, en cambio, no lo es. Pero, al no obtener el tecnócrata
y apolítico Mario Monti (leáse: no anti-político como Grillo sino peor:
a-político) el mínimo de votos para coalisionar con Barsani, la única
alternativa que restará a este último será la de coalisionar con Berlusconi. Y
en esa fatal disyuntiva, el único ganador será Berlusconi.
Italia, en fin, vive la
política en todas su formas: democráticas, anarquistas, populistas y
payasistas. No hay por lo tanto en Italia crisis política ni crisis de la
política. Lo que sí hay es algo muy diferente: crisis de gobernabilidad. Pero,
conociendo a los italianos, todos sabemos que esa crisis será pasajera.
Tarde o temprano los
italianos encontrarán la gobernabilidad requerida aunque sea al precio de
convertir a la política en una payasada; lo que de por sí no es tan trágico.
Pues solo una democracia bien constituida puede permitirse de vez en cuando el
bullicio de los circos. Algo que ocurre por dos razones: la primera, es que la
lucha política debe ser si no alegre, por lo menos vibrante. La segunda es que
la política, así como los circos, es una cosa pública.
Solo las dictaduras no
conocen el difícil arte de los payasos. Todas son lúgubres, depresivas,
necrófilas.