"Quien llega tarde será castigado
por la vida", es la frase que hizo famosa Gorbachov antes de que los muros
del comunismo fueran derribados por multitudes. No obstante, a pesar de ser
certera, podría ser mejorada. En su lugar, pienso yo, debería escribirse:
"Quien llega demasiado tarde será castigado por la vida".
Porque la verdad es que tanto en la política como en la guerra siempre se llega
tarde pues ambas prácticas actúan sobre la base de hechos ya ocurridos y no
hipotéticos. Llegar tarde es normal. "Demasiado tarde" puede ser
fatal.
Llegar "demasiado temprano"
también puede ser fatal. Para poner un ejemplo, el Presidente Bush, empeñado en realizar su concepto de guerra preventiva, llegó
demasiado temprano a Irak para impedir que Sadam Hussein hiciera uso de armas
de destrucción masiva (que no poseía) y uniera sus fuerzas a las de Bin Laden
(ambos desalmados eran enemigos).
Hoy, cuando vemos a Irak convertido en
nido de terroristas, sabemos que Bush sólo realizó su propia profecía,
impidiendo de paso que los iraquíes hubieran ajustado cuentas con su dictador.
Así Bush no sólo destruyó la infraestructura de una de las naciones más
modernas del mundo árabe; además, arrebató a los iraquíes el derecho a hacer su
historia como hoy la están haciendo Túnez, Egipto, Libia y Siria. No ocurre lo
mismo en Malí, nación que a diferencia del Irak de ayer, ya está ocupada por
los hordas de Al Quaida.
Ese llegar demasiado tarde es una
constante occidental. También es uno de los precios que hay que pagar por vivir
en democracia donde las grandes decisiones deben ser tomadas tras previa y a
veces larga deliberación.
Estados Unidos y la URSS
también liberaron demasiado tarde a la Europa de los tiempos de Hitler, tan
tarde que no pudieron impedir el holocausto cometido al pueblo judío. Tarde
también llegó la NATO a la región del Kosovo, cuando la soldadesca de Milosevic
ya había llevado a cabo un genocidio.Y ahora, las tropas francesas también llegan
tarde a Malí, nación cuya región del norte se encuentra ocupada por las hordas
terroristas de Al Quaida, cuando el conflicto ha sido extendido a toda la zona
del Sahel, incluyendo a la misma Argelia.
Retraso imperdonable. La
capitulación de Malí frente al terrorismo islamista es un peligro directo para
toda Europa. Mas imperdonable aún si se toma en cuenta que en el caso de la
ayuda a Malí no se trata solo de acceder al llamado de auxilio emitido por el
muy inestable gobierno de Dioncunda Traoré, sino de defender los intereses
estratégicos de la propia Europa.
En el norte de Malí, sobre
todo en la región de Azawad, se ha formado la peor constelación imaginable: la
alianza contraida entre un movimiento étnico, el de los tuareg, con el
islamismo terrorista de las fracciones de Al Quaida.
Las identidades de ambos
movimientos, la étnica y la religiosa, son irrenunciables y por lo mismo no
existe ninguna posibilidad de establecer con ellos la menor relación política.
Si la unidad entre etnia e
ideología como la que se dio una vez entre el PKK (Partido de los Trabajadores
Kurdos) del comunista Ökalan y fracciones del movimiento kurdo fue tenebrosa,
la que hoy se da entre la etnia tarueg y el terrorismo islamista es simplemente
infernal. Lo saben los habitantes del norte de Malí, víctimas de torturas,
violaciones y asesinatos sin fin.
Ni siquiera se trata de un
nuevo Afganistan, como aducen tantos periodistas, pues los talibanes afganos
reciben apoyo de gran parte de la población pobre del país. Se trata de algo
infinitamente peor: de un movimiento racista y fundamentalista a la vez, y
por si fuera poco, establecido en las propias puertas de Europa.
En cierto modo -paradoja de
la historia- la ex colonialista Francia, al combatir a los invasores de Al
Quaida, está llevando a cabo en Malí una guerra de liberación anticolonial. Eso
es lo que no pueden entender ciertos políticos europeos que se quedaron atascados
en la era de las protestas por Vietnam.
Si Europa no actúa
militarmente, todas las grandes conquistas alcanzadas por los movimientos
árabes del 2011 se vendrán abajo, la región musulmana será escenario de
interminables guerras étnico-religiosas y la ola migratoria hacia Europa se
convertirá en un sunami. Por eso sorprende que hasta el momento el gobierno de
Hollande se encuentra prácticamente solo, situación que hizo decir al
parlamentario de la UE, Daniel Cohn-Bendit, que mientras los países de Europa
envían enfermeras, "a nosotros (los franceses) nos matan".
Frase, la de Cohn-Bendit,
que obviamente no estaba dirigida a países como Polonia o Portugal, sino
directamente a Alemania, nación que pese a poseer uno de los mejores ejércitos
del mundo, niega persistentemente su apoyo militar a quienes angustiosamente lo
solicitan, aunque exista una explícita autorización de la ONU o aunque sea
al precio de aparecer en la misma lista con países como China o Rusia, como
ocurrió en el caso de Libia.
¿Cuáles son las razones que
llevan a Alemania a tan abstrusa, inhumanitaria y antipolítica actitud?
No hay una razón, hay
muchas.
Desde los tiempos del
gobierno Schroeder los políticos alemanes están convencidos de que el lugar de
la política, también de la internacional, debe ser ocupado por la economía. Es
por eso que en Alemania se piensa que la política europea debe ser una política
del euro y nada más. Muy cerca de las próximas elecciones nacionales en
Alemania sólo se discute sobre números.
Una guerra no es popular en
ninguna parte, menos en Alemania. Y como con guerras no se ganan elecciones,
los políticos alemanes, desde la derecha hasta la izquierda pasando por
"los verdes", hacen como si Malí no existiera. O en el
mejor de los casos quieren hacer creer que sólo se trata de un problema
francés.
Incluso los
socialdemócratas -siempre maestros en usar la palabra solidaridad- han
abandonado al socialista Hollande a su perra suerte.
La prensa, por su parte, ha
ayudado a crear un clima de total desinformación. Cualquier ciudadano común
piensa en Alemania que todos los creyentes musulmanes son
"islamistas". Y si Merkel conversa con el "islamista"
egipcio Morsi, los islamistas de Malí –es decir, los verdaderos islamistas- no
pueden ser tan peligrosos.
Pero hay además razones más
profundas.
Desde el comienzo de la
post-guerra se estableció en Alemania un dogma: Nie wieder Krieg (nunca más guerra). Dogma equivalente a una
mala y tendenciosa lectura del propio pasado, pues el nazismo no surgió de la
guerra sino la guerra del nazismo.
A través de la falsa
asociación entre nazismo y guerra muchos políticos alemanes han convertido la
culpa en un privilegio: el de no mezclarse en conflictos bélicos aunque sus
aliados naturales, los franceses, así lo pidan; aunque la propia nación se
encuentre en peligro. En el fondo, gran parte de los políticos del país añoran
los tiempos de la Guerra Fría, cuando gozaban de la protección de los EEUU,
cuyos gobiernos realizaban "el trabajo sucio" mientras la izquierda
alemana protestaba en las calles en contra del "imperialismo
norteamericano".
Esos son los caminos del
falso pacifismo que en 1985 criticó el social-cristiano Heiner Geißler, uno de los más respetados políticos
alemanes. A cambio recibió Geißler agravios
e insultos de todos los partidos, incluyendo el suyo.
Cuando Geißler dijo que el
pacifismo europeo llevó a Auschwitz, emitió una declaración en la cual faltaron
algunos matices. No obstante, bajo la luz de los acontecimientos recientes ha
quedado muy claro que el pacifismo alemán, y por ende, el de otras naciones
europeas, no es más que el pacifismo de las avestruces.
El problema es que esta vez
las avestruces han hundido sus cabezas en las ardientes arenas del Sahara.