En El País 21.01. 2012 fue
publicado un artículo en el cual su autor, Jean-Marie Colombani, lamenta con
indignación que el gobierno de Barack Obama no haya intervenido militarmente en
Malí, país acosado por bandas terroristas de Al Quaeda a las que hoy hacen
frente tropas francesas. Lo asombroso del artículo es que ahí no hay ninguna
crítica directa a los gobiernos europeos a quienes sí efectivamente corresponde
apoyar a Francia.
¿Por qué deben los EE UU
comprometerse en Malí más que Alemania o Inglaterra? Desde el punto de vista
geo-estratégico los EE UU están menos amenazados por el integrismo islámico que
todos los países europeos. Las consecuencias migratorias del avance del
terrorismo islámico las padecerá Europa y no los EE UU. Los EE UU no son vecinos
de Francia, como es el caso de Alemania, ni limitan con el mundo musulmán como
es el caso de España.
Los EE UU están comprometidos en Irak y Afganistán más que cualquier otro país
europeo. Los intereses económicos de los EE UU en la región son menores a los
de Europa y sus lazos culturales son muy débiles, entre otras cosas porque los
EE UU jamás poseyeron una colonia islámica, como Francia e Inglaterra.
Desde el punto de vista
político internacional tampoco era aconsejable que los EE UU intervinieran
masivamente en Malí como no lo hizo en Libia ni lo ha hecho en Siria. Hay que
tener en cuenta que el radical anti-norteamericanismo que dejó Bush como
herencia recién está siendo debilitado gracias a la política de dialogo
emprendida por Obama en la región. Una intervención militar norteamericana en
Malí correría el riesgo de lastimar las relaciones políticas con los nuevos
gobiernos árabes y eso no es bueno ni para los EE UU ni para los países árabes.
Mucho menos para Europa.
¿Y desde el punto de vista
militar? Seamos sinceros: Para el tipo de acciones que requiere una
intervención militar en Malí, países como Francia, Alemania, Inglaterra,
Holanda, Dinamarca y Suecia están tan bien dotados como los EE UU. Luego, los
EE UU no se encuentran en la necesidad de proteger a naciones militarmente
débiles frente a adversarios poderosos, como ocurrió en la era del imperio
soviético. Ejemplo muy pertinente, pues ahí encontramos la raíz del malestar
europeo con los EEUU del cual el artículo de Colombani es sólo un testimonio.
Efectivamente, para no pocos
analistas rigen todavía las coordenadas de la Guerra Fría. Es entonces el momento de descargar algunos "up dates". De otra manera nunca podrá
entenderse que la protección ejercida por los EE UU en contra de la URSS no
solo fue hecha para salvaguardar a Europa, sino para impedir el avance
soviético en contra, antes que nada, de los intereses norteamericanos.
Hoy Europa no necesita de
esa protección y por lo mismo ha llegado la hora de que se defienda a sí misma
de los peligros que la acosan. EE UU tiene sus propios intereses. Europa
también, y no siempre son los mismos. O en otras palabras: no hay ninguna razón
por la cual Europa deba convertirse en un protectorado militar permanente de
los EE UU. En política internacional la cooperación sólo puede darse sobre la
base de objetivos e intereses comunes. Ese y no otro es el fundamento de la
Alianza Atlántica.
Pero no sólo en Europa,
también en América Latina hay políticos, incluso gobernantes, que añoran la Guerra Fría. Los gobiernos del ALBA, por ejemplo,
son gobiernos de la Guerra Fría sin Guerra Fría. Sus presidentes se han desgañitado, incluso enfermado, profiriendo insultos en contra
de los EE UU. Todavía no pueden entender por qué, primero Bush, después Obama,
no han reaccionado jamás en contra de tanta injuria. Simplemente los han
ignorado. Pero ellos necesitan, y con urgencia, de la existencia de un
verdadero imperio norteamericano.
Una afrenta debe haber sido
sin duda para Chávez cuando Obama dijo que Venezuela no representa ningún
peligro para los EE UU. ¿Cómo iba a representarlo si la Venezuela de Chávez es
uno de los países del continente que más ha intensificado, vía importaciones,
la dependencia económica con respecto a los EE UU?
Lo mismo ocurre en el campo
de las derechas latinoamericanas. Ellas quisieran que los EE UU invadieran La
Habana o Caracas, que tomaran preso a Chávez, a Ortega, o a Raúl Castro, como
ayer ocurrió con Noriega en Panamá; o que financiara algún golpe de estado al
estilo Kissinger. Todavía no entienden que las actitudes políticas de los EE UU
no pueden ser las mismas que durante la Guerra Fría.
Pero no solo delirios de
izquierdas y derechas reclaman una mayor presencia de la Casa Blanca en los
asuntos latinoamericanos.
Con cierta preocupación se
puede observar que después del discurso de asunción de mando pronunciado por
Obama el 22 de Enero, comentaristas inteligentes y moderados no se cansan de
escribir que el presidente norteamericano demostró carecer de una política
hacia América Latina. Mas, nadie se ha preguntado, antes de criticar a Obama,
si hay algún país latinoamericano que tenga una política para América Latina.
Brasil, según se dice, potencia
peso- pesado, no sólo no tiene política para América Latina; además, carece de
política internacional. En la ONU, Brasil no ha hecho más que abstenerse. Y con relación a América Latina está dispuesto a aplaudir a cualquiera dictadura o
autocracia a cambio de mantener relaciones comerciales. La gobernante
de Argentina, para nombrar un peso-mediano, más allá de servir de albacea a autócratas enfermos, tampoco tiene una política coherente para el continente. De los
países del ALBA, ni hablar. Aparte de recibir con fanfarrias a cuanto dictador asesino anda suelto por el mundo, tampoco hay una política internacional
definida. Ahora, si los gobiernos de América
Latina no tienen una política para América Latina, ¿cómo vamos a exigir al
gobierno norteamericano que tenga una?
Pero los Estados Unidos tuvieron políticas
hacia América Latina, dirá más de alguien ¿No fue la Doctrina Monroe una clara
política hacia América Latina? ¿O la Política del Buen Vecino, de Roosevelt? ¿O la doctrina Truman? ¿O la Alianza para el Progreso de Kennedy? ¿O la
política de los derechos humanos de Carter? ¿No fueron esas claras políticas
para América Latina?
Quizás asombrará a muchos. Pero en este artículo se sostiene lo contrario. La tesis es la siguiente: ninguna de esas
supuestas políticas norteamericanas hacia América Latina fue concebida para o en función de América Latina. Dicha tesis es de
fácil comprobación.
La Doctrina Monroe de 1823 (América para los
americanos) fue levantada en contra de potencias coloniales europeas como España, Francia e Inglaterra, cuyos proyectos por
establecer condominios peligrosos para los EEUU en América Latina eran más que
evidentes. Es decir, no fue concebida para América Latina sino en contra de Europa.
La política del Buen Vecino de Roosevelt (1933) fue concebida como un gesto amistoso
a Europa, invalidando parcialmente la vigencia de la Doctrina Monroe.
La doctrina Truman (1946) fue dictada ante la
evidencia de que el proyecto de Stalin para lograr la hegemonía mundial no
estaba ni con mucho terminado después de las Conferencias de Teherán (1943),
Postdam y Yalta (1945). En cierto modo la doctrina Truman fue una prolongación
de la de Monroe, pero no en contra
de Europa sino de la URSS. El
espíritu de la Doctrina Truman, variaciones más o menos, fue mantenido por los
Estados Unidos hasta la caída del imperio soviético.
Grandes barbaridades cometidas por los EE UU
en América Latina, desde el derribamiento de Jacobo Árbenz y su sustitución por
el tirano Castillo Armas en Guatemala (1954) hasta el financiamiento del atroz
golpe militar que derribó a Salvador Allende en Chile (1973), no pueden
entenderse dejando de lado los lineamientos principales de la Doctrina Truman.
La Alianza para el Progreso de Kennedy (1961)
y la Política de los Derechos Humanos de Carter fueron a su vez simples complementos de la Doctrina Truman. De acuerdo a la primera se trataba (en
verdad, una reacción frente a la revolución pro-soviética de Castro) de agregar
a la política militar de los EE UU una política de desarrollo económico
destinada a erradicar la pobreza, caldo de cultivo de protestas y revoluciones.
De acuerdo a la segunda, los EE UU intentaron debilitar a los países de la
órbita soviética "desde dentro", apoyando a los movimiento disidentes
en el bloque. Y como es obvio, EE UU no podía predicar la vigencia de los
derechos humanos en el mundo soviético y violarlos en América Latina. En cualquier caso
esa política fue planteada en contra de la URSS y sólo de un modo muy indirecto
para América Latina.
En breve, ninguna de las políticas
mencionadas fue hecha para América Latina. La de Monroe fue en contra
de “la vieja Europa” y todas las demás en contra de la URSS.
Radicalizando la formulación podría afirmarse
que nunca los EE UU han tenido una política para América Latina. Y es obvio que
así sea: ¿Cómo puede Obama tener la misma política para Venezuela y Chile? ¿O
para México y Nicaragua? Imposible. América Latina no ha sido ni es -no
sabremos si alguna vez será- una unidad política.
América Latina son sus Estados y cada Estado
es diferente al otro.
A riesgo de realizar una extrapolación
exagerada, podría afirmarse que quienes necesitan de un imperio
"bueno" o "malo" permanecen atascados en una fase edípica
de la política. Pues, como sucede con el Padre-Poder, sucede con todo Poder.
Unos se identifican con el Poder Amado, otros con el Poder Odiado. Pero así
como en el desarrollo de la personalidad ha de llegar el momento en el que
debemos separamos del Padre-Poder, aceptándolo como es, con sus grandezas y
miserias, así debe suceder en política internacional. Eso quiere decir: Los EE
UU no son ni el imperio del mal ni el imperio del bien. Una nación poderosa,
sin duda, pero al fin, una nación más, con sus problemas, con sus intereses e
ideales y por cierto, con sus límites, tanto territoriales como políticos.