1.
Al mirar el calendario me
di cuenta de que en pocos días voy a cumplir los 70. No es broma. Recuerdo que
hasta los 50 celebraba un día más; ahora sólo "celebro" un día menos.
Es que hay una edad, digamos un tiempo, en el cual advertimos que no es
necesario leer el célebre capítulo de Sein und Zeit de Heidegger para
entender que el humano es el ser
que va hacia la muerte. Algunos hemos advertido, además, que ir hacia la
muerte es también un ir con la muerte; y no traten de convencerme
de lo contrario, por favor. La luz ya no existe en la mirada, caminas lento,
cualquier gripe te da pánico; adviertes que es necesario arreglar de una vez
por todas los enredos que armaste en el banco; y si todavía no te ha atacado
una enfermedad mortal, decides, en lo posible, concertar un pacto no fáustico
con la muerte, renunciando a algunos espacios que te ha dado la vida. Una copa
menos de tinto en la noche, una taza menos de café en la mañana, y si ves alguna mina atravesar la calle
moviendo el culito, desviar la mirada con la seguridad de que lo que no te pasó
a los 30 no te va a pasar a los 70. En fin, hay que saber renunciar a tiempo.
Renunciar a tiempo es un
acto de dignidad. No significa en ningún caso renunciar a la vida; sólo
abandonar algunos hábitos y adquirir otros. Agradecer el primer rayo de sol que
se coló por la ventana después de un trágico invierno; contemplar el vuelo
metafísico de las aves; escribir un poco menos, pensar un poco más. Y no por
último, agradecer la vida que te ha sido concedida con la entereza de ese
condenado a muerte del que nos cuenta Freud, iba a ser ejecutado a mediodía, y
al mirar el amanecer desde las rejas y ver al sol, exclamó : ¡Hoy ha comenzado
bien el día!" (El Chiste y su relación con el Inconsciente)
2.
70 años estaba también a punto de cumplir Javier Miranda, uno
de los personajes del escritor venezolano Alberto Barrera Tyszka en su novela
"La Enfermedad", el libro más intenso sobre el tema de la muerte que
he leído en mi vida.
Hombre de vida ejemplar, saludable como el que más, Javier
fue atacado por uno de esos cánceres terminales que no dejan tiempo para
renunciar a nada. Y, sin embargo, cuando la única posibilidad de renuncia es
renunciar a la vida, su hijo, el médico Andrés Miranda, llora la muerte del
padre con un dolor sin nombre. Un dolor que viene del amor frente a lo que ya
no se tiene, o de lo que se está a punto de perder. Ese dolor frente a la
maldad de la muerte, cuando la muy cabrona se lleva a quien más amas, es
indescriptible. Solo quienes lo hemos vivido lo sabemos. Nunca estaremos así
preparados para aceptar la frase recurrente de la gran novela de Alberto:
"La vida es una simple casualidad". Nunca podremos, por lo mismo,
renunciar a la vida
3.
Hay quienes empero no
renuncian sólo porque no saben renunciar. Son los que han unido su vida con
"intereses superiores" -el dinero, la fama, y sobre todo, el poder-
como si hubiera un interés superior a la vida. ¿Cómo no asustarse frente a esos
desdichados ciclistas que destruyen su cuerpo con drogas para obtener un
triunfo que muy pronto a nadie importará? ¿O esos terroristas que explotan
junto con sus víctimas? ¿O esos banqueros japoneses quienes durante la crisis financiera creían haber perdido el honor junto al dinero y se encajaban un harakiri en
pleno tórax?
¿Quién iba a pensar por
ejemplo que en el propio país de Alberto Barrera Tyszka, años después de que escribiera "La Enfermedad", un
presidente enfermo iba a entregar su cuerpo a cambio de un miserable poder
político? ¿Nadie le dijo a ese presidente que no debía arriesgar su vida en
elecciones sólo para que un grupo de fanáticos conservara el poder unos pocos años más? ¿Nadie entre los suyos protesta
frente al espectáculo de un cuerpo que lo mueven para acá, o para allá, que lo
interpretan y lo firman, que lo utilizan para emboscar al “enemigo”, que le
hacen decir palabras que no puede pronunciar, fingir sonrisas que no puede ni
debe sentir? ¿Ningún familiar suyo protesta en contra de quienes pretenden
convertir la próxima campaña electoral en un funeral y al funeral en una campaña electoral?
Pero él tiene la culpa:
nunca supo renunciar a tiempo. Entregar su vida al poder más precario, al más
efímero, al más circunstancial de todos: el poder político, es una barbaridad
muy grande. Pobre hombre.
4.
Benedicto XVl sí supo
renunciar a tiempo. Quizás un poco tarde, pero a tiempo. Al Papa le faltaron
las fuerzas para conducir la barca de Pedro. Esa fue su respuesta. ¿Puede haber
respuesta más lógica? Sin embargo, nadie quedó conforme con esa respuesta.
Tenía que haber una conspiración al estilo Dan Brown; quizás los pederastas se
habían declarado en rebelión; o se avecinan tiempos de reformas para la Iglesia
frente a las cuales el Papa era un obstáculo. Cualquier cosa. La renuncia de Benedicto
fue un blanco de proyecciones y deseos inconfesos desde donde, incluso en los
diarios más prestigiosos, eran disparadas las estupideces más grandes que
pueden situarse en el cerebro humano.
No obstante, la respuesta
de Benedicto cabe perfectamente dentro de su teología. En su Escatología por
ejemplo, aprendemos que el reino de Cristo, y por lo mismo, el de cada
cristiano, no es de este mundo. El cuerpo mortal es portador del alma eterna. O
en las palabras de Ratzinger: La elevación hacia el cielo de Cristo, es
decir, su entrada en el Dios trinitario a través de la resurrección, no
significa un irse de este mundo sino un nuevo modo de estar presente en él (Eschatologie,
Regensburg 1978, p.192)
Cuando el cuerpo fallece,
según Benedicto, el alma se reintegra en Dios. Morir es, por lo mismo, un
momento de reencuentro del ser con la eternidad. El acto de la muerte necesita
entonces de mucha intimidad. O -dicho en palabras papales- es el momento de la transfiguración.
En fin, no sólo la mística, no tanto el sacrificio, sino el pensamiento, es el
camino que lleva a la Verdad de Dios.
Morir pensando en Dios es
un acto sagrado y requiere de cierta soledad; o por lo menos de un retiro. Un
retiro espiritual que facilita el retiro corporal. Para ese retiro hay que
saber retirarse a tiempo. ¿Qué es lo que no se entiende?
Hay un cierto paralelo
entre el pensamiento de Ratzinger frente a la muerte y el de Nieztsche sobre el
mismo tema. Nietzsche en sus escritos concibe a la vida como una agonía (lucha
entre la vida y la muerte). La ironía que aflora en su texto Nietzsche
contra Wagner relativa a que su
vida sólo había sido para él una serie de breves momentos saludables entre
muchas largas enfermedades, es la expresión de quien amaba tanto a la vida que
necesitaba a la enfermedad -presencia avisada de la muerte- para combatir a la
muerte. No en sus momentos de salud, sino desde el fondo de su enfermedad,
sentía Nietzsche el deseo de regresar (amar) a la vida.
Para Ratzinger, el regreso
definitivo es, por cierto, el regreso a la eternidad. Para Nietzsche en cambio,
es el regreso al tiempo que siempre retorna. Pero ¿no es también el tiempo que
siempre retorna un tiempo eterno?
5.
Al mirar el calendario y
ver que en pocos días voy a cumplir los 70, he pensado en que quizás ha llegado el
instante en el que yo también deba iniciar algunos retiros. ¿Deberé por ejemplo
renunciar al sueño de mi vida, el de ser el mejor futbolista sudamericano?
Puede que ya sea el momento
de no seguir intentándolo más.
Después de todo, hay que
saber renunciar a tiempo.