En su viaje a América llamó la atención de Alexis de
Tocqueville el interés de los ciudadanos por participar en elecciones locales,
interés mantenido a lo largo de la historia. A diferencia de los países
europeos, sobre todo Francia, advirtió el sagaz viajero que los norteamericanos
daban más importancia a la política del lugar donde vivían que a la de la
nación. La de los norteamericanos era, efectivamente, una política de la polis.
Las distancias se han ido, por supuesto, acortando.
Las elecciones nacionales apasionan hoy a los
norteamericanos tanto como las locales, sean comunales, regionales o federales.
A su vez, en varios países de Europa, el interés por las regiones es cada vez
más grande y suele suceder que los resultados obtenidos por los partidos en
elecciones locales no corresponden con los que en la misma región obtienen en
las nacionales.
No ocurre lo mismo en países latinoamericanos donde las
elecciones locales son puestas casi siempre al servicio de las nacionales.
Quizás como resultado del centralismo geográfico heredado
de la colonización española, o del pasado oligárquico y militar que siempre
tendió al centralismo, lo cierto es que en la mayoría de nuestros países
prima una política sin polis, es decir, una política para-estatal. Sólo así
se explica por qué hasta las elecciones más locales están orientadas en función
del objetivo central: la ocupación del Estado. Ahora bien, ese es el punto que
une a dos países política y culturalmente tan diferentes como Chile y Venezuela.
Pero no siempre fue así.
Chile es uno de los países más centralizados de América
Latina lo que se observa en su economía, en su cultura, y por cierto, en su
política. Venezuela es (o fue) uno de los más descentralizados. La autonomía
administrativa ejercida a través de las gobernaciones fue allí una conquista de
las luchas democráticas en contra de dictaduras que intentaron imponer un
centralismo de carácter militar. Hasta que apareció Hugo Chávez.
Desde que gobierna Chávez la oposición ha venido
realizando un notable esfuerzo para evitar que las gobernaciones sean
secuestradas por el Estado. De ahí que las elecciones del 16.12.2012 estarán
marcadas, como otras, por la lucha entre el poder regional y el poder central.
El hecho de que Chávez haya designado a dedo a candidatos desvinculados de las
regiones (los “paracaidistas”) pero vinculados a su persona, obedece
precisamente al objetivo de subordinar el poder de las gobernaciones
-incluyendo las de los chavistas- al Estado.
Luego, las municipales de Octubre en Chile giraron, así como las
regionales que tendrán lugar en Venezuela en Diciembre girarán, alrededor de la lucha por el poder del Estado. ¿Fue esa desvinculación con la
polis una de las razones del triunfo del abstencionismo en Chile? ¿Será esa
también una de las razones por la cual muchos piensan que en las regionales de
Venezuela ocurrirá un aumento del abstencionismo con respecto a las elecciones
presidenciales? Veamos:
En Chile el abstencionismo ganó por mayoría absoluta
(cerca de un 60%). La Concertación y sus satélites ocuparon el segundo lugar
(43,21% de la votación). El gran perdedor fue la Alianza (37,57%). No obstante
no se puede decir que el abstencionismo lastimó más a la Alianza que a la
Concertación pese a que esta última celebra el resultado como un triunfo. Y en
algún modo lo fue.
La Concertación ganó en comunas emblemáticas (Cerrillos,
Providencia, Recoleta, La Reina, Concepción, ñuñoa y Santiago) y ahora se encuentra en buen pie
para afrontar las presidenciales. No obstante, el fantasma de la abstención
seguirá penando. La razón es la siguiente: Los chilenos saben que muchos “eligieron
no votar” no por desidia sino como protesta en contra de toda la
clase política. Protesta en contra de la utilización de las comunas como
escalones estatales. Protesta en contra de la ausencia de proyectos y de ideas.
Protesta en contra de la conversión de la actividad política en un simple medio
para el reparto de cuotas de poder. La gran abstención ha demostrado, en
fin, que la que está viviendo Chile no es una crisis política sino algo mucho
más grave: una crisis de la política.
Una crisis de la política vive también Venezuela, aunque
de modo diferente. Mientras en Chile las municipales fueron un ensayo para las presidenciales, en Venezuela las regionales son esperadas, después del triunfo de
Chávez en las presidenciales, como la gran oportunidad del gobierno para
estatizar a las gobernaciones. Para nadie es un misterio que en nombre del
estado-comunal el chavismo intentará apoderarse del poder total.
Los observadores venezolanos esperan, al igual que lo que
ocurrió en Chile, un aumento considerable de la abstención. Mas, esa abstención
–y los chavistas lo saben- perjudicará más a la oposición que al gobierno. Este
último, además del clásico ventajismo electoral, contará con un aliado
adicional: el infinito cretinismo de los abstencionistas opositores. Eso
significa que la oposición deberá luchar en contra de dos enemigos: uno interno
y otro externo. Sólo si derrota al primero podrá enfrentar con ciertas opciones
al segundo.
En Chile por su lado, la oposición espera derrotar al
abstencionismo y superar la crisis general mediante el regreso de la gran dama
de la política chilena.
“Este es el triunfo de Michelle Bachelet”, dijo
Carolina Tohá, flamante vencedora por
Santiago De este modo la izquierda
chilena –o lo que por ella se entienda- se apresta a convertir a un gobierno
que de por sí ya era centralizado, fuerte y autoritario, en un “poder
personalizado”.
El personalismo puede en algunas ocasiones facilitar la
gobernancia. Pero ni en sus formas patriarcales, como ocurre en Venezuela, ni
en sus formas matriarcales, como
probablemente ocurrirá en Chile, puede ser bueno para la democracia.