20.02.2013
Dicen que el asteroide 2012 Da 14 va a pasar cerquita de la Tierra, planeta donde todavía vivimos y morimos. Dicen, la NASA lo dijo, que no nos va a pasar nada. Dicen que va a seguir hasta perderse no sé dónde: en algún lugar incógnito del infinito, quizás. Pero hoy, al leer el diario junto al café sobrecargado, me entró una especie de pánico.
Un meteorito cayó en Rusia, en los
Urales, en todo caso más cerca de lo que está Chile, país donde yo no estoy
pero de donde soy (nótese la diferencia fenomenológica)
Dice la NASA que el meteorito no tiene nada
que ver con el asteroide 2012 Da 14. Dice la NASA que es pura
casualidad que los dos acontecimientos hayan coincidido, y yo -¿saben ustedes?-
no le creo a la NASA. Es decir, yo creo en las casualidades, pero creo
también que entre una y otra casualidad hay siempre una relación, sobre todo si
ocurren en un lapso aproximado.
No tengo ninguna prueba, pero aunque no soy
un científico - Dios me libre y me guarde - creo que el meteorito que
cayó en Rusia algo tiene que ver con ese Asteroide 2012 Da 14, el mismo que va
a pasar esta noche “rozando los techos de nuestras casas”, como escribe con tan
mal gusto el periódico. Yo creo que el meteorito se desprendió del asteroide y
fue a parar a Rusia donde ya hay más de 700 heridos, pero por lo que yo calculo
deben ser más de 1000, entre otras cosas porque los rusos nunca dicen la
verdad.
Inevitable el recuerdo de Chernóbil (1986)
cuando explotó el reactor atómico. Las autoridades rusas, en ese tiempo
comunistas, anunciaron la tragedia de Chernóbil sólo cuando ya toda Europa lo
sabía, entre otras razones porque no poca gente ya estaba muriendo
radio-activada (morir radio-"activado", qué paradoja tan grande)
Los autoridades rusas anuncian ahora que el
meteorito (el meteorito, no el asteroide) cayo muy cerca de un centro atómico,
por lo que yo deduzco: "cayó justo encima". Las consecuencias las
sabremos después, pienso, cuando abramos las ventanas de nuestras casas.
No sé por qué. A Putin yo no le creo nada.
Putin tiene cara de mentira. Yo creo que con esa cara Putin miente hasta cuando
dice la verdad.
El asteroide -leo en el diario- tiene
el tamaño de una cancha de fútbol, lo suficiente para joder
a una ciudad completa, y no tanto por su dimensión sino por su velocidad: 7,8
Km. por segundo. El asteroide pasará (ojalá que pase) a una distancia de 27.650
Km. sobre la tierra y puede ser observado con un prismático normal. Yo no tengo
prismático, ni normal ni anormal. Creo que deberé comprar uno esta tarde,
aunque pienso, mejor sería tener una filmadora. Debe ser muy interesante filmar
el fin del universo. Interesante por lo inútil, porque si es el fin, la
película no la va a ver nadie.
Así ocurrió con el planeta Melancolía,
cuando ese loco genial, Lars Von Trier, filmó el fin de todo segundos antes de
que ese fin comenzara. ¿Puede comenzar un fin? Por supuesto, esa era la idea, o
mejor dicho, la alucinación de Von Trier. El filme lo vi dos veces.
La primera vez, su primera parte, Justine, me aburrió mortalmente
y su segunda parte, Claire,
me apasionó vivamente. Eso me obligó a ver el filme por segunda vez, y allí
ocurrió que la primera parte, gracias a que conocía la segunda, me apasionó más
que la segunda.
La primera parte del filme relata la
"melancolía" de Justine quien vive el mundo como es: transitorio,
fragmentario, inconcluso y por lo mismo, extremadamente absurdo: ese mundo
poblado por seres que caminan hacia la muerte, haciendo o fingiendo que la vida
que vivimos es "la real" y no la otra, la que no vivimos, la
definitiva y radicalmente "real" (si lo dicho tiene que ver con un
texto de Lacan, no es casualidad).
La melancolía de Justine es la de
quien vive el mundo mortal que nos ha sido dado, sin ilusiones ni entusiasmo
pues conoce "el tiempo que resta" (Paulo, Carta a los Romanos)
en cada acto banal que ejecutamos como si fueran decisivos y definitivos. Las
amistades que no son tales, los discursos vacíos, las ceremonias inútiles -como
esa boda que le ha fabricado su conformista hermana, una mujer quien, como la
Susanita de la tira Mafalda, vive absolutamente adaptada, sin preguntarse por
el sentido o la razón de nada, o sea, como vive el 90%. de los humanos: sin
pensar.
Justine, en cambio, vive esa realidad
aparente haciendo concesiones, o haciendo "como si ...." Como si
nuestras míseras verdades fueran "la verdad". Justine, en fin,
ya estaba viviendo en "la otra" realidad y, por lo mismo, no podía
estar plenamente presente, como estaba Claire, en su propia entidad biológica:
estaba, por decirlo así, dis-gregada. La biología, la lógica del bío, la lógica
de la vida, era para ella otra lógica: la lógica brutal y realista del
melancólico.
El melancólico es quien con el alma enlutada
asiste a sus propios funerales sin haber muerto "todavía". No
sin razón el sagaz Sigmund Freud tituló a su libro sobre la
depresión con el nombre "Trauer und
Melancholie" (Duelo y Melancolía).
Durante la segunda parte del filme, el
planeta Melancolía avanza hacia la tierra. El marido de Claire,
al conocer la posibilidad del fin total eligió el suicidio como alternativa. Claire
cae en la histeria e incluso, con un vaso de vino y la música de Beethoven
quiere "posar" frente a la muerte. La melancolía de Justine,
en cambio, se articula plenamente con la existencia del planeta Melancolía.
Justine está preparada para morir porque desde el fondo de su melancolía sabe
que venimos de, y vamos hacia, la muerte, o lo que es parecido: sabe que
nuestra existencia no es sino una aparición fortuita sobre el planeta
Tierra.
La verdad no está en la tierra, está en la
melancolía, en el planeta Melancolía que de modo wagneriano, al
ritmo de los acordes de Tristán e Isolde, avanza hacia nosotros sin que
nadie ni nada lo detenga, música que no puedo más escuchar sin pensar en Melancolía
de Von Trier del mismo modo como cuando escucho El Bolero de Ravel
pienso inevitablemente en Cantinflas.
Gracias al reconocimiento de la verdad de la
muerte Justine podía vivir digna y serenamente los últimos minutos de la
vida e incluso, en un gesto de ternura, proteger a su pequeño sobrino, construyendo en su torno un
absurdo refugio de débiles maderas.
Desde su inmensa locura, Lars Von Trier nos
reveló dos secretos a través de Melancolía: el primero, sólo el amor
(protección) al otro, en este caso a un niño, nos protege de la muerte, es decir, de nosotros
mismos. El segundo, el planeta Melancolía no es la muerte total pues en
su indescriptible belleza no es más que un momento de una vida que continúa sin
nosotros más allá de todo lo imaginable, en otro tiempo que nunca será el
nuestro pero cuya mención nos devuelve a la melancolía, condición que debería
ser la más normal si es que no tratáramos de escapar inútilmente de ella.
........
Dicen que el asteroide 2012 DA 14 va a pasar
cerquita de la tierra. Esa es la razón por la cual, mientras bebía mi café
letalmente cargado, sin azúcar y sólo por razones estéticas con una pinta de
leche, no he podido sino recordar al planeta Melancolía. Fue así
que pensé, con fría y matemática lógica: "Puede que esta vez el asteroide
2012 Da 14, a diferencias del planeta Melancolía, se haga el tonto y
siga de largo".
Para concluir, no sin cierta
melancolía: "Pero eso, después de todo, no va a cambiar nada".